De las cosas más agradables que me han ocurrido en Dajla, ha sido conocer a Balali, un artista y electrónico autodidacta, con mucho talento. Frente a un enorme y exacto retrato que pintó en una pared, a partir de una foto de carnet, le pregunto que cómo lo hizo. Me contesta que empezó por el pelo y fue bajando (wao! Qué sentido mental de la proporción!)
Me dice un colega que he sabido “engañarle” para entrar en su casa. Porque nos recibe en la puerta pero él es muy reservado y nadie cree que podamos pasar de la entrada. Y ahí yo le propongo que nos retratemos mutuamente. Retrato, té, charla. Estupendo. Quedo otro día porque quiero dibujarle en su estudio. Pero esta vez no paso de su taller de electrónica. Y me saca allí, apoyados en la pared, varios de sus cuadros. Es un tío increíble.
En otro momento me abordan dos albañiles pidiéndome que les haga una foto. Pero yo les dibujo. Y sus colegas se mueren de risa con el parecido. Me han quedado clavados.
Y vuelvo a visitar a Javier Arango, enciscado en su mural y le echo una mano. También retrato al guardia de seguridad que me lo agradece mucho.
Otro día dibujo a comerciantes del mercado. Y hay mucha diversión con los parecidos. Unos jóvenes me invitan a té y me piden que les retrate también. Pero cuando voy a colorearlos uno ha desaparecido. Y contesta por el móvil que le ponga los colores que quiera.
También me paro en el reparto de butano, con las mujeres rodando las bombonas con el pie, el carrito del reparto y esas cosas.
Y con esto acaban unos sabrosos días en Dajla.
Por Javier de Blas
Fuente e imágenes: Viajero en Tindouf
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