Por Laura Barceló / Um Draiga
“Una joven refugiada saharaui va a dar a luz a su primer bebé. Toda la familia se moviliza. Están felices. Pero la niña nace con poco peso y a las pocas horas muere. No hay medios suficientes para mantenerla con vida, estamos en un campo de refugiados. La madre también corre peligro debido a la fuerte anemia que sufre. La alegría se convierte en tristeza. El día acaba ante un horizonte infinito de arena y piedras: es el cementerio del campamento El Aaiun. Otros diez pequeños círculos de piedra, de aspecto reciente, nos provocan desazón al caminar por este inmenso mar de vidas olvidadas. Sí, son otros diez bebés muertos. El resultado de 42 años de abandono. Sí, España tenemos una deuda con el Pueblo Saharaui”.
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A primeros del mes de diciembre de 2017 viajé a los Campamentos de población refugiada saharaui en Tinduf (Argelia). Hacía 4 años que no visitaba a las familias de las que he tenido niños y niñas de acogida para los veranos y la oportunidad del momento, la situación familiar, el puente y las ganas se unieron, por fin, y pude viajar.
Desde que salí de mi casa en Zaragoza hasta que llegué a la jaima de Fatu y Mami pasaron 27 horas. Aunque la ilusión se peleaba con el cansancio, al final caí derrotada tras los primeros abrazos. Un viaje a un campo de personas refugiadas no se parece en nada a otros viajes. Nada se parece a lo normal. La población saharaui lleva 42 años viviendo allí, pero sigue siendo una instalación provisional, de emergencia. En esta parte del desierto argelino, la Hammada, nunca antes había vivido nadie de manera permanente.
La sensación de vivir a la intemperie, a merced de las inclemencias del tiempo, se hace patente para nosotros sólo pasando unos días en invierno. En este mes las temperaturas por el día no superan los 30º C, pero por la noche caen hasta los 6ºC, y suele hacer mucho viento cargado de fino polvo, bastante molesto. La sensación ha sido de bastante frío, sobre todo por la noche. El resto del año el calor va en aumento, llegando a temperaturas de 54ºC con un ambiente extremadamente seco, y el polvo, que hace mucho daño en las vías respiratorias y los ojos.
Pero esto ya lo sabía de otras visitas. En este viaje ha habido circunstancias y acontecimientos que me han marcado, que me han tocado de cerca, y que han puesto nombre y cara a esos informes oficiales de los organismos internacionales.
Estas entidades hablan de 40% de malnutrición infantil, 30% de déficit de crecimiento infantil, del 43 por mil de mortalidad en neonatos, del 60% de anemia en mujeres, que sube al 71% en mujeres lactantes, o del 7,6% de desnutrición grave en niños y niñas y mujeres en edad fértil. Cifras que a la mayoría dejan indiferentes. Pero vivir de cerca esta realidad es muy diferente.
Desde el año 2000 estoy acogiendo niños y niñas saharauis en el Programa Vacaciones en paz que promueve su estancia en España durante los dos meses de verano, lo que les permite salir del desierto y recibir asistencia médica, alimentarse adecuadamente y disfrutar del ocio, derechos básicos de la infancia sin duda. Todos se han incorporado a nuestras vidas como uno más de la familia, al igual que sus padres y hermanos y hermanas a los que hemos conocido en varias visitas a los Campamentos.
La familia de Fatan, el primer chico, vive en la wilaya de Smara, y allí me encontraba alojada estos días. Una llamada alteró la tranquilidad de la mañana y movilizó a buena parte de la familia. El motivo era de alegría. Una sobrina se había puesto de parto, su primer parto, y todos querían ayudar y participar de ese momento, así que se fueron para El Aaiun.
Pero lo que iba a ser un día de fiesta se convirtió en una pocas horas en un día de duelo. La madre estaba muy débil, la niña, su primer bebé, nació algo prematura y con poco peso y murió de madrugada. La madre a punto de perder la vida.
En el cementerio de El Aaiun se podían apreciar al menos otras diez tumbas recientes de bebés. Me lo contaba su tío con lágrimas en los ojos, esperando además que la salud de la madre no empeorase.
Todos volvieron tristes. Me impresionó su dolor y cómo aceptaron lo ocurrido, posiblemente porque no era la primera vez que lo vivían. Me invadió para el resto del viaje una melancolía mezclada con rabia, por la impotencia, que me paralizó, quedándome arrebujada entre las mantas, queriendo huir de esa realidad tan aplastante.
Una vez aquí, en la seguridad que me da mi hogar y este primer mundo en el que hemos tenido la suerte de nacer, reflexiono sobre lo vivido. No puedo evitar preguntarme por qué tienen que ser así las cosas.
No dejo de darle vueltas a otra visita que realicé. Una amiga, que también viajó para ver a la niña saharaui que tuvo en acogida durante 4 años, me invitó a su jaima. Pronto se iba a casar, de hecho en estos momentos ya lo está, y viene arrastrando una anemia muy fuerte desde hace 5 años. Tiene 23. No hago más que pensar en que próximamente querrá formar una familia, tener un bebé, y quedará embarazada. Me obsesiona pensar que si no hago nada, si no hacemos nada, pueden morir ella y su bebé. Me viene a la cabeza una y otra vez.
Pero todavía me faltaba entregar una carta en otra familia. Una joven madre que también estuvo varios veranos con una amiga. Tiene en brazos a Mula, una niña de 2 años que es un amor, pero que arrastra un déficit de desarrollo tremendo desde su nacimiento. Tan solo pesa 6,5 kg, lo mismo que un bebé de 6 meses en nuestro país. Recuerden las cifras que decía antes al respecto, aquí se convierten en una personita de carne y hueso que quiere vivir. Los médicos no le han dado muchas esperanzas de supervivencia. Necesita aportes alimenticios especiales y no sabemos si van a llegar a tiempo. La ayuda internacional no llega para cubrir todas las necesidades y la familia de acogida de Zaragoza hace envíos periódicos que tardan mucho en llegar.
¿Por qué aceptamos sin más tanta injusticia con el Pueblo Saharaui pese a contar con el respaldo de Naciones Unidas y el derecho internacional?. ¿Cómo seguimos consintiendo el expolio de sus recursos naturales, beneficiándonos de sus bancos de pesca, de los fosfatos, la arena o el petróleo mientras los Saharauis, sus legítimos propietarios, pasan estas calamidades?
España debemos asumir de una vez nuestra responsabilidad como potencia colonial que fuimos, hasta 1975 con presencia en el territorio del Sahara Occidental, pero del que seguimos siendo administradores de facto al no haber realizado formalmente el proceso de descolonización mandatado por Naciones Unidas: la celebración de un referéndum de autodeterminación. Las Cortes Generales deberían abordar este asunto sin más dilación, en una ponencia específica que marque la agenda al Gobierno para que asuma un papel más activo ante la ONU y la comunidad internacional.
Mientras tanto, hay que llevar alimentos y medios a la población refugiada que garanticen su salud y la vida cotidiana. No es una cuestión de ayuda humanitaria, como si fuera un desastre natural, es una cuestión de justicia, por la responsabilidad que tenemos España con la situación.
No podemos quedarnos indiferentes. Mi dolor continúa, pero trato de convertirlo en fuerzas para seguir acompañando a las y los Saharauis en su lucha. Necesitamos que toda la solidaridad y la amistad histórica con el Pueblo Saharaui la convirtamos en algo más, ¿por qué no en una solución definitiva?.
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