Hace poco una de las televisiones hicieron un reportaje sobre el
tránsito de los pasos fronterizos de Ceuta y Melilla, y realmente se
ponía de manifiesto la saturación del tránsito de los mismos,
particularmente por parte de una legión de marroquíes que transitaban
para ganarse el sustento diario haciendo compras en las ciudades de
soberanía española para su reventa en Marruecos, y sin embargo, durante
el desarrollo del vídeo se pudo comprobar cómo la policía española
procuraba el mantenimiento del orden en la cola del paso fronterizo para
un organizado tránsito por los tornos establecidos en la línea
fronteriza. En tanto que la policía marroquí sí aparecía en el vídeo
empujando y tratando con poca consideración a algunas personas que
llegaban al lado marroquí, muchas de ellas mujeres de edad cargadas al
límite de sus escasas fuerzas.
Por consiguiente, conociendo el estilo de nuestras fuerzas de seguridad
–propias de un país democrático en el que se respetan los derechos y
libertades públicas de los ciudadanos-, y siendo conscientes de la forma
de intervención de la fuerza pública en países autoritarios como
Marruecos –para cuya muestra citamos el reportaje televisivo
recientemente emitido-, nos extraña mucho la veracidad de la acusación,
amen de resultar incluso cínica, sobre todo cuando la diplomacia
marroquí no sólo ha expresado su protesta sino que también amenaza con
denunciar el hecho ante Organismos Internacionales, en una extraña
maniobra exorbitante de un suceso probablemente inexistente. La lógica
que dictan las relaciones de buena vecindad y los usos diplomáticos es
que no se hagan declaraciones histéricas y extravagantes, antes de que
se realice una investigación sobre los hechos. Pero eso sería en situaciones de normalidad, que cuando se trata de las
relaciones con nuestro vecino del sur, nunca se puede decir que el trato
sea normal –más allá de la mera apariencia-, pues parece ser una “toma
de temperatura” sobre el gobierno español en un momento de clara crisis
interna (crisis económica, crisis política y territorial, con las
pretensiones separatistas catalana y vasca, etc.), que el sultán
marroquí siempre sabe aprovechar, como lo hizo su padre en la agonía de
Franco con la cuestión del Sahara. Motivo por el cual, cualquier gesto
de debilidad del gobierno español va a ser utilizado arteramente por el
marroquí, para enrarecer el ambiente y tensionar de nuevo sus
pretensiones sobre Ceuta y Melilla. En esto, no conviene menospreciar la diplomacia marroquí, que ha
demostrado ser audaz, además de tener una amplia formación francesa y
contar con el apoyo galo y estadounidense habitualmente.
De otra parte, cabría pensar en que Marruecos tenga pendiente alguna
próxima negociación con la UE y quiere aprovechar el menor incidente
para presionar a España con el fin de obtener nuevas ventajas
comerciales, como las que habitualmente viene sacando de un trato
privilegiado de sus productos agrícolas con la UE.
De cualquiera de las maneras, España no puede limitarse a encajar
pasivamente los “toques marroquíes”, que acaban frecuentemente con una
claudicación en el terreno de colisión comercial de los intereses
hispano-marroquíes a favor de estos últimos. Y conocida la frecuente
argucia del Sultán del estrecho, habría que adelantarse a la jugada para
quitarle la iniciativa, y quizá eso pase por un cambio de actitud en la
acción política y diplomática española en relación con el conflicto del
Sahara, que no sólo lo dejamos perder, sino que tampoco cumplimos con
nuestras obligaciones de potencia colonial en el proceso de
descolonización, abandonando al pueblo saharaui –entonces español- a
manos de las ambiciones expansionistas del sultán marroquí, habiendo
quedado pendiente el referéndum que aprobó la ONU, en un desleal olvido,
buscando la complicidad marroquí a favor de una compensación tácita por
las plazas de Ceuta y Melilla que nunca ha ocurrido, y acostumbrando al
monarca marroquí a que tome iniciativas del estilo como la comentada o
la patética toma del islote de perejil, en una continua puesta en escena
de sus reivindicaciones y de su desleal posición de vecindad frente a
España.
Fuente: VMPress. Análisis.
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