Por Marian Rosado / El periódico de Extremadura
La República Árabe Saharaui Democrática conmemoraba esta semana su 41º aniversario. Cuatro décadas de Gobierno en el exilio. Recuerdo que la primera vez que escuché el término «saharaui» se remonta a los veranos de mi infancia, cuando jugaba en la piscina y en las plazas del pueblo de mi abuela con esos niños que venían a pasar un verano más leve que el que azota al desierto. Esa era la explicación que me daban los mayores. Yo me preguntaba por qué sus familias vivían en el medio del Sahara y no en otro lugar menos extremo, pero bien la cuestión desaparecía repentinamente de mi mente, bien cuando la pronunciaba en alto era ignorada por los adultos -entendible ante una cuestión complicada para una niña-. Los mismos oídos sordos que lleva practicando el Estado español durante estas cuatro décadas –no entendible, ya que obvia su responsabilidad histórica en el conflicto-.
Explicaba una profesora en mi universidad que España es un país que se mueve desde hace mucho tiempo entre el orgullo y la decadencia. El caso del Sahara Occidental es una evidencia más. El orgullo puede venir por esa sociedad civil solidaria, como prueban las familias acogedoras. Y la decadencia se demuestra en un desastre político dejado por la agonizante dictadura y perpetuado por los sucesivos gobiernos hasta el día de hoy, en la inoperancia por una mal disimulada cobardía ante el vecino del sur y varios patrones del norte, aderezada por intereses económicos varios. La inacción amparada por una Europa política igualmente nula. Poco o nada se cuenta en nuestras escuelas o institutos sobre esa última colonia –de la que todavía hoy somos, legalmente, potencia administradora- a la que el país abandonó a su suerte. Qué pena que un cuarto de siglo de lucha pacífica sólo sirva para intentar no caer en el olvido. Qué mala suerte para esa tierra el enmarcarse tan bien en la amenaza del comunismo antes y en el miedo al terrorismo islamista hoy.
Esta semana también ha sido noticia el repliegue de Marruecos en la región de El Guerguerat, en la frontera con Mauritania, donde la tensión con el Frente Polisario iba en aumento. Ahora que el reino alauita ha entrado en la Unión Africana parece que las partes deberían estar condenadas a entenderse. Ojalá, aunque España se lave las manos. Generaciones de saharauis han nacido y muerto en los campos de refugiados de Tinduf. Cuando la lucha pacífica se prueba insuficiente, no nos sorprendamos si en algún punto hay quien decide tomar otras alternativas.
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