He recibido una carta sin sello. No lo necesita, me la ha traído en mano mi niña, Hanna, desde su casa, que está a miles de kilómetros de aquí. Donde vive Hanna, no hay correo, ni otras cosas mucho más importantes, como agua, alimentos, medicinas, electricidad. Allí sólo hay arena, mucho sol y una multitud de jaimas y chabolas de adobe, y una gente extraordinaria, miles y miles de personas que sueñan con España, hablan español, esperan todo de España, piensan que sólo España podría prestarles la ayuda que tanto necesitan. Pero los gobernantes españoles se abrazan a sus enemigos y los rechazan a ellos. Viven en pleno desierto, son los refugiados saharuis de Tinduf.
Mi niña me ha traído noticias de sus padres y hermanos, pero lo más importante que trae con ella es el cariño de toda su familia y su pueblo...que me honran con su entrañable amistad desde hace muchos años. Me piden que vuelva a visitarlos, que me esperan: “si podéis venir en el invierno al Sáhara para pasarlo bien durante dos semanas o más, seguro que lo vais a pasar muy bien con nosotros”. Y es que para los saharauis, tan importante como el agua, es la cercanía española. Tienen sed de España, de esa España cuyo gobierno los ignora, o sencillamente los traiciona, pero también de esa España que verano tras verano recibe en sus hogares a miles de niños saharauis que pueden así, al menos ellos, saciar esa sed que los abrasa.
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