"Zapatero ha utilizado ya la intervención de Su
Majestad el Rey, la herramienta de mayor calibre de la que dispone, y no
ha logrado calmar las aguas en la frontera de Melilla"
EL objetivo estratégico esencial de la
política internacional del Gobierno ha de ser la defensa de los
intereses españoles, para lo cual las buenas relaciones con Marruecos
pueden ser un elemento importante, pero no al revés. No es razonable
supeditar una buena parte de la acción exterior española al objetivo de
complacer al régimen marroquí, pero el Gobierno quiso convertir en
prioridad el mantenimiento de una relación fluida con Rabat y ahora se
encuentra en medio de una difusa crisis diplomática mientras que desde
Melilla le reprochan —con razón— que ha perdido de vista los intereses
españoles y la utilidad de algunos de los instrumentos para defenderlos.
Rodríguez Zapatero ha utilizado ya la intervención de Su Majestad el Rey, la herramienta de mayor calibre de la que dispone, y todavía no ha logrado calmar las aguas en la frontera de Melilla y, lo que es peor, ni siquiera está claro cuáles son las verdaderas razones por las que se está produciendo una efervescencia en estas fechas del comienzo del mes del Ramadán, un momento tan significativo para los musulmanes.
Rodríguez Zapatero ha utilizado ya la intervención de Su Majestad el Rey, la herramienta de mayor calibre de la que dispone, y todavía no ha logrado calmar las aguas en la frontera de Melilla y, lo que es peor, ni siquiera está claro cuáles son las verdaderas razones por las que se está produciendo una efervescencia en estas fechas del comienzo del mes del Ramadán, un momento tan significativo para los musulmanes.
Marruecos es un país con el que nos unen muchas cosas,
pero otras muy importantes nos separan. La primera de ellas es que la
española es una sociedad democrática, cimentada en el imperio de la ley,
y a Marruecos le falta mucho para poder decir lo mismo. Cuando Mohamed
VI toma una decisión no tiene que rendir cuentas a nadie, lo que hace
muy complicadas las equivalencias con la capacidad de maniobra de un
Gobierno democrático y un Monarca sin facultades ejecutivas. Este tipo
de situaciones serían impensables si se dieran con un país democrático,
pero el Gobierno actúa como si ignorase deliberadamente esta
circunstancia, mientras que el régimen marroquí tiene muy claros cuáles
son sus intereses y no abandona ni disminuye sus aspiraciones
territoriales sobre las ciudades autónomas.
La presión sobre la frontera española en Melilla —y en el
Mediterráneo, a través de la llegada de pateras— es algo que depende
directamente de la voluntad del Gobierno marroquí, y se trata de un
factor que será utilizado para presionar a las autoridades españolas. El
Ejecutivo de Zapatero puede seguir pensando que lo prioritario es
calmar la irritación de los marroquíes, con lo cual les estará dando
razones para que sigan azuzando las protestas y debilitando la autoridad
de la Policía española en la frontera, o ponerse de una vez y de forma
incondicional del lado de los intereses españoles.
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