Desde
una jaima instalada en homenaje a Said en la azotea de una casa de Arrecife (Lanzarote),
los hermanos de Said Dambar continúan reclamando justicia. Una de sus
hermanas, Yamila, visitará en las próximas semanas Zaragoza. Denuncian
que tres meses después del asesinato del joven saharaui por la policía
marroquí, todavía no han podido ofrecer sagrada sepultura al cuerpo de
Said, lo que para ellos representa no sólo la muerte física, sino
también la espiritual.
Al cierre de este reportaje, la embajada marroquí guarda silencio ante las peticiones de información sobre este caso.
Fuente: Poemario por un Sahara Libre
El
pasado 21 de diciembre, el joven saharaui Said Dambar salía de ver un
el partido del Barcelona contra el Athletic de Bilbao de un cibercafé en
El Aaiún, en los territorios ocupados por Marruecos. A pesar de que el
partido finalizó alrededor de las 22 horas, la primera noticia que tuvo
su familia sobre el paradero de Said fue a las tres de la madrugada,
cuando varios policías vestidos de civil llamaron violentamente a la
puerta del domicilio familiar.
Reclamaban
su documentación marroquí, alegando que se había opuesto a una
identificación y que se encontraba en las dependencias del gobernador
(wali) de El Aaiún. Allí se llevaron a su hermano mayor, Mohamed, al que
se le informó sobre un altercado entre Said y la policía al que “el
gobernador trató de quitar importancia y comprar su silencio”, tal y
como narran sus hermanos.
No
fue hasta dos días más tarde cuando su familia conoció la verdad: Said
se encontraba en la morgue del hospital con un tiro entre ceja y ceja y
otro en el corazón.
Hoy,
más de 120 días después, su cuerpo continúa retenido en el depósito de
cadáveres, sin haberse realizado ningún examen forense, impidiendo
cualquier denuncia sobre lo sucedido. De este modo, su muerte no sólo ha
sido física, sino espiritual, puesto que el Islam, religión practicada
por la familia, indica que el cuerpo fallecido debe recibir sagrada
sepultura en los tres días siguientes a la muerte. “No está ni con los
vivos ni con los muertos”, se lamenta su hermano Lehbib, “es la primera
vez que Marruecos se atreve a hacer algo así”.
Para
sus allegados, a la amargura sentida se suma un agravio: “se trataba
del menor de la familia, en el que estaban depositadas las esperanzas
–relata su hermano Khalil. Said era licenciado en Economía y posgraduado
en la Universidad de Fez, deportista, respetuoso con sus padres y
trabajador en el Ayuntamiento de El Aaiún. Defendía la causa de su
pueblo pero no era un activista. Su asesinato ha sido una medida
ejemplar para otros jóvenes saharauis, transmitiéndoles el mensaje de
que da igual lo que traten de prosperar, siempre estarán amenazados por
el hecho de ser saharauis”.
La angustia de no saber
Sembrar
la incertidumbre es otra de las estrategias utilizadas por las fuerzas
de seguridad marroquíes. Durante los dos días siguientes al 21 de
diciembre, la familia de Said se apostó en la puerta del hospital Ben El
Mehdi, incluidos sus padres, de 90 y 76 años. El goteo de noticias era
confuso y contradictorio. Tras escuchar historias sobre que estaba
hospitalizado por una riña callejera, que necesitaban permiso para ser
operado, que se recuperaba favorablemente… finalmente, su hermana
consiguió acceder al depósito de cadáveres y logró grabar con la cámara
de su teléfono móvil imágenes del cuerpo de Said en las que se evidencia
que la muerte fue por disparos, uno de ellos en la frente. “Ella
también pudo ver que antes de dispararle le maltrataron, porque tenía
los ojos verdes y la ropa rota”, recuerda Khalil.
El
miedo a la represión marroquí hace callar a los testigos que
presenciaron los hechos y que oyeron los disparos, pero la familia de
Said Dambar comprende la situación y no se amedrenta por ello. Resiste
fuertes presiones externas, que tratan de forzarles a aceptar un pacto
que ocultaría todo lo sucedido. “Nos ofrecen trabajo para todos los
hermanos a cambio de entregarnos el cuerpo amortajado, completamente
tapado, para enterrarlo de noche y sólo en presencia de la familia más
cercana”, asegura Lehbib. Mientras, Khalil añade: “incluso envían a
gente que dice a mis padres que el hospital está sufriendo cortes de
luz, por lo que las neveras no pueden evitar la descomposición del
cuerpo de Said con el único propósito de sembrar la duda y forzarnos a
aceptar el trato”.
Nada
de esto va a conseguir callar la voz de esta familia saharaui. Pese a
que participaron en el campamento de Gdeim Izik, como otras miles de
familias, vivían integrados en la sociedad de El Aaiún. “La sangre de un
hijo del pueblo saharaui no tiene valor a estas alturas. Lo único que
cuenta es su dignidad”, afirma rotundo Khalil.
“Hoy,
la lucha pacífica de la familia de Said, reclamando verdad y justicia,
se centra en conseguir apoyos institucionales, como el recibido por el
Cabildo de Lanzarote. Asimismo, preparan una querella que será
presentada en la Audiencia Nacional española y recogen firmas para hacer
más fuerte su grito exigiendo que se castigue a los culpables y se
conozca la realidad de lo sucedido”, asegura José Morales, representante
del Espacio Sahara de Lanzarote.
Por
otro lado, Bachir Mansur, portavoz de la comunidad saharaui en
Lanzarote, se muestra optimista por la coyuntura internacional tras los
alzamientos en el norte de África. “La chispa de la libertad saltó en
Gdeim Izik”, asevera Mansur. “Estamos pendientes de que se dote de
competencias en derechos humanos a la misión de la ONU en el Sahara
(MINURSO), si eso sucede, habrá muchos otros campamentos de la
libertad”.
Se desvanece la esperanza del reencuentro
La
última vez que Khalil vio a su hermano Said fue cuando éste tenía tres
años, en 1987. En ese momento, la familia decidió trasladar a varios de
los hermanos a los campamentos de refugiados, bajo el cuidado de la
abuela, mientras que otros permanecieron en El Aaiún. Desde entonces, y
pese a la distancia y al muro de la vergüenza, la familia construyó
fuertes lazos alimentados con llamadas telefónicas o conversaciones vía
Internet.
Esta
es la historia de miles de familias separadas por el muro construido
por Marruecos. La mayoría de ellas sigue adelante con la esperanza del
reencuentro. La de Said Dambar, a partir de ahora, lo hará
exclusivamente con el ánimo de esclarecer lo sucedido y con la fuerza
que otorga el saberse defensor de la justicia.
Durante
un tiempo, algunos de los hermanos, como Khalil y Lehbib, residentes en
Lanzarote, instalaron una jaima con capacidad para 100 personas junto
al Charco de San Ginés, en Arrecife. Allí recibieron la solidaridad de
cientos de ciudadanos. Mientras, su hermana Yamila se está desplazando
por distintos lugares de la península y de Europa para contar su lucha.
Está previsto que en las próximas semanas visite Zaragoza para
encontrarse con simpatizantes del Pueblo Saharaui. Desde Lanzarote, por
el momento, el homenaje personal que han rendido a Said ha sido montar
una jaima en una azotea. Para los descendientes de los hijos del viento
la jaima es un símbolo de hogar, de lucha. Un homenaje a Said.
Fuente: Poemario por un Sahara Libre
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