La salida de España del Sahara Occidental en 1976 trajo tras de sí un conflicto armado, refugiados, víctimas inocentes y todas las demás consecuencias habituales de cuando la política abandona el cauce normal y pacífico del diálogo para convertirse en violencia. Fue traumático para España y, especialmente, para Canarias, pues no pocos de nuestros paisanos se habían establecido en aquellas tierras, donde encontraron su sustento e, incluso, echaron raíces. Esto último sucedió sobre todo a través del intercambio que se produjo en las escuelas, donde canarios y saharauis se formaron juntos con el español como lengua y cultura comunes. Una labor educativa de la que también fue partícipe nuestra entrañable Radio ECCA hasta la descolonización: llegó a tener 2.000 alumnos atendidos por cuatro profesores. La proximidad geográfica de Canarias y el Sahara ha contribuido a mantener cierto nivel de contacto entre ambas comunidades con posterioridad a aquellos años cruciales para nuestra historia contemporánea. Pero la francofonía marroquí y la inevitable distancia entre España y la que fuera formalmente una de sus provincias ha hecho que nuestro idioma y nuestra cultura hayan ido retrocediendo paulatinamente tanto en lo que hoy es territorio alauí como en los campos de refugiados de Tinduf. Las nuevas generaciones saharauis no hablan español, salvo excepciones. Esto, desde mi punto de vista, nos hace un daño irreparable especialmente a los canarios por nuestra vecindad y nuestros vínculos históricos.
Es por ello que me ha llenado de regocijo leer en estas mismas páginas el artículo firmado por Luis Ayllón el pasado martes con el título de «El Cervantes vuelve sus ojos al desierto».
En él nos informa de que se recupera la enseñanza oficial de la lengua española en El Aaiún y Tinduf con la anuencia de Marruecos, Argelia y del Frente Polisario. Es una noticia importantísima en el largo plazo para Canarias que nuestras islas recuperen una hermandad y un intercambio cultural y comercial que puede ser de no poca magnitud. Vivir cada vez más ajenos a nuestros vecinos no tiene precedentes históricos ni razón de ser, aunque las relaciones seculares no fueran siempre afectuosas.
Porque, no nos quepa duda, llegará un momento en que será paz lo que fuera guerra, en que será historia lo que fue odio y allí, gracias al Instituto Cervantes, seguirá Canarias a través de una lengua, la segunda más hablada del mundo, que es el mayor tesoro que tenemos todos los que somos hispanohablantes.
Por Francisco Estupiñán
Fuente: abc.es
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