SHUKRAN a todos y a cada uno de ellos por su recibimiento, por su acogida, a Maguey,
Embarec, Dada, Brahim, Ahmed, Lula, Nayem, Nicolle, Hanna, Enya,
Aissa, Ahmed (el chiquitin)...esta gran familia que tengo tan lejos en distancia
pero tan dentro en el corazón, esta gran familia que forma parte de la
mia...
Treinta y cinco años atrapados en la aridez física y conceptual de uno de los desiertos más estériles del planeta. Treinta y cinco años sufriendo la escasez de recursos tan elementales como el agua y la electricidad. Treinta
y cinco años contemplando con estoicismo, sin perder la esperanza ni la
dignidad, cómo el mundo ignora su legítimo derecho a una vida próspera,
en su tierra, junto al mar.
La realidad del pueblo saharaui en el exilio, en esas precarias jaimas que año tras año esperan poder desmontar de una vez por todas para
volver a su verdadero hogar. cinco campamentos, próximos a las
ciudad argelina de Tindúf, en los que comenzaron a refugiarse en 1975
tras la salida de las tropas españolas y la Marcha Verde impulsada por
Hasán II.
Y una gente, más allá de la terrible situación en la que está
cautiva, que deslumbra por la amabilidad con que te recibe, con la que
te abre las puertas de sus jaimas y te da la bienvenida a compartir su
vida cotidiana. Esa vida que en los primeros días parece
exótica al que viene de fuera, con sus camellos, su sol radiante y su
tiempo moroso, pero que no tarda en demostrarse tediosa, frustrante y
asfixiante como la fisonomía misma del desierto.
Mi gratitud a toda mi familia, que me acogieron en su jaima, que me dieron la poca agua que tenían para que me pudiera asear, que me agasajaban con
maravillosas comidas, que se preocupaban a toda hora por que estuviera
bien, por que me sintiera cómoda en esa realidad tan dura y precaria.
Se han cumplido 35 años de la traición del Gobierno español y de
la peregrinación de este pueblo por las arenas del exilio y el olvido.
Pero nunca hay reproches, al contrario, los
saharauis saben distinguir entre la posición advenediza de los sucesivos gobiernos que pasaron por la Moncloa, y el sentir del pueblo de
España, que desde 1975 envía cientos de toneladas de ayuda humanitaria a
los campamentos, que cada año trae a más de 8.000 niños de vacaciones para que amplíen su conciencia del mundo, para
que conozcan esta otra realidad tan distinta y abundante, con sus
piscinas, sus parques de diversiones y sus centros comerciales.
La calidez y generosidad de mi familia y de sus
vecinos. Los bailes en la jaima, las historias compartidas, los juegos.
Una sonrisa ante la adversidad, que también te regalan de forma
generosa. Los relatos de los
mayores de aquellas terribles jornadas en que tuvieron que dejarlo todo y
huir del Sáhara Occidental, de los 19 años de lucha armada del Frente
Polisario, de las falsas y rotas promesas de la comunidad internacional, con el postergado referéndum de
autodeterminación. Esa comunidad internacional que, una vez
más, da muestras de su doble moral, de su propensión a sobrevalorar el
sufrimiento de algunos e ignorar el dolor de otros, dependiendo de su
lugar de origen y de los intereses políticos y económicos que
representen.
Traigo conmigo más recuerdos, un poco borrosos porque el calor del desierto
embota los sentidos y vuelve ilusoria a la realidad, como si se
estuviese atrapado en algún punto perdido entre el sueño y la vigilia pero atesorados para siempre en mi corazon. Cuanto más recuerdo la
realidad del pueblo saharaui, más se me encoge el alma, atrapada en un terrible destino
colectivo, postergada por los sordos manejos del poder, sometida al
aislamiento y la ignominia en condiciones insoportables.
La pobreza que los empuja a reciclar y dar buen uso a objetos
que aquí estarían en vertederos. Partes de coches, de viejos
electrodomésticos convertidos en hogares para las cabras y las gallinas, en vallas para sus viviendas.
Y los niños, con su presencia insoslayable, hacinados en las
casas de adobe, en las jaimas, jugando en el desieto. Una legión de
pequeños que te siguen, que te piden caramelos, que quieren que les
tomes una foto. Los rostros curtidos por el sol. Las sonrisas inmaculadas.
Pero, ante todo, un año más, vuelvo con la certeza de estar siendo testigo de una
profunda injusticia, la convicción absoluta de que esta gente tiene que
volver a su tierra para erigir su propio Estado, la República
Árabe Saharaui Democrática, para tratar de recuperar el tiempo perdido en estos treinta y cinco largos años de destierro.
"...más allá del desierto, el materialismo hace empequeñecer nuestros corazones"
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2 comentarios :
Que envidia sana, ya me hubiera gustado ir, supongo que lo habras disfrutado!!
@ Paqui:Gracias Paqui por tu visita, ya veras como la proxima vez podras ir..
besos
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