Esta semana terminó en Tifariti, una ciudad del Sahara Occidental, el XIII Congreso del Frente Polisario, un movimiento que enfrenta a Marruecos por la posesión de su territorio. La disputa está vigente pero paralizada por un alto al fuego promovido por la ONU. Esta tregua, sin embargo, no impide la continua ocurrencia de abusos y escaramuzas. Domingo estuvo allí y recogió la atmósfera social y política de esta turbulenta zona del planeta, donde además existe un muro divisorio, repleto de minas, de más de 2.000 kilómetros.
Parece increíble que bajo este cielo, deslumbrante como él solo, se viva un oscuro alto al fuego. Al amparo de esta hermosa bóveda de puntitos y mantos celestes, se escucha un silencio indescifrable, se respira una dulce serenidad, que solo es rota despues de unos minutos por el lejano ladrido de un perro. Pero esto es Tifariti, en el Sahara Occidental, y acá “no hay ni paz ni guerra”, como dice Malainin Lakhal, un joven escritor saharahui.
A poca distancia, además, existe un muro de 2.720 kilómetros, construido por Marruecos entre 1980 y 1987 para atajar las continuas incursiones de los combatientes del Frente Polisario (Frente por la Liberación de Saguía el Hamra y el Río de Oro) y aún hoy rodeado de unos 5 millones de minas y otros explosivos.
Todo este drama comenzó en 1975 y en algún momento podría volver a estallar y haría hervir de dolor este desierto.
Parece increíble que bajo este cielo, deslumbrante como él solo, se viva un oscuro alto al fuego. Al amparo de esta hermosa bóveda de puntitos y mantos celestes, se escucha un silencio indescifrable, se respira una dulce serenidad, que solo es rota despues de unos minutos por el lejano ladrido de un perro. Pero esto es Tifariti, en el Sahara Occidental, y acá “no hay ni paz ni guerra”, como dice Malainin Lakhal, un joven escritor saharahui.
A poca distancia, además, existe un muro de 2.720 kilómetros, construido por Marruecos entre 1980 y 1987 para atajar las continuas incursiones de los combatientes del Frente Polisario (Frente por la Liberación de Saguía el Hamra y el Río de Oro) y aún hoy rodeado de unos 5 millones de minas y otros explosivos.
Todo este drama comenzó en 1975 y en algún momento podría volver a estallar y haría hervir de dolor este desierto.
Polvo en el tiempo
¿Qué secreto guarda este territorio extraño, al que hemos llegado luego de viajar cinco horas tórridas desde Tinduf, en Argelia? Ese tanque marroquí desvencijado ofrece una pista, a la que Alí, nuestro guía, va llenando de episodios y anécdotas penosas. En 1975, cuando el régimen de Francisco Franco comenzaba a desmoronarse, debido a que el generalísimo estaba agonizante, estas tierras colonizadas por España se sacudieron.
Franco fallecería el 20 de noviembre, pero el 14 de ese mes, con su pálida anuencia, se firma el Acuerdo Tripartito de Madrid, por el cual se transfiere la “administración del territorio” a los representantes de España, Marruecos y Mauritania. Pero en los hechos la corona española va en retirada (lo hace completamente en 1976) y deja la cancha libre para que los otros dos países se repartan este vasto, seco, pero rico territorio.
Las dos naciones ocupan los 266.000 kilómetros cuadrados, pero es Marruecos el Estado que pone más afán y desata la “Marcha Verde”, un operativo por el cual más de 300.000 mil marroquíes ocupan el Sahara Occidental, con el objeto de hacer que el reino de Hassan II tome posesión definitiva. Podría haber resultado, si no fuera por la existencia, y persistencia, de los saharahuis, una peculiar etnia del desierto asentada en el lugar.
