Escalinata al monumento a Abraham Lincoln, Washington DC., un 23 de agosto de 1963. Marcha en Washington por el trabajo y la libertad. Martin Luther King gritaba a los cuatro vientos su sueño: la vida en común entre ciudadanos norteamericanos, sin importar el color, la raza, la religión de cada uno de ellos.
Tierras desérticas del Sáhara Occidental, 26 de febrero de 1976. España abandona la colonia saharaui y el Frente Polisario proclama la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Su sueño de libertad para el pueblo saharaui fue interrumpido abruptamente por las bombas de fósforo blanco arrojadas sin miramientos por las tropas de Marruecos que, posteriormente, se anexionarían de este territorio abandonado por los españoles y que correspondía a otros españoles censados en su tierra, el Sáhara Occidental, en 1974. Aquellos ciudadanos españoles que integraron el Frente Polisario tenían pasaporte, DNI y libros de familia expedidos por la Administración española. Su sueño de trabajo y libertad en unas tierras ricas en fosfatos y con unos mares que amparaban el desarrollo de millones de toneladas de merluza y otras especies acabó por la muerte de muchos de los vencidos por el "amigo marroquí", el encarcelamiento de otros muchos y el exilio de la mayoría a países, entre otros, como España y Argelia.
Los marroquíes agotaron los fosfatos y contribuyeron, junto con las flotas industriales de muchos países autorizados a faenar en aguas del Sáhara Occidental o banco canario-sahariano -entre estas la europea y, particularmente, la española- al agotamiento de un riquísimo caladero en el que si el rey era la merluza, los príncipes eran los cefalópodos -el pulpo y el calamar-.
Casi 40 años después, el sueño de los saharauis viaja de un lado al otro del desierto, de las casitas de adobe de algunas de las antiguas ciudades del "protectorado" español a las cabañas y tiendas de campaña del desierto de Tinduf, en Argelia, donde los resistentes polisarios pierden la vista y los dientes mientras los allegados a la corte marroquí y algunos de los miembros de esta se benefician de los 36 millones de euros que anualmente paga la UE por un acuerdo de pesca que ahora se pretende renegociar al socaire de la baraka -aliento de vida, bendición divina- de la primavera árabe.
El Parlamento vasco ha pedido que, en caso de que tal acuerdo se renueve, se excluyan del mismo las aguas del Sáhara Occidental y que estas se devuelvan a sus legítimos dueños, los ciudadanos españoles del Frente Polisario -que siguen hablando español, heredado de sus mayores-. La UE no es proclive, de momento, a un nuevo acuerdo y tiene serios argumentos para negarse después del planteamiento de hace un mes del Europarlamento. Si no se renueva el convenio UE-Marruecos, un centenar de barcos españoles -la mayoría arrastreros andaluces y canarios- se quedarían sin un caladero sobreexplotado al que ya renunciaron, en la práctica, los 17 barcos gallegos autorizados a faenar allí. Unos 450 tripulantes tendrían que recolocarse en otras aguas; pero Marruecos perdería unos 150 millones de euros por autorizar a pescar la nada, que es lo queda -como en Bu Craa con los fosfatos- después del arrase absoluto de un caladero. España y la UE, con menos millones de euros que los empleados en autorizaciones de pesca en aguas ocupadas por Marruecos podrían contribuir a diversificar el trabajo de esos marineros que, a buen seguro, no añorarán aquello que "ya" no tienen: la pesca del banco canario-sahariano.
Fuente: laopinioncoruna.es
Tierras desérticas del Sáhara Occidental, 26 de febrero de 1976. España abandona la colonia saharaui y el Frente Polisario proclama la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). Su sueño de libertad para el pueblo saharaui fue interrumpido abruptamente por las bombas de fósforo blanco arrojadas sin miramientos por las tropas de Marruecos que, posteriormente, se anexionarían de este territorio abandonado por los españoles y que correspondía a otros españoles censados en su tierra, el Sáhara Occidental, en 1974. Aquellos ciudadanos españoles que integraron el Frente Polisario tenían pasaporte, DNI y libros de familia expedidos por la Administración española. Su sueño de trabajo y libertad en unas tierras ricas en fosfatos y con unos mares que amparaban el desarrollo de millones de toneladas de merluza y otras especies acabó por la muerte de muchos de los vencidos por el "amigo marroquí", el encarcelamiento de otros muchos y el exilio de la mayoría a países, entre otros, como España y Argelia.
Los marroquíes agotaron los fosfatos y contribuyeron, junto con las flotas industriales de muchos países autorizados a faenar en aguas del Sáhara Occidental o banco canario-sahariano -entre estas la europea y, particularmente, la española- al agotamiento de un riquísimo caladero en el que si el rey era la merluza, los príncipes eran los cefalópodos -el pulpo y el calamar-.
Casi 40 años después, el sueño de los saharauis viaja de un lado al otro del desierto, de las casitas de adobe de algunas de las antiguas ciudades del "protectorado" español a las cabañas y tiendas de campaña del desierto de Tinduf, en Argelia, donde los resistentes polisarios pierden la vista y los dientes mientras los allegados a la corte marroquí y algunos de los miembros de esta se benefician de los 36 millones de euros que anualmente paga la UE por un acuerdo de pesca que ahora se pretende renegociar al socaire de la baraka -aliento de vida, bendición divina- de la primavera árabe.
El Parlamento vasco ha pedido que, en caso de que tal acuerdo se renueve, se excluyan del mismo las aguas del Sáhara Occidental y que estas se devuelvan a sus legítimos dueños, los ciudadanos españoles del Frente Polisario -que siguen hablando español, heredado de sus mayores-. La UE no es proclive, de momento, a un nuevo acuerdo y tiene serios argumentos para negarse después del planteamiento de hace un mes del Europarlamento. Si no se renueva el convenio UE-Marruecos, un centenar de barcos españoles -la mayoría arrastreros andaluces y canarios- se quedarían sin un caladero sobreexplotado al que ya renunciaron, en la práctica, los 17 barcos gallegos autorizados a faenar allí. Unos 450 tripulantes tendrían que recolocarse en otras aguas; pero Marruecos perdería unos 150 millones de euros por autorizar a pescar la nada, que es lo queda -como en Bu Craa con los fosfatos- después del arrase absoluto de un caladero. España y la UE, con menos millones de euros que los empleados en autorizaciones de pesca en aguas ocupadas por Marruecos podrían contribuir a diversificar el trabajo de esos marineros que, a buen seguro, no añorarán aquello que "ya" no tienen: la pesca del banco canario-sahariano.
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