Hace unas semanas en medios periodísticos de todo el mundo, trascendió el pedido de disculpas de la ONU por su fracasada gestión en Siria. Rápidamente vino a mi memoria el drama del pueblo saharaui, un ejemplo claro donde la comunidad internacional mantiene un silencio cómplice ante las pruebas evidentes sobre las violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos. No solo en el pasado, donde se cometieron crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, sino en la actualidad, donde la Potencia ocupante, Marruecos se niega a cumplir con un Plan de Paz, que se ha transformado en letra muerta, explota los recursos naturales del territorio ocupado en abierta contravención al Derecho Internacional, unido a una política de represión sistemática de cualquier gesto de disidencia u oposición por parte de la población saharaui. Cabe destacar que la población saharaui en los territorios ocupados, vive en una suerte de apartheid, siendo ciudadanos de segunda, al ser los menos beneficiados de las políticas de inventivo económico que promueve Rabat, con el claro objetivo de promover la llegada de colonos marroquíes y borrar la identidad y cultura saharaui. Una violación flagrante a los Convenios de Ginebra.
Mientras millares de saharauis en los territorios ocupados viven sujetos a un régimen opresivo, afectados por la pobreza, el desempleo y la discriminación. Poderosos intereses económicos se benefician ampliamente con la explotación de las ricas minas de fosfatos y la pesca. A ello se suma las explotaciones agrícolas, lucrativo negocio que genera también muchos millones, de los cuales los saharauis no ven un “céntimo”.
La ONU que pide perdón por la sangría del pueblo sirio – víctimas de la “competencia” entre viejas potencias y otras que buscan un lugar “bajo el sol” – en el Sahara Occidental es un testigo mudo de la injusticia. Por un lado encontramos una misión de paz que carece de facultades de monitoreo de derechos humanos, algo insólito, pero que responde a los intereses de la Potencia ocupante y su aliado, Francia, país paladín de los derechos humanos, especialmente en América Latina, donde se han cansado de darnos lecciones a los sudamericanos sobre dicho tema, pero parece que no son tan estrictos con otros países, como Marruecos. La respuesta es simple, intereses. Esos intereses, han impedido que la opinión pública mundial conozca el drama humanitario de los refugiados en Tinduf y que hoy subsistan gracias a una ayuda siempre menguante. Esos intereses inconfesables están detrás del silencio informativo, que impide que el mundo conozca la dura realidad de los saharauis en los territorios ocupados y el terrible pasado de torturas, desaparición forzada de personas, represión indiscriminada y ataques armados a la población civil (Um Draiga, prueba de un crimen de guerra), de las fosas comunes halladas el año pasado por un equipo de la Universidad del País Vasco.
Esperemos que algún momento, la ONU, que capitaneó exitosos procesos de paz como el de Timor Oriental y Namibia (donde tuvo una actuación más que destacada), no solo pida perdón por décadas de sufrimiento del pueblo saharaui, sino que arbitre los medios para que la voz de este pueblo, ejemplo por su lucha y resistencia, sea escuchada. Mientras tanto, todos los amigos del pueblo saharaui debemos mantenernos firmes difundiendo con nuestros medios al alcance la Justa Causa del Pueblo Saharaui.
Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro
Abogado argentino, Magíster en defensa nacional
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