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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Huellas del Sáhara

En el recreo, mi amigo Javier me dijo que le acompañase a su casa después del colegio. Quería que conociese a su hermano José, que acababa de regresar del Sáhara, donde era teniente en las Tropas Nómadas. Corría el año 1975 y para nosotros el Sáhara estaba rodeado de una aureola de aventura. En mi imaginación, ese lugar era como los sellos del «Sáhara Español» de la colección de mi madre: una estampa colonial en dos colores de mujeres con velo, camellos y puertas con arcos ojivales.

Al principio, el encuentro con el héroe de guerra fue un pequeño anticlímax. En vez de contarnos batallas nos tomó el pelo diciéndonos que lo único a lo que había disparado era a un perro del destacamento que se había vuelto loco con el calor. En realidad había tenido varios encuentros serios, pero no quería hablarles de eso a unos niños. Nos contó, en cambio, una historia que, tantos años después, todavía recuerdo. Era sobre un cabo rastreador que tenía en su unidad, un saharaui al que incluso los otros guías consideraban un fuera de serie.

A la compañía de José la habían enviado por el desierto en persecución de una patrulla infiltrada. Cuando por fin encontraron una huellas, los áskaris se pusieron a discutir sobre el número de personas y camellos que habían pasado por allí, mientras el cabo rastreador en cuestión lo contemplaba todo en silencio. De repente hizo un gesto y todos se apartaron. Se acercó, se agachó, tocó las huellas con las yemas de los dedos, desmenuzó una boñiga de camello -«como los indios de las películas», nos contaba José- y finalmente dijo: «Son cuatro hombres, tres a pie y otro montado. Los camellos son un macho, que es el que va montado, y dos hembras con una cría. Una de las hembras va cargada y la otra es la madre de la cría, que va suelta. Pasaron ayer por la noche y vienen de Marruecos». Los otros rastreadores habían asentido sin discusión. Más adelante encontraron al grupo infiltrado y era exactamente como lo había descrito el cabo rastreador.
Nos quedamos con la boca abierta. José nos explicó entonces que el macho del camello pisa distinto que la hembra, que la huella es más o menos profunda según cómo van de cargados, que el camello que va suelto tiende a desviarse del camino, que en la boñiga hay restos de semillas que permiten identificar dónde han pastado unos días antes, que de noche la huella es distinta porque la arena está algo húmeda, y muchas otras cosas que no recuerdo ya... Pero José reconocía que a él todas las huellas les parecían iguales. «Es su país, no el nuestro, y lo conocen como la palma de la mano». Se me quedó grabada su admiración y afecto por los saharauis, a pesar de la lucha que venían librando con el Frente Polisario.

A los pocos días, Javier me contó que a su hermano lo habían llamado urgentemente de vuelta a su unidad. Poco después, el 6 de noviembre, arrancaba la Marcha Verde. Ayer hizo, exactamente, cuarenta años de eso.

Hoy sabemos que todo lo que siguió fue una farsa. El lobby promarroquí del franquismo había pactado con Hassan II hacer algo de teatro para justificar la entrega del Sáhara a Marruecos. Imagino que aquel cabo rastreador acabaría siendo uno de tantos miles de saharauis que tuvieron que cruzar la frontera hacia Argelia, camino de los campos de refugiados de Tinduf y el exilio. Hoy será casi un anciano, y el viento y el tiempo habrán borrado las huellas del camino de vuelta. Pero ¿quién sabe?, puede que todavía sea capaz de encontrarlas en la arena. Como decía el teniente José: es su país y lo conocen como la palma de la mano...

Por Miguel-Anxo Murado
Imagen: ED CAROSÍA


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