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Notables saharauis (principios del siglo XX) |
Las Canarias, conocidas de los romanos, habían caído en el olvido durante el Bajo Imperio y la Alta Edad Media; es preciso llegar hasta 1312 para encontrar la fecha del arribo a las islas del genovés Lanceloto Malocello, quien conquistó la que lleva su nombre, Lanzarote, aunque es muy dudoso que pasara al continente; antes, en 1291, la expedición también genovesa de los hermanos Vi-valdi había desaparecido en las costas occidentales de África, en su búsqueda de un nuevo camino para comerciar con la India. De abril de 1342 son las expediciones a las islas de la Fortuna "nobellament trobades", de los mallorquines Frances Des-valers y Domingo Gual, aunque no se tiene constancia de sus resultados. En agosto de 1346, salió de Mallorca una nave dirigida por Jaume Ferrer, "per anar al rio de l'Or", pero se perdió y nunca más se tuvieron noticias de esta expedición. Este Río de Oro, que ya empieza a aparecer en las crónicas y en los mapas, no era más que el Senegal, de cuya cuenca, muy al interior, procedía el oro que llegaba por tierra hasta el Mediterráneo; pero más tarde, tal denominación fue asignada a la bahía y península donde luego se asentaría Villa Cisneros, Dajla hoy día.
Las primeras expediciones castellanas a las islas y a la vecina costa de Berbería son de 1385 o de 1393, según distintos autores; a partir de estas fechas la presencia de naves castellanas en esta zona es muy frecuente, naves dedicadas con preferencia al intercambio de productos y a la captura de esclavos. En 1449, Juan II de Castilla concede al duque de Medina Sidonia un amplísimo señorío sobre la costa "desde el cabo de Aguer hasta la Tierra Alta y el cabo de Bojador, con todos los ríos y pesquerías y rescates, e con la tierra adentro e los quintos e todos los otros derechos e pechos, e la jurisdicción alta y baja... a mi perteneciente y al señorío e Corona real destos mis reinos", aunque no existen trazas de la intervención del duque en aquellos parajes.Los verdaderos descubridores de la costa sahariana son los portugueses, en su propósito de llegar a Guinea y conseguir nuevas tierras, oro y esclavos. El impulsor del descenso a lo largo de las costas africanas, que más tarde llegará hasta la India con paciencia y método, es el infante don Enrique el Navegante, desde la escuela náutica de Segres. En 1434, Gil Eanes dobla por primera vez el cabo de Bojador, un punto esencialmente difícil por las corrientes y los vientos contrarios para el regreso. En 1436, Baldada alcanza una bahía de la costa a la que llama Río de Oro, creyendo haber encontrado el origen del codiciado metal. En 1441, Antao Gonçal-ves y Nuno Tristao tocan el cabo Blanco, Uadibe, donde comprueban haber llegado al límite del mundo de habla árabe porque el intérprete ya no es comprendido por todos. No deja de sorprender que sean los europeos los primeros en navegar por las islas y costas del Sahara, que se encontraba al alcance de la mano para los habitantes de Marruecos. Los navegantes árabes, que conocían muy bien el Mediterráneo, tenían muy pocas informaciones sobre la costa atlántica, aunque sabían de la existencia de las Afortunadas, Al Khalidat, por las reminiscencias llegadas desde Tolomeo; pero nunca trataron de localizarlas. Sólo navegaban hasta algo más al sur de Agadir, porque, aunque resultaba fácil seguir la costa, para retornar era necesario adentrarse en una navegación de altura poniendo rumbo al Noroeste para evitar los alisios costeros del Nordeste. Al final de la Edad Media, los árabes no navegaban en el África Occidental más allá que durante los primeros años del Islam.
En el siglo XV, por tanto, se establece la disputa entre castellanos y portugueses por la zona, como un episodio más de la rivalidad castellano-portuguesa por el dominio marítimo. Por cédula de 6 de abril de 1468, el rey de Castilla, Enrique IV, concedió el dominio y la jurisdicción sobre "la Mar Menor, en las partes de Berbería", a su vasallo, señor de las Canarias, Don Diego García de Herrera, que establece en 1478 la primera fortaleza castellana en el litoral africano, llamada Santa Cruz del Mar Pequeña situada, según las más verosímiles interpretaciones, en la boca del río Chebeica, entre el Dra y cabo Juby.. La edificación tenía más bien un carácter defensivo y político, intentando crear una zona de influencia y de tráfico comercial; a ella acudirían los nativos para trocar ganados, cueros y oro contra el trigo, el azúcar o las telas de Canarias. Una segunda torre, en lugar desconocido, poseyó la señora de las Canarias, Doña Inés Peraza, con idéntico objetivo de tener acceso directo al comercio de las caravanas. Se puede seguir el rastro de una tercera fortaleza, pues el emperador Carlos V, por cédula de 27 de agosto de 1516, pedía urgentemente información a sus representantes sobre el lugar del emplazamiento y circunstancias de la misma. Muy distintas eran las entradas o cabalgadas que se producían en gran número en la costa africana desde mediados del siglo XV, propiciadas por los señores y caballeros de Canarias y más tarde por los adelantados. Las cabalgadas iban en busca de botín en los campamentos nativos, ganado, cueros, armas, esclavos berberiscos o negros y el polvo de oro, el marfil o las plumas exóticas procedentes del sur subsahariano, que se pudieran encontrar.
