La permanencia de Jadiyetu Al Mohtar en el aeropuerto internacional Jorge Chávez puede convertirse en un problema internacional de grandes dimensiones.
Por Ramiro Escobar* / Fuente: lamula.pe
¿Qué haría usted si viviera, por 40 años, en medio del sofocante desierto del Sáhara y solo gracias a la caridad internacional? ¿Cómo se sentiría si, al llegar a otro país, no la/lo dejan entrar porque no puede representar a su país, en el que cree y al que defiende? ¿Qué experimentaría si, además, le piden que se regrese, a pesar de que días antes ha entrado al mismo territorio, sin mayores problemas?
La señora Jadiyetu El Mohtar, representante del pueblo saharaui debe estar ahora sintiendo eso y muchas cosas más. Debe acordarse, por ejemplo, de los campos de refugiados clavados en Tinduf, Argelia, donde viven por hace 40 años más de 100 mil refugiados saharauis, en condiciones precarias, con agua que se lleva en bidones, comiendo casi siempre carne de dromedario.
Debe estar, además, muy probablemente cansada de protestar por esa situación y porque en el territorio vecino, aún denominado Sáhara Occidental -ocupado en su mayor parte por Marruecos y en una parte pequeña por la República Árabe Saharaui (RASD)-, pasan las décadas y hay un conflicto que no se resuelve. Esa señora, en suma, no está actualmente por caprichosa en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez.
Está tratando de hacer visible ese problema, varado hace años injustamente en el escenario internacional y, por lo visto y oído, desconocido olímpicamente por nuestros funcionarios de la Dirección General de Migraciones. Ella trata de poner en evidencia que, ni la ONU, ni Marruecos, ni varias potencias occidentales, se interesan en poner fin a un drama que subleva a quien lo pueda ver.
El origen de este problema se ubica en 1975, cuando el generalísimo Francisco Franco está despidiéndose de esta vida y hace que España se comprometa a retirarse del Sáhara Occidental o Sáhara Español, un territorio de 266 mil kilómetros cuadrados ubicado en el noroeste del África. Lleva ese nombre porque, justamente, se asienta en las, por momentos, arenas hirvientes de ese desierto.
Ese año el territorio es cedido a Marruecos y Mauritania, a pesar de que el pueblo saharaui –una etnia compuesta por descendientes de beduinos y migrantes del África Subsahariana- recibió del Estado español la promesa de un referéndum de autodeterminación. Estalla entonces una guerra entre el Frente Polisario (Frente por la Liberación de Saguía el Hamra y el Río de Oro), que defiende a los saharauis y los dos países mencionados.
Mauritania se retira del conflicto en 1979, pero Marruecos y el Polisario guerrean hasta 1991, cuando firman un alto al fuego. El país del actual rey Mohamed VI se queda con casi el 80% del territorio, incluyendo la parte que está frente al mar y donde habría bancos de pesca importantes. Los saharauis solo con un 20%, desperdigado en medio del desierto fatigante, en el que no obstante saben vivir.
Los campos de refugiados en Argelia son una consecuencia del conflicto irresuelto y la ocupación marroquí. Como periodista, he estado en ellos y puedo dar testimonio de que se vive en condiciones dramáticas, sufridas. Hay numerosas carpas, unas cuantas casas, mucha pobreza y harta necesidad. Y, al mismo tiempo, una persistente esperanza, una lucha cotidiana para que, un día, se acabe este éxodo obligado.
La RASD, un país reconocido por unos 80 países pero no en la ONU, existe; tiene unas oficinas, modestas pero reales en Rabuni, un pueblito asentado cerca de donde viven los refugiados. Tiene ministerios, un presidente llamado Brahim Gali, funcionarios de diversos rubros, una agencia de noticias, y también un ejército con cuarteles. También es pasible de muchas críticas por su corte autoritario.
Por supuesto, las guarniciones militares son también modestas. Me tocó visitar una en medio del desierto agobiante, en la zona del Sáhara occidental que controla el Frente Polisario. Es poco, poquísimo, frente al Estado marroquí, que tiene miles de soldados, algunos de los cuales están parados encima de un muro de más de 2000 kilómetros que separa ambos territorios (el marroquí y el saharaui), y que está lleno de minas antipersona.
Según los saharauis son 5 millones. Tal vez se exagere, pero son muchísimas, y de acuerdo a la ONU ya han causado 2,500 muertos. El Polisario también habría puesto algunas, denuncia Marruecos. Pero todo indica que son muchas menos. No es poco frecuente toparse en esos lares con personas que han perdido un brazo, una pierna. Yo mismo vi en el desierto un pastor de dromedarios que tenía, en vez de manos, muñones.
Para enfrentar este drama, la ONU ha propuesto un referéndum para que los habitantes, a los dos lados de la frontera, voten y digan si quieren ser saharauis o marroquíes. Pero el tiempo corre, como el viento del Sáhara y no se realiza. Marruecos solo acepta la autonomía, las potencias occidentales no quieren comprarse el pleito, los medios están más ocupados de otros conflictos. Y Jadiyetu Al Mothar sigue en nuestro aeropuerto.
Las autoridades peruanas deben saber que esa señora no va a dar su brazo a torcer, no se va a subir a ningún avión hasta que considere que se están respetando sus derechos. Hasta que la dejen entrar probablemente. Los saharauis están acostumbrados a este tipo de situaciones límite. En el 2009, sucedió algo similar con Aminetu Haidar, una activista de este pueblo que llegó hasta el aeropuerto de El Aiaún, en la zona del Sáhara ocupada por Marruecos.
La enviaron hacia el aeropuerto de Lanzarote, en las islas Canarias, territorio español, donde inició una huelga de hambre que duró 32 días, y que solo terminó tras la intervención del presidente francés de entonces, Nicolás Sarkozy. Los saharauis pidieron hasta la intervención del Papa Benedicto XVI, debido a que se estaba llegando a una situación límite, que ponía en riesgo la vida de Haidar.
A eso nos estamos aproximando por la indiferencia frente a este tema, que parece una anécdota aeroportuaria en Lima. No. La señora Jadiyetu al Mothar no va a salir de allí fácilmente. Todo indica que está dispuesta a persistir en su huelga de hambre, para que el mundo se dé cuenta de que la RASD existe, que los saharauis quieren un referéndum, y que no se puede ningunear este conflicto como si fuese irrelevante.
Para Marruecos, el problema prácticamente no existe. Considera a todo el Sáhara Occidental como su territorio. Pero eso es como ignorar la causa palestina, que tiene mucho más prensa y que tampoco se resuelve. Las autoridades peruanas tienen que darse cuenta de que están asomándose a un viejo problema territorial, ignorado sin compasión. Lo tenemos ahora en casa, aunque nos preocupen otros temas. Y no sería extraño que escale hasta niveles diplomáticos imprevisibles.
*Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.
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