Por Benda Lehbib Lebsir / Fotografías: Omar Lamín / 1saharaui
Palabras
Que anuncian las despedidas anticipadas
Que explotan en mil pedazos cuando se callan
Que suben por tu garganta entrecortadas
Que matan
Palabras -Amaia Montero
Recuerdo llegar a los campamentos tras un año en España, y que la lluvia nos diera la bienvenida desde el mismo momento en que descendíamos por las escaleras del avión. Esa lluvia que hace, si cabe, más bonita la hamada. Y mira que odio las tormentas, los cambios bruscos pero, lo cierto es que los campamentos bajo la lluvia se crecen, aumenta su romanticismo, su ambiente bohemio, relajado, su encanto aparece en el olor a tierra mojada, mientras tanto yo me empeñaba en resguardarme bajo la melhfa, como si aquella tela me fuera a salvar.
Los que viajan a los campamentos se pueden clasificar perfectamente en dos grupos: esos que lo observan todo, no pierden de vista ningún momento, les quedan grabados a fuego, de por vida, para siempre. Sí, son esos que aprecian los ratitos especiales. Miden cada instante en una fotografía. Esos que intentan trasladar esa conexión instantánea que se crea a través de las miradas, de los silencios absolutos. El todo y el nada, y viceversa. Ese cumulo de sentimientos, ese estar y no. Viven tan intensamente la experiencia que hablan de saharauitis eso que padecemos algunos cada vez que nos montamos en el avión de vuelta…
Pero hay otros, los más silenciosos y cohibidos, que narran, sienten y viven el viaje de una forma mucho más sencilla pero, también, mucho más especial. Los que saben de verdad disfrutar de los pequeños momentos de felicidad sin ningún tipo de distracciones, los que viven de forma distinta una de las cosas más mágicas de los campamentos: la noche.
Una vez una conocida tras su viaje a los campamentos, me dijo “que la noche saharaui una auténtica lluvia de estrellas fugaces, te traslada directamente a aquellas largas noches de agosto”.
Y aquí me detengo. Si te paras un segundo a leer de nuevo ésta última frase, despacito y sin prisa, encontraras poesía dentro de ella. Yo, al menos, no puedo entenderlo de otra forma: lluvia, estrellas, noches y agosto.
¿Necesitas más pistas? Pues ahí van unas cuantas:
Un día en las dunas.
Un paseo de una jaima a otra sin linterna a poder ser, es el sitio de mi recreo, a oscuras. Me chifla.
El silencio de la noche, ese detalle que sólo puede dar la bienvenida a eso… a la magia.
Una manta, mientras tomas un vasito de té, charlas, y te olvidas totalmente del reloj… rodeado de personas que no dejan de sumar, siempre hay que quedarse con ellas…
Risas nerviosas. Miradas atentas, ojos que no parpadean.
Las chancletas conforman el dress code de la noche, que así es infinitamente mejor, y no te olvides de quitártelas cada vez que entras y sales de la jaima. Aunque puestos a pedir; ve descalzo, familiarízate con la arena, es una sensación única.
Ya lo he dicho mas de una vez; que viajar a los campamentos es más sencilla de lo que crees. Yo soy de las que se emocionan con las cosas pequeñas que en el fondo son inmensamente grandes. Que a pesar de ser más diurna que nocturna, si vivo una noche de esas noches me quedo con ellas y no las suelto. Ahora sí, disfruta de tu viaje como sea de noche o de día, pero sobre todo; quédate con todo.
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