Por Benda Lehbib Lebsir / Fotografías: Rodrigo Duque Estrada / 1Saharaui
Y qué genial
Qué astuto
Qué indecente
Qué maravillosamente oportuno
El soplo de viento…
Qué bien -Izal-
Hace mucho tiempo que no estoy un año entero en los Campamentos, once años para ser exactos, y en ocasiones no viene mal tirar de recuerdos para regresar al lugar que me da fuerza y energía. Que me relaja y me divierte a partes iguales. Ese lugar de bruscos cambios de temperatura, donde el té es el café de las 24 horas, la gente no dice que NO a nada, y por supuesto donde llegar tarde a lo que sea está más que asumido.
Ese lugar, en el que cerrar los ojos y respirar hondo es el único esfuerzo que hay que hacer. Respirar y cerrar los ojos. Ese lugar de atardeceres, de puestas de sol, de brisa tenue y el silencio más relajante y conmovedor que uno pueda sentir. Donde el tiempo se para, todo parece ir más lento, sin móvil, (y aunque parezca mentira, en mi caso me viene de cine) ni tampoco reloj. Ni de compartir fotos en redes sociales, de eso, ni hablar.
A veces, nos enfrentamos a un contraste emocional importante. Y qué decir de la famosa nostalgia, que no es más que; esa sensación que experimentas cuando estas lejos de los tuyos. Cuando disfrutas de una video-llamada un sábado por la noche y mueres por el cus-cus cualquier día de invierno. Cuando te rindes al puro estilo saharauis, una melhfa cualquiera porque tu gusto no se ajusta a la “moda”. O en mi caso, la primera melhfa que pillo, me la pongo.
Cuando sabes que la felicidad se cuenta por momentos. Momentos como escuchar esas canciones que oías en la radio de pequeña y que te recuerdan a tu abuela, o a tu madre. Momentos como descubrir en tu álbum aquellas fotografías de hace años, y que te trasladan directamente a lugares inverosímiles de la mano de los mejores recuerdos. Porque sí, son los mejores. Y que nadie diga lo contrario, porque aquí todos tenemos esa foto con los pelos despeinados, en la mano un trozo de pan y como no, descalzos…
Cuando cuidas todos y no se escapa ninguno de los detalles. Cuando te interesa la política, y los partidos del fútbol incluidos. Cuando dejas de quitar la parte más negra del plátano para comértelo entero. Y el pescado dejó de ser aburrido hace tiempo porque acompaña al arroz más rico que has comido. Y que me perdone la paella, pero donde esté “maru hut” de mi madre que se quite el resto.
Cuando echas de menos. Y, a veces, echas de más.
Cuando disfrutas del sencillo arte de no hacer nada, sin necesitar nada más, tampoco a nadie más. Cuando buscas la felicidad en las cosas más sencillas; una tarde de lluvia, un paseo relajada por el zoco, una tarde sin parar en “lidara” esperando el reparto de la comida.
De cuando sacar una bandeja de cacahuetes, acompañando al té se convierte en una merienda excepcional, y además en un sitio especial, como puede ser el patio de tu casa, sentados toda la familia en unas esterillas mientras hacen cachitos de cartón para dar de comer a las cabras.
Una vez, leí en algún sitio que cuando la felicidad está presente no hay tiempo de hacer fotos y mucho menos de compartirlas “subiendo” nada a ningún lado. No. No hay ganas porque ese lugar es nuestro. Eso es felicidad, paz. Y eso se vive, no se comparte. Y yo quiero volver a vivirlo. Y compartirlo. Andar sobre esas arenas que ya nos conocen, porque juraría que más de una vez nos intentan guiñar como diciendo volveréis, no os intentéis engañar. Y pasar la tarde como siempre. Sin más. A veces uno no necesita más que eso.
Porque no sé si la nostalgia es más un estado emocional o de plenitud. Si responde a momentos puntuales o está con nosotros de manera permanente. Pero lo que sí tengo claro es que la puerta que nos conduce a ella está más cerca de lo que pensamos. Y mientras nos sigamos ocultando tras la máscara del “si yo tuviera…si yo fuera…si yo estuviera…”, algo que llaman vida, la nuestra, irá pasando de la mano del tiempo sin que podamos hacer nada para impedirlo, siendo siempre tarde para recuperar lo perdido.
Por que cuando todo se reduce a la sencillez, a no tener miedo a casi nada, cuando toca andar descalza y despeinada. Cuando quieres como nunca y más que antes. Cuando estás ahí, y una sonrisa tonta se dibuja en tu cara. Sí justo ahí, cuando te das cuenta de todo, que no se si se llamará nostalgia o no pero ojalá un reencuentro, pronto.
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