¡SAHARAUI, SAHARAUIA, EIDA FEIDAK LILHURRIA! (tu mano junto a la mia hasta la libertad) ¡Rompamos el bloqueo informativo. Derribemos el Muro de Silencio! ¡LABADIL, LABADIL, AN TAGHRIR ALMASSIR! (No hay otra opcion que la autodeterminación)

EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

La peor tortura fue ver cómo los verdugos torturaban a nuestros padres ante nuestros ojos

Nuestra tragedia empezó el 1 de marzo del 1976, cuando fue secuestrado mi padre, SALEK ABDESSAMED, por un grupo de la Gendarmería Real marroquí en la región de Tarfaya, lugar en el que se encontraba nuestra casa. Las semanas siguientes fueron de total desesperación y miedo, sin conocer el paradero de nuestro padre, un cheij, notable saharaui y un hombre muy respetado y conocido en todo el territorio.
A las dos semanas del secuestro de mi padre, otro grupo compuesto por policía judicial marroquí y DST (Dirección de la Seguridad Territorial), irrumpieron de nuevo en mi casa y nos apresaron a mi hermana FATMA y a mí junto con mi madre, BATUL SIDI.
Debido a las torturas, la poca higiene y la escasa alimentación, un poco de sémola de trigo o algunos garbanzos flotando en agua y en platos oxidados, muchos de nosotros comenzamos a sufrir enfermedades graves. No teníamos mantas, ni ropa, sin asistencia médica y no nos dejaban ir al baño. Nos mantenían bajo llave en celdas oscuras sin luz eléctrica.
Mi madre, BATUL SIDI, no pudo resistir más y murió el día 17 de junio de 1977 a consecuencia de las torturas sufridas y las duras condiciones del encarcelamiento, sin recibir auxilio alguno, ni tratamiento. Dejaron su cuerpo toda la noche en la misma celda que nosotras. El mismo destino lo conocieron otros 27 presos saharauis más, que murieron y fueron enterrados en fosas comunes desconocidas.

Mi padre, SALEK ABDESSAMED, murió el día 27 de mayo de 1983, debido a las torturas y las enfermedades. Unas horas antes de su muerte, nos dijeron que si queríamos verlo no podíamos ni llorar, ni gritar, accedimos con tal de poder verle de nuevo, así que lo trasladaron entre dos soldados en una manta y permanecimos con él diez minutos. Ese mismo día murió. A lo largo de los diez años y medio que permanecimos en esa cárcel, la de Kalaat Mguna, murieron otros 14 presos saharauis, incluido mi padre.



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