Por Benda Lehbib Lebsir / Fotografías de Marta Fernández / 1 Saharaui
A caminar poner sonrisa cada paso y respirar
Será bonito lo que quede por llegar
Mirar al frente y no bajar la vista nunca más
-Caminar- Dani Martín
Mi vida. Mi familia. Mi salud. Mis estudios. Mi trabajo. Mi futuro. Mi risa. Mi llanto. Mi siesta. Mi café a primera hora. Mi onza diaria de chocolate. Mi teléfono avisando de bombas nucleares de WhatsApps que hay que contestar incluso antes de haberlos abierto. Mi vida entera pasando delante de un ordenador mientras escribo los post, leo, hago trabajos o simplemente para desconectar un poco viendo una de mis series favoritas. Mis compras a tiempo y a última hora. Mis pensamientos de ahora, después y más tarde. Mi manzanilla de después de comer. Mi colección de fotos vistas una y otra vez. Mi vida. Mi yo.
Soy de las que creen ciegamente que todo trabajo tiene su recompensa. Que para llegar donde uno quiere sólo hace falta un poco de tiempo, ganas y en ocasiones “quebradas de cabeza”, nada que no se solucione con la satisfacción de conseguir lo que te has propuesto. Que no importa el tiempo que tardas en conseguirlo, de veras, ni tampoco el recorrido que lleves para -qué te voy a engañar-, sino tan sólo haz lo que te haga feliz.
Siempre nos han dicho las malas o buenas lenguas que en la vida nunca podemos mirar a un lado. Salvo en el amor, eso se olvidan de apuntárnoslo en el manual que no nos dan, cuando un buen día nos lanzan a la piscina, sin manguitos, y sin decírnoslo nos dicen: ‘Nada, que quien nada no se ahoga’. Y te tiras una y mil veces y ahí, justo en ese instante te das cuenta que, quien no arriesga, no gana.
Y en ese momento, tampoco se acuerda nadie de decirnos que en cosas del “yo quiero, yo puedo” sí que hay que mirar a un lado, concretamente al lado en el que se encuentran nuestras ganas, nuestro esfuerzo.
Mirar al frente está muy bien, como cuando vas conduciendo, que tienes que poner la mirada en el horizonte para no hacer tal día un año. Justo en ese momento, mirando al frente, estás cuidando de ti. Pero el golpe lo tienes asegurado si no echas una mirada de soslayo a los retrovisores de ambos lados. Sigues mirando por ti porque sigues al volante cuidando de tu vida, pero te preocupa lo que tengas al lado.
Con el tiempo te vas dando cuenta que tus prioridades cambian, que tú también cambias, pero nunca un cambio puede ser malo, y de hecho en ocasiones, es más que necesario. Echas de menos a los tuyos, vas alcanzando tus sueños, te vas haciendo huequitos sin hacer ruido en el mundo en el que nunca antes te habías desenvuelto con tanta facilidad…
Y justo en ese momento sabrás que tienes al lado tu suerte, tu familia. Quienes se encargan de sacar todo lo que tienes reprimido dentro de ti, los que te complementan y no te anulan, los que son capaces de ponerse a los pies de los leones para que tú mires el espectáculo desde un sillón de terciopelo, provisto de comida y bebida. O los que a pesar de sus temores, dudas, no dudarían en ti en ningún momento.
Y te sientes bien. Y sonríes. Deseas parar el tiempo porque estás tocando con tus propios dedos tus sueños. Estás viendo la meta. Y vuelves a sonreír porque algo provoca que tus niveles de adrenalina se disparen hasta la inconsciencia. Es lo mismo que el cuerpo te pide, que no dejes de experimentar. El esfuerzo y las ganas unidos en una sencilla frase: Esto te va a costar, pero disfrútalo.
Esto te va a costar, disfruta. ¿Por qué?
Porque al final uno termina quedándose con lo verdaderamente importante: sus resultados. No hay éxitos sin espinas, nos lo han vendido desde el inicio de los tiempos, y ahora no va a ser menos. Y te digo una cosa; no hay forma de que un artículo salga adelante sin haber rehecho cada línea tantas veces como para agotar la paciencia.
Hay que coger los sueños, como se coge un folio, y borrar. Borrar mucho sobre el mismo folio para aprender a escribir. A querer. Para que después de haber odiado cada letra sobre ese folio, haberte dado ganas de abandonar y presentar tu dimisión emocional, cojas tu artículo, que tanto has emborronado, y sepas que nunca tendrás un compañero mejor de faenas.
Después de todo este tocho, sólo me queda decirte que si sueñas que tu sueño sea tan alto como tocar las estrellas. ¡Que puedes!. Que mientras los tengas, ve a por ellos. Y eso es la única forma que tengo de creer en la suerte. Porque por imposible que sea ahora mismo, mañana ya es un poco menos imposible de lo que es hoy, probablemente. Así que, adelante.
Pd: Hoy es uno de esos días que a una la apetece “desnudar el alma” y proyectar el futuro. Escribir, y que salga lo que tenga que salir.
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