Hay un pueblo varado en el desierto, en la Hamada argelina. Llevan treinta y cinco años en un lugar que no les corresponde, en un sitio que no es su sitio. Es el pueblo saharaui, olvidado por (casi) todo el mundo, abandonado a su suerte por la comunidad internacional, incapaz de hacer cumplir sus propias leyes, sus planes, sus resoluciones.
Hay un barco también, varado en ese mismo desierto. Quién sabe cuándo, los saharauis lo llevaron allí, a cientos de kilómetros del puerto más cercano, empleando para ello la misma constancia, la misma determinación con la que han conseguido mantenerse firmes en la defensa de sus derechos. Cuando lo hicieron, cuando tiraban del barco alejándose de la costa, en dirección contraria, repetían el camino que poco antes habían hecho miles de compatriotas saharauis: ellos también iban en dirección contraria, se alejaban de la costa, de su país. Y puede que ni siquiera supieran por qué arrastraban un barco hacia las dunas y más allá.
Probablemente soñaban con volver en él, saludar desde cubierta a las gentes que algún día abarrotarían el puerto de El Aaiún para recibirles entre banderas y salvas.
Lo que no sabían era que, antes de llegar a las costas del Sáhara Occidental, el barco iba a pasar primero por la península ibérica, por París y Estrasburgo.
Hay un barco también, varado en ese mismo desierto. Quién sabe cuándo, los saharauis lo llevaron allí, a cientos de kilómetros del puerto más cercano, empleando para ello la misma constancia, la misma determinación con la que han conseguido mantenerse firmes en la defensa de sus derechos. Cuando lo hicieron, cuando tiraban del barco alejándose de la costa, en dirección contraria, repetían el camino que poco antes habían hecho miles de compatriotas saharauis: ellos también iban en dirección contraria, se alejaban de la costa, de su país. Y puede que ni siquiera supieran por qué arrastraban un barco hacia las dunas y más allá.
Probablemente soñaban con volver en él, saludar desde cubierta a las gentes que algún día abarrotarían el puerto de El Aaiún para recibirles entre banderas y salvas.
Lo que no sabían era que, antes de llegar a las costas del Sáhara Occidental, el barco iba a pasar primero por la península ibérica, por París y Estrasburgo.
Porque el “Sáhara Libre” va a hacer el camino inverso. No va a salir del primer mundo para abastecer a la población de la zona en conflicto, sino que saldrá de los campamentos de refugiados para repartir dignidad en cada uno de los puertos europeos en los que atraque. Y será así, porque es tan necesaria la ayuda humanitaria como la política. Los saharauis necesitan que quienes tienen la autoridad, hagan cumplir la legalidad internacional. Necesitan que los políticos hagan suyo el compromiso que ya tienen millones de personas en todo el mundo.
Los saharauis, y quienes les apoyamos en sus justas reivindicaciones, necesitamos activar la solidaridad de la sociedad civil, y el 'Sáhara libre' será la herramienta perfecta con la que romper el muro de silencio del que quieren hacer víctima al pueblo saharaui
Fuente: elbarcodeldesierto
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