No es fácil resumir las experiencias que se pueden vivir en un primer contacto con el pueblo saharaui exiliado en una parte de su antigua tierra de Tinduf, hoy de la nación argelina que, solidariamente, lo acoge. Sobrecoge el desierto, sus noches y sus amaneceres, los contrastes de sus temperaturas, la infinitud de un horizonte que no te cansa otear. Pero es el pueblo que lo habita quien rompe cualquier esquema de pensamiento previo.
A las cuatro de la madrugada, sin aviso de la visita, se hace patente la hospitalidad de una población que comparte lo poco que posee. Despertados los que serían, durante días, nuestros acogedores hermanos preparan todo lo necesario para un breve descanso. Agasajan, colman de atenciones al visitante que se convierte, por unos días, en parte de la familia.
Los valores, bajo los que crecí en mi infancia, perdidos en la decrépita Europa, siguen presentes allí: el respeto a los mayores, que son escuchados y venerados; la pertenencia a una gran familia con incontables primos y parientes; la natural religiosidad en todo pueblo, sin fanatismos; el amor al aprendizaje en la escuela; el aprovechamiento de un tiempo que transcurre con paz y gran calma; la identificación con una patria legada por los antepasados; el espíritu de agradecimiento, manifestado reiteradamente a aquellos que colaboran en solventar sus necesidades. La tolerancia en la convivencia.
Los políticos, con medios tan pobres como los de su pueblo, tienen una idea clara de lo que representa el servicio a la comunidad. No puede haber enriquecimientos, no los hay. Fieles a los compromisos. Lo mismo podríamos afirmar de los médicos, los administrativos, y todos los que trabajan para mantener el espíritu de lucha, especialmente las mujeres que se hacen cargo de casi todas las responsabilidades intermedias de la sociedad amén de las que se encuentran en las más altas magistraturas. Los medios de comunicación, con paupérrimos presupuestos, no entienden de telebasura, no envilecen a sus telespectadores, sólo informan y llenan un poco el tiempo dedicado al ocio.
Los jóvenes tienen un ideal, no están esclavizados por el materialismo. Como sus mayores aman a su bandera, cantan el himno nacional. Sienten orgullo por sus idiomas, árabe- hassanía y español. Asumen su pasado hispanoárabe. Respetan su historia, que nos le divide porque la entienden como lo que es y no como ocasión de enfrentamientos y sí de enriquecimientos. Pacientes en la espera y luchadores en orden a reconquistar su tierra, prometida para algunos que nunca la han podido ni siquiera pisar.
Tanto a la llegada como en la despedida, impresionaba contemplar, en la fría oscuridad del desierto, aquellos soldados que custodiaban el sueño de los vecinos de los campamentos saharauis que me hacían recordar aquella descriptiva frase poética “Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas”. Ciertamente, si hay un cielo limpio es el estrellado que hermosea el techo común de un pueblo exiliado en la esperanza de poder observarlo en su propia patria.
Los valores, bajo los que crecí en mi infancia, perdidos en la decrépita Europa, siguen presentes allí: el respeto a los mayores, que son escuchados y venerados; la pertenencia a una gran familia con incontables primos y parientes; la natural religiosidad en todo pueblo, sin fanatismos; el amor al aprendizaje en la escuela; el aprovechamiento de un tiempo que transcurre con paz y gran calma; la identificación con una patria legada por los antepasados; el espíritu de agradecimiento, manifestado reiteradamente a aquellos que colaboran en solventar sus necesidades. La tolerancia en la convivencia.
Los políticos, con medios tan pobres como los de su pueblo, tienen una idea clara de lo que representa el servicio a la comunidad. No puede haber enriquecimientos, no los hay. Fieles a los compromisos. Lo mismo podríamos afirmar de los médicos, los administrativos, y todos los que trabajan para mantener el espíritu de lucha, especialmente las mujeres que se hacen cargo de casi todas las responsabilidades intermedias de la sociedad amén de las que se encuentran en las más altas magistraturas. Los medios de comunicación, con paupérrimos presupuestos, no entienden de telebasura, no envilecen a sus telespectadores, sólo informan y llenan un poco el tiempo dedicado al ocio.
Los jóvenes tienen un ideal, no están esclavizados por el materialismo. Como sus mayores aman a su bandera, cantan el himno nacional. Sienten orgullo por sus idiomas, árabe- hassanía y español. Asumen su pasado hispanoárabe. Respetan su historia, que nos le divide porque la entienden como lo que es y no como ocasión de enfrentamientos y sí de enriquecimientos. Pacientes en la espera y luchadores en orden a reconquistar su tierra, prometida para algunos que nunca la han podido ni siquiera pisar.
Tanto a la llegada como en la despedida, impresionaba contemplar, en la fría oscuridad del desierto, aquellos soldados que custodiaban el sueño de los vecinos de los campamentos saharauis que me hacían recordar aquella descriptiva frase poética “Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas”. Ciertamente, si hay un cielo limpio es el estrellado que hermosea el techo común de un pueblo exiliado en la esperanza de poder observarlo en su propia patria.
Luis de Carlos Calderón
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