¡SAHARAUI, SAHARAUIA, EIDA FEIDAK LILHURRIA! (tu mano junto a la mia hasta la libertad) ¡Rompamos el bloqueo informativo. Derribemos el Muro de Silencio! ¡LABADIL, LABADIL, AN TAGHRIR ALMASSIR! (No hay otra opcion que la autodeterminación)

EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Sidi Budi Bibi: dos minas, una voluntad

Su caso es el colmo de la mala suerte, aunque Sidi Budi Bibi asegura que siendo musulmán acepto y sé que esto era mi destino y tengo fe en Dios. Si esto es lo que me tenía que pasar, pasó y, desde entonces, aprendí que la dificultad de adaptarse a las nuevas circunstancias depende de la confianza que tenga cada uno en sí mismo. Era octubre de 1980. La guerra contra Marruecos por la defensa de la libertad del Sáhara Occidental estaba en pleno apogeo, el muro marroquí divisor tenía ya sus primeros cimientos en pie y Sidi viajaba con tres miembros de su familia para visitar a otros familiares, en un intento más de tener noticias sobre su paradero y estado. Circulaban por la V Región Militar cuando su coche explotó sobre una mina anti-tanque marroquí.  Este artefacto, diseñado para ser ocultado a poca profundidad en la tierra, detona al ser activada inadvertidamente por un vehículo. Requiere una presión sobre ella de unos 150 kilos para que la carga explosiva que contiene explote e inmovilice o destruya un vehículo blindado o un tanque, por supuesto, junto con sus ocupantes.
En cuestión de segundos, el cuerpo de Sidi volaba por los aires y salía despedido del coche con suma violencia. Cayó a tierra como un saco y aterrizó sobre una mina anti-persona, también sembrada por el ejército alauita. La segunda fue peor que la primera para él, pues arrancó de cuajo parte de su pierna derecha por debajo de la rodilla y le desprendió el ojo. Quedó inconsciente, por lo que tardó en saber que el resto de su familia había resultado herida, pero no de gravedad. Los cuatro pasaron en pleno desierto toda la tarde y aquella interminable noche, hasta que una patrulla militar de reconocimiento del Frente Polisario les localizó. Más de 16 horas permaneció tendido en ese suelo pedregoso del desierto saharaui, con un dolor infernal, pero tranquilo sabiendo que los suyos estaban mejor que él. No veía y eso le producía una sensación todavía más terrible que la que le provocaba la propia amputación.
Le miro y me quedo obnubilada. Está ahí sentado frente a mí, sonriendo con evidente paz interior. Hablamos reunidos en casa de otra víctima de mina terrestre, Mohamed Fadel, que perdió la vista y cuya historia es otra historia dramática, a la que también daremos voz. Ambos son amigos y viven en la wilaya de El Aaiún, en los campamentos de refugiados saharauis de Tindouf, Argelia. Sidi transmite una tranquilidad que cuesta asimilar… Le veo con el rabillo del ojo peleando con la prótesis, pues trata de quitársela para mostrarnos el alcance real de su amputación. Es que… no es de mi talla, comenta con cierta resignación, pero con un humor curioso y sorprendente. El momento fue de traca, porque rompió de golpe el hielo del horror que debía desprender mi rostro. Ya estás lista para continuar, porque sonriendo estas cosas se llevan mejor, me dijo. Gran hombre este Sidi, que agradece a Dios el poder ver las sonrisas de sus 7 hijos, tras seis largos meses de ceguera que, poco a poco, fue remitiendo y pasó de intuir formas a vislumbrar objetos y, finalmente, a poder verlos, aunque con un elevado grado de desenfoque que corrige con unas gafas.
Ahora sí sabe los riesgos y los peligros que entraña una mina terrestre del tipo que sea. Ahora sí que clama al cielo en busca de ayuda para retirarlas de los territorios del Sáhara Occidental infectados de ellas. Entonces, hace 33 años, no sabía siquiera que semejantes armas existieran. Pero aprendió a vivir y a salir adelante con su nueva condición de discapacitado, con una sola pierna. Peleó hasta conseguir una prótesis y continuó peleando para encontrar un trabajo que le permitiera seguir ejerciendo de cabeza de familia, con esposa, 7 hijos y sus padres a su cargo. Once bocas que alimentar, nada menos sobre sus escuetos hombros. Todo un ejemplo de voluntad. Nosotros somos realistas y hemos sabido afrontar la situación, comenta.
Y, como todas las víctimas, Sidi también pide un deseo. Debemos trabajar unidos por un mensaje común -asegura-, una lucha conjunta para que se quite el muro, que es una máquina de matar inocentes. Debemos ayudar a las víctimas que no tienen tantas posibilidades o recursos para salir adelante por sí mismas.

Sirva esta denuncia para dejar constancia de lo que no debe seguir pasando en el Sáhara Occidental, por el muro y las minas sembradas por Marruecos desde el inicio de su ocupación.



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