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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Mohamed Chaban y Ali Alewa, solidaridad, amistad y superación

Le esperábamos sentados en el pequeño comercio de los familiares de un amigo. Mohamed entró escondiendo sus lesiones, para que no apreciásemos que aquella bomba traidora le arrebató la mano izquierda y cuatro dedos de la derecha. Las demás heridas, ocultas bajo la ropa, se hacían evidentes en cada movimiento, activando de inmediato un gesto de dolor en el rostro de este joven saharaui de 28 años. Al principio, hablaba sin apenas levantar la mirada, en voz baja y ciertamente avergonzado al reconocer que no sabía nada de la existencia de las minas en los campos cercanos a su casa, en Omulukta, demasiado cerca del muro marroquí en los territorios liberados del Sáhara Occidental. Pero, poco a poco, fue cobrando confianza, entendiendo que nosotros estábamos allí para tomar el testigo de su denuncia y para tratar de darle voz con eco ante el mundo, por lo injusto y lo innecesario que es que estas cosas ocurran en pleno siglo XXI.
Yo vivía solo,-cuenta despacio Mohamed-. Salí como todos los días a llevar a pastar a las cabras y me llamó la atención un plástico redondo que encontré. Lo cogí y lo estaba observando, cuando explotó. Un vecino, alarmado por el estallido, avanzó hasta el joven, que estaba tendido en el suelo con el torso cubierto de sangre y las manos terriblemente mutiladas. Mohamed no perdió la consciencia hasta que la pérdida de sangre le prestaba segundos de aliento, nada más. Eran las 11 de la mañana y esperó siete horas en casa de su vecino hasta que llegaron efectivos de la MINURSO para trasladarle al hospital de Tindouf. Era el 18 de noviembre de 2012. Algo más de 5 meses después, sus viejas y roñosas vendas advertían de la precariedad de su situación. Sin familia, incapacitado para defenderse sin manos en la vida cotidiana, Mohamed encontró un tesoro en el camino, a su amigo Ali Alewa, otra víctima del infierno aleatorio que sembró Marruecos alrededor del muro. Nos llevó por la tarde a su casa para conocerle.

Entrañable historia de amistad, superación y solidaridad. Ali, de 43 años y con la mano derecha amputada, se ocupa de atender a un amigo al que acogió como hermano. Le cura, le alimenta, le asea y le ayuda a aprender a manejar el dedo útil que la bomba de racimo le dejó a Mohamed. He logrado ponerme la ropa solo, expresa con orgullo mientras levanta su camisa, ya perdida la vergüenza con nosotros, y nos muestra las cicatrices del reventón interno que le causó la explosión. Y sonríen los dos amigos en su casa, mostrándonos cómo las habilidades de uno sirven para dos y, de paso, la grandeza de la amistad sincera y agradecida. Mohamed aprende de Alí a superar una fase del proceso de recuperación que aún le cuesta, la aceptación. No ya por el accidente en sí, porque no se pregunta por qué le ocurrió a él, sino que se martiriza porque no supo reconocer el peligro. Qué importante es lo que queréis hacer, qué importante es que alguien explique que hay minas y cómo se pueden reconocer. Salvará muchas vidas. Alí secunda las palabras de Mohamed, puesto que él sí conocía el riesgo de las minas, pero no la existencia de las bombas de racimo.
Ambos dedican también sus esfuerzos a aliviar el dolor de un pequeño que nació con los ojos enfermos y que acaba de ser operado para separarle los párpados. Los tres enfrentan cada día la vida con el apoyo mutuo y su recuerdo nos hace sonreír al pensar que quizá algún día alguien se acuerde de esta historia y cuando encuentre un plástico extraño en el territorio minado del Sáhara Occidental, eche un pie atrás y deje actuar a su instinto de supervivencia. Sólo por ese gesto, valdrá la pena  cualquier esfuerzo.

Sirva esta denuncia para dejar constancia de lo que no debe seguir pasando en el Sáhara Occidental, por el muro y las minas sembradas por Marruecos desde el inicio de su ocupación.

© Elisa Pavón para RASD News


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