Provenientes de una mezcla de beduinos nómadas (pastores de camellos), árabes y migraciones negras subsaharianas, viven allí por lo menos desde el siglo XV, cuando llegan tribus provenientes de Yemen a la zona. Una de sus características permanentes fue y es la independencia, así como la capacidad de vivir con los escasos recursos del desierto. Hasta hace unas décadas, además, se gobernaban por asambleas, no por reyes.
Mientras transpiramos por el calor y hacemos un alto en el relato, Abdalá, el robusto chofer de cerca de 70 años, nos habla en su castellano parpadeante heredero (el idioma de los saharahuis es el hassaniya, una variante del árabe) de los tiempos en que tomó las armas. Porque ocurre que, al producirse la ocupación mauritano-marroquí, los saharahuis entraron en guerra contra ambos países, con lo que sostuvieron una batalla bastante más dura que la que ya libraban con la corona española, al menos desde 1973.
La guerra y el éxodo
El viejo tanque capturado en la guerra conoce esa historia, como ese resto de bala de cañón que encontramos en medio del desierto, ya cerca de la hamada (la parte más seca y mortal del Sahara), donde ya ni siquiera asoman esas haylas (perdices) que, horas antes, intentaron alegrarnos el camino, en medio del día calcinante. Ese guardia marroquí que a lo lejos distinguimos, parado sobre el muro, debe también procesar el tiempo con dolor.
Alí me precisa entonces el laberinto jurídico detrás de este thriller geopolítico, minutos después de que, como buen musulmán, se puso a orar mirando a La Meca. Junto con Abdalá, que detuvo la 4x4 para eso con una convicción apabullante. Según cuenta, y lo comprobé luego en una montaña de libros y documentos, en 1960 la ONU incluyó al Sahara Occidental en una resolución con la lista de “territorios no autónomos”.
A España se le planteó que se caminara hacia la “libre determinación” en 1967, vía referéndum. La consulta se iba a llevar a cabo en 1974, pero de pronto irrumpió el Acuerdo Tripartito. Marruecos, para afianzar su posición, solicitó al Tribunal de Justicia de La Haya un dictamen sobre sus derechos. El 16 de octubre de 1975 La Haya ratificó que se trataba de un territorio autónomo que tenía derecho a la autodeterminación.
“Así empezó la guerra”, recuerda Abdalá, memorioso. El conflicto entre el Frente Polisario, fundado el 10 de mayo de 1973, contra Mauritania y las tropas de Hassan II (el rey marroquí de entonces) comenzó en 1975, produjo unos 10.000 muertos y duró hasta 1991 (Mauritania se retiró en 1979), cuando la ONU llamó al alto fuego y anunció un referéndum para consultar a los ciudadanos si querían ser saharahuis o marroquíes.
Desató, además, desde 1975, un éxodo de más de 100.000 saharahuis hacia Tinduf, en Argelia, donde se ubicaron en campos de refugiados que hasta ahora permanecen allí, en la parte más demoledora de la Hamada. Como entre 1980 y 1987 se construyó el largo y tortuoso muro, ocurre que numerosas familias están divididas: una parte está en dichos campos y otra en la que los saharahuis, indignados, llaman “el Sahara ocupado”.
Campos de desesperanza
La consulta nunca se realizó, a pesar de que la ONU creó, en 1990, la Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (Minurso), con el fin de promoverla. Sus oficinas, “muy bien iluminadas” apunta Alí, están en una parte de la “zona liberada”, que es la que controlan los saharahuis detrás del muro, al este, donde está Tifariti, y que apenas es la tercera parte del polvoriento territorio en disputa.
¿Cómo es que este pueblo ha resistido estos 36 años de desesperanza, tanto en la “parte ocupada”, en la “zona liberada” y en los precarios campos de refugiados? La explicación, política, es que el 27 de febrero de 1976 el Polisario proclama la República Árabe Saharahui Democrática (RASD), reconocida hoy por más de 80 países, especialmente africanos y latinoamericanos (el Perú la reconoce pero no tiene embajador).