Los Reyes Católicos reivindicaron para la corona una acción directa sobre África, con el propósito de incorporar amplias zonas de ella al naciente imperio hispánico. Las declaraciones son tajantes sobre el particular; en múltiples cédulas y disposiciones se leen frases como las siguientes: "Mis progenitores- dice Isabel – siempre tuvieron la conquista de las partes de África"; "Habemos sabido que en la tierra de África, que es de nuestra conquista, es hallada cierta orchilla"; "Algunas personas se entrometen a ir e enviar a las tierras de África, que son de nuestra conquista". En 1490 los Reyes Católicos, por cédula de 7 de marzo, arrendaron a los vecinos de Palos, Juan Venegas y Pedro Alonso Cansino, una amplia zona costera delimitada por el Cabo Bojador y la península de Río de Oro, con una profundidad hasta el meridiano más extremo de las Canarias, para que disfrutasen en la misma de un monopolio pesquero sin cortapisas. En 1497 y 1498 declararon regalía de la corona la extracción y venta de dos de los más saneados productos de la zona: la orchilla (liquen tintóreo) y las conchas.
Las sumisiones tuvieron también gran importancia. En 1496 se sometieron a don Diego de cabrera, emisario de los Reyes Católicos, las tribus y cabilas de los contornos de Puerto Cansado y el wad Shebika, prometiendo el pago de parias como reconocimiento de soberanía. En 1499, en presencia del gobernador don Lope Sánchez de Valenzuela, rindieron vasallaje a los soberanos de Castilla los jeques y capitanes del reino de la Bu-Tata, emplazado al norte del wad Draa. En este mismo año de 1499, los Reyes Católicos revistieron al caballero andaluz don Alonso de Lugo con el título de Capitán General de África y capitularon con él la penetración armada en el continente. Las operaciones iniciadas en 1500 no tuvieron éxito, aunque Alonso de Lugo realizó algunas expediciones al norte y sur del Cabo Bojador.
La acción castellana en la zona chocó pronto con los intereses portugueses. El antagonismo dio lugar a tres tratados que Castilla y Portugal convinieron para zanjar sus litigios africanos. La base fundamental del acuerdo fue dividir el continente en zonas de hegemonía. Por el primer tratado, el de Alcaçobas (1478), se acordó que las Islas Canarias se incorporasen a la Corona de Castilla, a cambio del reconocimiento para Portugal de su soberanía sobre Fez y Guinea; sobre el África Occidental y el Sahara se guardo momentáneo silencio, aunque persistiendo el status quo imperante. Por el segundo tratado, el de Tordesillas (1494), quedó completamente reconocida la soberanía de Castilla sobre la franja costera emplazada entre Fez y Guinea, delimitada por los cabos de Aguer y Bojador, con una segunda zona hasta el Río de Oro de posesión limitada. Por el tercer tratado, el de Cintra (1509) se reconocen los derechos de España sobre la costa frontera de Berbería. El resto, hacia el sur, se reconoce de soberanía de Portugal.
La torre de Santa Cruz de Mar Pequeña siguió manteniendo su influencia hasta su desaparición de la historia entre 1524 y 1527, perdiéndose luego hasta la memoria de su emplazamiento; en 1860 serviría como base para la concesión de Ifni a España por parte de Marruecos, aunque era muy poco probable que hubiese estado allí la desaparecida torre. El comercio con el Sahara quedó anulado y las entradas o cabalgadas fueron prohibidas por una Real Cédula de Felipe II de febrero de 1572. Hay alguna que otra acción guerrera posterior, como las expediciones financiadas por el sultán negro a finales del siglo XVI para la conquista de Tombuctú, que fueron realizadas por españoles. En la primera de ellas se encuentra como cautivo Luís de Mármol y Carvajal, quien posteriormente publicará su Descripción General de África y contará el viaje hasta la Saguia El Hamra y su encuentro con las tribus de Erguibat y Ulad Delim. La segunda, compuesta exclusivamente por españoles: moriscos, renegados y cautivos, conquistará Tombuctú. Durante diez años se someten a Marruecos y luego adquieren la independencia. Con ellos nace el Bajalato Morisco de Tombuctú y su escuela de eruditos. Destruido este imperio por los tuareg, unos moriscos van a ir a Mauritania y otros a Sahara, configurándose en tribus intelectuales llamadas Zuaya (siglo XVII).
