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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Sahara Occidental, cuarenta años de oprobio y olvido

Guerra en Oriente Medio, estados fallidos, yihadismo, primavera árabe, refugiados… Todo esto es actualidad, problemas que se van desgranando a nuestro alrededor, muchas veces pensando que sus raíces son misteriosas. Pero no lo son. Los conflictos no surgen espontáneamente, tienen unas causas muy humanas y se enquistan, mayormente, y se convierten en auténticas tragedias debido a la inacción de quienes podían haber intervenido en ellos e impedir o ayudar a resolverlos.

Pues bien, la suerte del Sahara Occidental es uno de esos casos en los que el proceso de descolonización acabó en un total y rotundo fracaso y España, que lo abandonó a su suerte en 1976, contribuyó sobremanera. Pero todos sabemos lo mal que anda de memoria histórica la antigua metrópoli colonial.

El Sahara no pudo asumir un devenir independiente, como el resto de colonias africanas, porque fue inmediatamente ocupado por Marruecos. Y desde entonces, los saharauis han tenido que elegir entre quedarse, y sufrir toda clase de humillaciones, o exiliarse a los campamentos de refugiados en la vecina Argelia (donde viven unos 100.000).

Tras una dura y cruel guerra, el Frente Polisario (RASD) acordó en 1991 con Marruecos un alto el fuego supervisado por la ONU, con el compromiso de proceder a un referéndum para el territorio. Pero todavía siguen esperando a que se lleve a cabo, porque Marruecos pone toda una serie de trabas para impedirlo.

Recientemente, el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, visitó los campamentos argelinos. Su intención es lograr que se desbloquee la situación antes de acabar su mandato. Pero haciendo un repaso a la ineficaz actuación de la misión de la ONU, Minurso, en estos años y la escasa relevancia de los actores implicados (ninguna potencia se ha interesado en apoyar a los saharauis, ni la que es todavía la administradora nominal del territorio, España), todo apunta a que va a seguir igual: bonitas palabras y falta total de compromiso internacional.

El gobierno de Rabat se siente fuerte. Hace unos meses impidió que Suecia reconociera al Sahara en su parlamento, aunque fuera un acto simbólico, ante la presión que hizo contra los intereses económicos suecos, impidiendo la apertura de un centro comercial de Ikea en Casablanca.
Tampoco hubo reacción ante los graves hechos acaecidos en el desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik, a las afueras de El Aaiún, hace unos años ni, por supuesto, a la violación sistemática de los Derechos Humanos, porque la misión de la ONU no tiene competencias en esta materia. Tanto es así que el Grupo de Amigos del Sahara, conformado por Estados Unidos, Francia, el Reino Unido y Rusia, además de España, no lo consideró necesario (a pesar de la petición de Estados Unidos). La misión Minurso se limita a vigilar el alto el fuego, a la retirada de minas, a facilitar la visita de las familias del otro lado de la frontera, a la devolución de los prisioneros (cuando los había), de los presos políticos, etc… así que poco puede hacer frente a los abusos en los ámbitos de la vida cotidiana.

Los saharauis viven como ciudadanos de tercera. Se les reprime, se les detiene de manera arbitraria, sin respetar sus garantías civiles, y se les excluye de las actividades económicas y, así, un largo etcétera. En mayor medida, la suerte del pueblo saharaui depende de la solidaridad de Argelia y de las ONGs que colaboran con ellos, además del propio compromiso de los saharauis por sostener su identidad para que no sea destruida.

La postura del monarca alauí, Mohamed VI, es clara, e igual a la de su cruel padre, Hassan II: el Sahara es parte de Marruecos. Hace cosa de un año, en la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la Marcha Verde, el monarca prometió la autonomía para el Sahara. Sin embargo, aún no se ha producido ningún movimiento en esa dirección. Paralelamente, desde hace muchos años, se promociona una intensiva colonización marroquí del territorio lo que dificulta un posible referéndum. Las trabas marroquíes para celebrarlo solo buscaban contemporizar, llevan 25 años así, para afianzar su posición. La ONU no ha logrado configurar un censo, dificultado por Marruecos en su pretensión de incluir a los ciudadanos marroquíes allí establecidos excluyendo a los refugiados. Pero, finalmente, Rabat solo considera válida la autonomía.

Por todo ello, en fechas recientes, el Secretario General del Frente Polisario, Mohammed Abdelaziz, señalaba que “la paciencia del pueblo saharaui está agotada”.

No es la primera vez que considera la posibilidad de que se vuelva a reactivar la violencia. No es lo que se quiere porque implicaría más sufrimiento. Aunque el máximo responsable de la situación en el Sahara es, sin duda, Marruecos, tampoco podemos obviar la que les corresponde tanto a España como a la Unión Europea y la ONU, incapaces de presionar debidamente a Rabat para que cumpla con los acuerdos internacionales. Marruecos es visto como un fiel aliado, un muro de contención frente al radicalismo islámico, pero también es un país que está sometiendo a un pueblo de una forma cruel e injusta a su dominio.

A las pruebas me remito. El 23 de julio de 2015, el Frente Polisario obtenía un reconocimiento especial en relación a la protección de víctimas de conflictos internacionales prevista en la Convención de Ginebra. Y el 10 de diciembre del año pasado, el Tribunal de Justicia de la UE anulaba el acuerdo Agrícola alcanzado con Marruecos porque consideraba que se estaba explotando la riqueza natural de los saharauis de forma ilícita en su perjuicio. Hay, además, abiertas diversas causas judiciales sobre delitos, crímenes y violaciones de los derechos humanos marroquíes en el Sahara. Por todo, no por parecernos un conflicto pequeño o menos cruento que otros su suerte es menos importante. Al contrario, es tristemente revelador cómo los intereses geoestratégicos de los países se anteponen a la dignidad humana. Pensemos en los refugiados, asumamos que podemos ser ellos.

Por Igor Barrenetxea Marañón
Fuente: deia.com


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