Por Patricio Benalcázar Alarcón / eltelegrafo.com.ec
El 27 de febrero de 1976, en Bir Lehlu, una pequeña localidad situada al norte de África, en el lado oriental del Sahara, junto al muro de más de 2.000 kilómetros construido por el reino de Marruecos y que divide la zona occidental y atlántica del Sahara con el área controlada por el Frente Polisario, brazo político militar del pueblo Saharaui, se proclamó la República Árabe Saharaui Democrática.
Desde 1960, las Naciones Unidas, a través de la Resolución 1542, consideran al Sahara Occidental como uno de los 17 territorios no autónomos bajo supervisión del Comité Especial de Descolonización. Para 1967, la ONU promueve su independencia y en 1975, la Corte de Justicia de La Haya emite una opinión consultiva en la que determina que esta zona no es un territorio sin propietario, los Saharaui la habitan y conviven históricamente, por lo que sugiere nuevamente la descolonización y el respeto al principio de autodeterminación de los pueblos.
Desde 1991 la ONU promueve un referéndum en el Sahara que incluya un alto el fuego, lo que ha sido obstruido por los intereses económicos que Marruecos, Mauritania y otros países europeos como Francia tienen sobre la zona, en particular por las minas de fosfato y su riqueza ictiológica, lo cual recientemente en diciembre de 2016 ha sido observado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea que determinó que los acuerdos de asociación y comercio alcanzados entre la UE y Marruecos no son aplicables al Sahara Occidental.
El drama saharaui tiene rostro humano, cerca de Tindouf, ciudad de Argelia con no más de 50.000 habitantes, desde mediados del setenta, más de 200.000 personas y familias refugiadas se encuentran en cinco campamentos en condiciones precarias pese a la presencia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados -ACNUR- y otras organizaciones humanitarias.
Esta población fue desplazada de la zona atlántica del Sahara, bajo control marroquí, donde más de 100.000 soldados, apoyados por carros de combate, artillería y aviones, defienden el muro y los intereses económicos que están en estas tierras y en el mar, a las que se suman múltiples acusaciones de violación a los derechos humanos como detenciones arbitrarias, tratos inhumanos, suspensión de derechos civiles, entre otros, y aunque los campamentos se instalaron en forma temporal, los refugiados han esperado 40 años para alcanzar un acuerdo político que permita su retorno.
La humanidad no puede ser ajena a la historia del pueblo saharaui, en un mundo que se comunica de manera dinámica y es cada vez más cercano, un mundo que puede compartir hasta los versos de Bahia Awah, poeta saharaui: “Pobre, y rico, de mi condición saharaui /así se lo digo, poeta hispano, como Machado, como Lorca, como Neruda, como Badi o como Beibuh /Poeta antimonárquico y guerrillero /por la libertad, un día alegre morirá mi corazón soberano”.
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