Esta historia es rigurosamente cierta. Sucedió hace un tiempo, cuando los móviles no habían llegado aún a los campamentos. Recuerdo que el chico del locutorio llamado Abdu nos rogaba que buscáramos a una niña ya que su madre llevaba 2 días en Tinduf esperando para saber de su hija que se había ido de vacaciones en paz. Siempre he admirado a estas madres que nos confían a sus hijos para alejarles del calor y la precariedad. Esas mujeres que se quedan allí esperando y sufriendo por sus niños. Hoy este relato es para ellas: las madres saharauis.
Era tan fuerte el sol cuando se marchó que envolví su cabeza con un elzam mojado. Ella lloraba porque no quería separarse de mi. Y yo le sonreía mientras se alejaba el camión.
En su mochila puse unas galletas y una carta para su nueva familia con un número de teléfono. El locutorio estaba lleno de padres y los timbres sonaban sin parar, pero no para mi.
Por la noche volví a la haima con el corazón lleno de angustia.
No puedo dormir ni comer ni tan siquiera tomar el té. No, hasta que oiga su voz.
Mis amigas me dicen que no me preocupe, que si hubiera sucedido algo ya lo sabría pero yo les respondo que no es su hija sino la mía. Ya no se qué hacer ni a quién debo acudir. Sólo quiero saber dónde está Minetu.
Rezo sin palabras, ruego a Dios que la proteja de todo mal y que me ayude a encontrarla.
Han pasado tres días y sigo sin noticias. Así que hoy me he ido muy temprano hasta el control y he esperado hasta que un coche me ha recogido y me ha llevado hasta Tinduf. Ya no me quedan monedas pero el hombre que trabaja allí es saharaui, sin duda se compadecerá de esta madre.
El hombre ha llamado a España. “Espera, van a mirar y van a responder”. Dicen que no la encuentran en ninguna lista. Pero la niña no ha podido desaparecer, estará en alguna parte.
Así que he decidido quedarme hasta que alguien la encuentre y pueda hablar con ella. El hombre piensa que estoy loca pero a mi me da igual.
Es de noche, Jatri tiene que cerrar pero antes me dice que va a llamar a un responsable español para ver si sabe algo. Los minutos se hacen eternos. Veo que escribe unos números en un papel, mi corazón parece que va a estallar. Llama otra vez, no sé cómo voy a darle las gracias, y por fin sé en qué lugar está mi hija. Pregunto por ella y me dicen que está dormida y que no la quieren despertar. No lo entiendo.
Llama mañana a las diez.
Y ahora estoy aquí en la calle, sentada, envuelta en mi melfa, esperando que se haga de día, esperando a que la niña se despierte, esperando siempre, desde que nací.
Articulo de SÁHARAPONENT
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