Aparte de estas acciones, toda relación desaparece, si no es la de los pescadores canarios, que faenaban en aquellas costas desde tiempos de la conquista por la gran abundancia de pesca en el litoral sahariano. Con el permiso de los jefes de la zona, desembarcarán para salar y secar su pescado y buscar agua y víveres. La unidad cultural saharaui se fue configurando en su economía, su lengua y literatura, la música, el derecho y las costumbres. Mientras en Marruecos la moneda entraba en el circuito económico mediterráneo, en el Sahara no se utilizaba tal instrumento de cambio, difundido sólo con la llegada de los europeos a fines del XIX. La economía sahariana se basaba en el trueque, no se conocía la acumulación de capital, y la riqueza consistía en la posesión de seres vivos, camellos, ovejas, cabras, esclavos, o en la de joyas, vestidos, armas y objetos domésticos. Un hombre poseedor de cien camellos era un hombre rico. Al sur del Dra existía una lengua propia, el hasanía, más próximo al árabe literal que las variantes habladas en el norte de África. La literatura del Sahara posee unas características peculiares, tanto se trate de una obra culta como de la tradición popular. En la primera destacan los eruditos del Tiris, procedentes de tribus zuaias, que en el siglo XVIII y principios del XIX producen importantes obras de derecho, gramática y poesía. Entre la literatura popular destaca el género llamado Leghna (poesía)... El cuento popular tiene sus raíces en el medio circundante y en la forma de vida nómada. Pero también influye en él la religiosidad islámica y los hechos milagrosos, la valía del hombre enfrentado a un entorno hostil y su ingenio, así como las hazañas guerreras y la fantasía oriental. La música saharaui posee sus propios instrumentos y su ritmo característico, así como una figura básica, el Iggauen, poeta, bardo o trovador, quien dirige un concierto personal dividido en cinco partes inalterables.
Creadas por las tribus saharauis nacen unas instituciones que desempeñan la administración del poder. La yemaa, o asamblea de notables, tiene funciones legislativas y gubernativas y, en general, interviene en todas las cuestiones importantes que afectan a la supervivencia del grupo. Sus decisiones de tipo democrático son obligatorias y el que no las acepta es segregado de la unidad social. El shej es el jefe de la tribu, aunque en las tribus grandes sólo se tiene en cuenta al shej de la fracción. Es una figura de prestigio por su ascendencia, sabiduría y religiosidad, y es también un jefe de guerra, pero con carácter básicamente ejecutivo y las decisiones de la yemaa tienen primacía.
La escasa actividad agrícola que ha podido mantenerse es típica del desierto. No existe una propiedad reconocida sobre la tierra. Las graras de terreno apto para el cultivo son pequeñas extensiones donde siembran cebada los miembros de un mismo grupo después de las lluvias, dejando una parte libre para el que llega más tarde. En un pueblo fundamentalmente nómada no existe la vivienda estable, salvo en la avanzada colonización. La habitación es la tienda o jaima, una gran cubierta formada por tiras entretejidas de pelo de camello o cabra, sostenida por diversos palos, a cuyo alrededor se sitúan arbustos espinosos para protegerse de algún animal salvaje; cerca se colocan los ganados, sobre todo las cabras y ovejas. Una característica especial del desierto es la hospitalidad: la jaima se abre tanto para el amigo, el pariente, el desconocido o el enemigo, que se encontrará en un recinto sagrado; lo mejor de su comida o de sus escasos bienes será puesto a disposición del recién llegado. La alimentación, que está acondicionada por el medio, es característica del Sahara. Leche de camella o cabra, harina de cebada y, más tarde, de trigo europeo, algo de carne en circunstancias especiales, algunas verduras y los escasos frutos de una vegetación desértica; la carne de camello es despreciada fuera del Sahara. El gran consumo de té y azúcar, que eleva la baja tensión, son probablemente fruto del tráfico caravanero introducido en el siglo XIX.
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