Mientras todo esto transcurre, se entrampa, hoy ya son cerca de 200 mil los refugiados que se consumen de paciencia y desesperanza en 4 campos que tienen nombres correspondientes a 4 ciudades del, para los saharahuis, “Sahara ocupado”: El Aiaún, Dajla, Smara y Auserd.
Cerca está Rabuni, la sede administrativa de la RASD, donde están sus modestos ministerios, y ahí también está el 'Protocolo', una suerte de alojamiento de cooperantes, de donde el pasado 23 de octubre un comando terrorista se llevó a dos españoles y una italiana (ver recuadro). Todo eso en territorios de Argelia, un país que apoya la causa saharahui y que, por eso, tiene la frontera cerrada y borrosas relaciones con Marruecos.
Los campos de refugiados son el corazón viviente del problema. No, esto no es África subsahariana. No hay acá siluetas escuálidas ni niños desfallecientes que escarban entre los granos, como en Somalia. Pero sí hay precariedad, en las casas, en los colegios, en los hospitales. Lo supe una tarde, cuando, gracias a alguna bacteria del desierto, tuve que acudir a uno de ellos, deshidratado, para que me atendieran con lo poco que había.
Un médico diminuto me tomó del brazo, me dijo “no te preocupes” y me dio unas sales salvadoras, en sobres con palabras en árabe, mientras yo experimentaba cómo era vivir, años de años, en ese desértico trance. Algo que se puede soportar solo gracias a la magnánima hospitalidad de los saharahuis, que comienza cuando, al entrar a su haima (carpa), te invitan un té dulcísimo y pasa por comer cotidianamente carne de dromedario.
El futuro minado
A estas alturas del viaje se cruza en mi memoria la imagen de ese pastor beduino, dueño de una gran manada de dromedarios, que se atravesó cuando Abdalá buscaba el camino, a punta de intuición, en medio del desierto. Nos detuvimos y quise saludarlo. Pero solo tenía muñones en las manos. Era una víctima de las minas, que según Landmine Action se demorarán 20 años en sacar, aunque solo tienen contrato con la ONU por 3 años más.
¿Cuánto tiempo pasará hasta que Marruecos y la RASD lleguen a un acuerdo? El único consuelo parece estar en esta escuela para niños especiales en Dajla, la primera en un campo de refugiados en el mundo me cuentan, donde unos chicos Down, autistas o con retraso mental bailan alrededor mío. Lo hacen con tanta ternura que el cielo despejado del Sahara se muestra capaz, ahora, de encender esperanzas y derribar cualquier muro.
Golpe a la cooperación
La noche del 22 al 23 de octubre, en Rabuni, la capital de la RASD, un comando armado secuestró a Ainoa Fernández y Enrique Gonyalons, dos españoles, y a la italiana Rosella Urru. Los cerca de 10 atacantes llegaron en dos 4x4 al local denominado 'Protocolo', donde suelen alojarse los cooperantes extranjeros que ayudan en los campos saharahuis.
Al día siguiente, en este local cundían la tristeza y el desconcierto. Algunas personas nos dieron su versión, anónimamente, sobre el hecho, la violencia con que se produjo (medió un tiroteo con guardias saharahuis) y la angustia de no saber dónde estaban los amigos plagiados. Recién el 12 de diciembre se tuvo una tenebrosa prueba de vida de ellos.
El desconocido grupo Jamat Tawhid Wal Jihad fi Garbi Afriqqiya (Movimiento de la Unidad para la Yihad en el oeste de África) envió un video a la sede de la agencia France Presse en Bamako (Mali), dirigido a los gobiernos español e italiano. En él, aparecen los secuestrados hablando en su lengua y rodeados de hombres armados. Lo último ha sido que el Frente Polisario ha detenido a un grupo de personas aparentemente vinculadas al grupo terrorista, que sería una escisión de Al Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI). La posibilidad de que sean liberados aumenta y los gobiernos italiano y español están trabajando en ese sentido, a fin de que acabe esta tragedia.
Por RAMIRO ESCOBAR LA CRUZ
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