Los sabios beduinos cuentan que no hubo clemencia ni bondad, nuestra conquista se realizó bajo la espada del fuego y no tuvimos tiempo de elegir, se nos impuso ser súbditos de un reino nacido de la eterna disputa territorial, fuimos victimas de mercenarios y piratas, cuando nuestra leyenda se inspira en la libertad de movimiento persiguiendo las estrellas, las nubes y el sol. Nos encerraron entre minas, radares y alambradas, no se nos permitió cruzar el desierto como antaño, como lo habían hecho nuestros padres y abuelos porque ellos mediante los versos encendidos de Tiris acampaban de frig en frig entre los tres vasos del té, hablaban con los zorros, con las avestruces y con las gacelas.
Esta macabra destrucción dura demasiado tiempo y no tiene un desenlace definitivo, el agredido sigue pidiendo justicia y el juez toma nota de sus palabras lo escucha atentamente, mientras el agresor no descansa un minuto en su empeño ciego de continuar humillando y sometiendo a la víctima. Este juicio es injusto no tiene nada de imparcial porque acepta la condena agónica del más débil y las secuelas psicológicas y físicas que quedan como cicatrices necesitan de un reconocimiento oficial por parte de la justicia, sino estaremos aceptando la escena de un nuevo crimen organizado.
Se reúnen y hablan en busca de devolverle el aliento a un cuerpo roto por quienes han negado su existencia, pero este cuerpo abandonado pide un sorbo de justicia para no deshidratarse en medio del desierto. Basta de palos y zanahorias, nuestra razón de existencia se llama libertad y esa equivale a la vida o la muerte porque así esta demostrado en los pasos nómadas de la historia.Ali Salem
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