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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Nana Ahmed Embairik, los miedos de la verdad

Las minas terrestres antipersona son uno de los principales instrumentos causantes de graves violaciones de los Derechos Humanos, en particular de los Derechos a la Vida y a la Seguridad de las personas. Tras hablar con Nana Ahmed Embairik comprendí cuánto trasfondo tiene esa afirmación. Las minas terrestres no sólo matan y mutilan, hieren y dañan, sino que también socavan sin piedad los sentimientos y las ilusiones de las víctimas. No podéis imaginar lo que fue conocerla. Si ya de por sí es difícil explicar el drama de una víctima de mina terrestre que sufre amputaciones o graves lesiones físicas, lo de Nana fue toda una revelación.
A sus 26 años, y aun conservando su mirada inocente e infantil, irradia tristeza, resignación y mucha impotencia. Sus dudas la comen por dentro, su ímpetu por fingir diariamente que lo tiene olvidado se ha convertido en más que un motor, en mi razón de vivir, asegura Nana. Pero ni lo olvida, ni lo podrá olvidar jamás, porque cada día se encuentra de bruces con sus secuelas, grabadas sobre la piel de su torso, retorcida y hecha jirones por las quemaduras producidas por la explosión de la mina. Unas secuelas camufladas, escondidas, pero existentes y reales como sus propias angustias.
Tenía 3 años cuando se encontraba jugando con sus dos hermanos mayores, de 14 y 7 años. Acompañaban a su padre mientras llevaban el rebaño a pastar a una zona un poco más alejada de lo habitual. Los niños, confiados, encontraron un artefacto extraño con el que decidieron jugar. Ocurrencias infantiles… Lanzaron aquél insólito aparato por los aires, con poca fuerza y menos precisión, por lo que cayó apenas a los pies de Nana, estallando en el acto con un violento estruendo y un tremendo alarido de fondo por boca de la pequeña Nana. No sé nada más que esto sobre el accidente. Nunca se habla de esto, nunca me contaron más sobre ello. No sé dónde fue, porque mi familia decidió que nunca más volveríamos a los territorios liberados y nunca volvimos.
La miraba y la sentía inquieta. Yo trataba de comprender aquella tristeza de sus ojos, porque no comentaba las lesiones ocasionadas por la explosión, ni hacía referencia alguna al dolor sentido. Con suma delicadeza le pregunté cuál es el problema que la angustia tanto, al tiempo que le explicaba que estamos para ayudarla a dar a conocer lo que las víctimas padecen y lo que necesitan. Por fin, Nana sonríe, poco, pero lo hace. Sus ojos denotan cierto atisbo de relajo y un ansia de compartir algo. Gira su cabeza a un lado y a otro y me señala con la mirada al fotógrafo y traductor. Les ruego a ellos que nos dejen a solas, porque, por suerte, nos acompañaba una médica argelina que hizo mucho más que el papel de interlocutora. Comenzó entonces la parte más dura de esta conversación, en la intimidad de tres mujeres, pero con el asentimiento de Nana para que pudiera compartirlo después.
Tengo vergüenza de hablar, dice. Sus heridas no son evidentes, pero están y, peor aún, han levantado una tremenda pared entre su cabeza y su corazón. Nana es la personificación del quiero pero no puedo. Retira con pudor y cuidado su melfa para enseñarnos su torso totalmente quemado del pecho a la cintura, pero con una tremenda concentración de cicatrices en la pelvis. No sé si con estas heridas puedo o no tener hijos. Por fin soltó su más escondido secreto, al fin se liberó de él, porque todos estos años lo ha guardado celosamente por miedo a conocer la respuesta. Obviamente sin que pueda hacerse un diagnóstico en profundidad, al desconocer si existen o no lesiones internas, a priori las secuelas de aquella mina parecen ser externas, aunque la doctora le comenta que es necesario que visite a un especialista para averiguar si esta afirmación es cierta o no, aunque Nana la ha asumido como única realmente válida para condicionar su vida.
Se siente diferente, ella misma se presume diferente, porque la vergüenza es más fuerte que su autoestima, porque su trauma psicológico es una losa que carga sobre la espalda sin ayuda.
Hay quien lo ha intentado, retirarle algo de peso y acompañarla de la mano a las puertas del mundo exterior. Así, otras dos víctimas saharauis de minas terrestres marroquíes la alentaron a crear una cooperativa de ganado. La Asociación Saharaui de Víctimas de Minas, ASAVIM, les proporcionó un fondo económico pequeño para empezar, para adquirir algunas cabras y gestionar su nuevo futuro con cierta tranquilidad. Nana sale y entra, trabaja. No sabe cómo enfrentar un futuro que se le escapa entre las manos, porque el tiempo pasa sin preguntar a qué estás esperando. La cooperativa puede que sea su válvula de escape, su nueva fuente de energía para armarse de valor y enfrentarse a ese médico especialista que le diga cómo perder el miedo a ser feliz y la ayude a conseguirlo.

Sirva esta denuncia para dejar constancia de lo que no debe seguir pasando en el Sáhara Occidental, por el muro y las minas sembradas por Marruecos desde el inicio de su ocupación.

© Elisa Pavón para RASD News


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