Por Mario Martín Gijón / Fuente: elperiodicoextremadura.com
Resulta curioso cómo los medios guían nuestra atención, poniéndonos anteojeras para que veamos los desafueros de ciertos regímenes y seamos ciegos para los otros. No pasa casi un día sin que se hable de la situación en Venezuela, pero seguramente la mayoría de los españoles apenas sea consciente de lo que pasa en Marruecos, mucho más cerca. Hay una consigna tácita para no criticar nada de nuestro vecino del sur, donde España es el segundo país con más intereses comerciales. Da igual la represión del pueblo saharaui, abandonado por los españoles salvo por los que acogen a sus niños en verano, da igual la persecución de cualquier religión que no sea el Islam y parece dar igual la situación en el Rif, habitado mayoritariamente por bereberes, con una lengua y cultura distintas, pero tradicionalmente sumidos en una pobreza (descrita en tonos pavorosos por Mohamed Chukri en su excelente libro autobiográfico El pan desnudo) que los monarcas marroquíes no han hecho nada por remediar.
Hace décadas Hassan II (ese gran amigo de Juan Carlos I sofocó a base de napalm las revueltas de los rifeños, pueblo combativo y valeroso. Bien lo sufrieron en Annual los españoles enviados allí en una guerra sin sentido, como narrara Ramón J. Sender en su novela Imán. La muerte hace ahora un año de Mouhcine Fikri, al que por vender pescado ilegalmente la policía trituró dentro de un camión de basura, desencadenó la indignación de unas gentes que no reciben nada del auge económico del que se vanagloria Mohamed VI, uno de los hombres más ricos del mundo. Las protestas terminaron con cientos de detenidos. Mi amigo, el historiador Roberto Carlos Ramírez, que fue profesor en Alhucemas, me cuenta que varios colegas suyos han tenido que exiliarse en España. Los bereberes (o, como ellos se denominan, amazigh, que quiere decir «libre») no piden la independencia, sino simplemente una vida con la dignidad que ven pisoteada diariamente y cuyo símbolo fue el martirio de Fikri.
Piden hospitales para no tener que viajar a Uxda o Rabat, a más de cinco horas, piden una universidad, o medidas para combatir la corrupción y el altísimo paro que obliga a muchos jóvenes a emigrar a Europa. Decenas de presos políticos rifeños están en huelga de hambre, sin los portavoces que tendrían si fueran venezolanos. Es evidente que Estados Unidos y Europa consideran a Mohamed VI un «garante de la estabilidad» en el norte de África, más o menos como en un tiempo consideraron a Franco. La historia demuestra que la estabilidad basada sobre la opresión no dura siempre, y nada beneficiaría más la propia estabilidad de Europa que un África donde valiera la pena vivir y nadie sufriera el destino de Mouhcine Fikri.
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