La mujer de verde
se ha vuelto a poner el traje
para rescatarme
¿Qué sucederá cuando las balas no reboten
y los malos sean más fuertes
y volar no sea tan fácil
y conozcan nuestros planes?
La mujer de verde -Izal-
Por Benda Lehbib Lebsir / Fotografías: Laura Bermejo / 1saharaui / No puedo decir que mi ausencia del blog durante estas semanas –dos meses para ser exacta–, haya sido producto de la casualidad porque no es verdad. Lo hice de forma intencionada, y sabiendo que necesitaba un tiempo lejos de la pantalla, no para olvidarme de ella, ni mucho menos, pero sí para seguir pensando en historias que contar.
Aún así, siento la espera.
El caso es que hace un par de días decidí volver a retomar mi cita con este mundillo de la blogosfera, coger el ordenador y empezar a dibujar con palabras mi post de vuelta…
Y esto es lo que ha salido.
¡Allá voy…!
Hace varios días me topé con un reportaje fotográfico que me dejó embobada, pegada a la pantalla del ordenador y mirando fijamente aquellas imágenes mientras mi mente dibujaba 18 años de recuerdos, toda una vida desde el primer día que llegué a Palencia, una realidad extraordinaria. ¡Qué rápido pasa el tiempo, y qué bien, de verdad!.
Resulta que el otro día hablando con mi madre -afortunadamente tengo dos-, pero en este caso mi madre biológica, volví a recordar, y empezamos a poner cara a cada uno de esos momentos (algunos desconocidos para mí, supongo que serán esos sentimientos de las madres que pocas veces percibimos los hijos).
Mis nervios, sus nervios. Su ¿qué pasará ahora con su hija de tan solo siete años que nunca había montado en un avión?. ¿Dónde aterrizará?. ¿La querrán, la tratarán bien?. ¿Estará a gusto?…
Un sinfín de preguntas, que con el tiempo fue respondiendo una a una, y sin dejarse ninguna por el camino. Y curiosamente, 18 años después, vuelve a vivir la misma experiencia. Esta vez es diferente, ya que se trata de mi hermana pequeña, la más pequeña de todos.
Y aquí he querido plasmar sus palabras:
Quiero dar las gracias a las madres de acogida que han tratado tan bien a mis hijos. Gracias por arroparles. Enseñarles lo más básico de vuestra cultura, que acaban haciendo un poco más suya: comer con utensilios, respetar las señales de tráfico, subir en un ascensor, o por las primeras brazadas en la piscina.
Gracias por quererlos de la forma que los habéis querido y queréis. Estaré eternamente agradecida por lo feliz que han vuelto verano tras verano, dos meses que yo estaba separada de ellos, y en ningún momento he sentido que mis hijos estuvieran a disgusto, todo lo contrario. Por eso, ¡gracias de corazón!. Si sois madres me entenderéis, estoy segura.
Cuando eres madre, el miedo por lo qué les pasará a tus hijos cuando están lejos siempre te acaba ganando la batalla, te vuelves mucho más sensible, e incluso insegura. Sentimiento que en ocasiones intentas hacer frente, y en otras dejas pasar como si nada.
Os reconozco -madres de acogida- que soy la primera que siente cierto miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a ese jardín secreto por descubrir. Esa especie de vértigo interior en el momento en el que decides ver qué hay fuera de esa zona que algunos llaman “de confort”.
Aunque también es cierto que de vez en cuando, no estaría mal echar un vistazo a ese otro lado, a ese mundo desconocido que sólo está a un paso, atrás o adelante. Esa zancada que empiezas a dar a medias, solo para olfatear eso que se cuece detrás del muro. Por eso, para mí sois valientes, por crear ese vínculo que en muchas ocasiones llega a ser de por vida. Por tapar nuestros miedos, el mío y el de todas las madres, que como yo el otro día despedíamos a nuestros pequeños entre lágrimas.
Os confesaré también, que cuando di un beso a mi hija y la vi montarse en el camión, en cuestión de segundos veía a una mujer en vez de una niña. La miraba y la veía segura, decidida y feliz. Es la experiencia que todo niño saharaui desea con tanta ilusión, por eso creo que las despedidas siempre se hacen un poco más amenas.
¡Gracias!. Una y mil veces gracias, por ponerles manguitos y enseñarles a nadar. Por presentarlos a vuestra familia y entorno. Por subirlos a la bici que tanto les gusta. Gracias por decirles que no al exceso de helados, por miedo a que se pongan malos. Por llevarles a su revisión de médicos como si yo misma los acompañara. Gracias por subirlos al tren que no habían visto nunca, por hablarles del peligro de conducir sin el cinturón abrochado, por ajustar vuestros horarios y rutinas a las de mis hijos. Por quererles enseñar todo, incluso reforzar lo que ya sabían.
Gracias por acoger a mis hijos. Gracias por romper moldes. Por derribar muros, o a destruir barreras.
Por no tener ese miedo que podríamos tener cualquier madre a afrontar lo nuevo, y a afrontar esta gran responsabilidad, que sé de antemano que lo hacéis de maravilla. ¡No tengo ni la menor duda de ello!.
Gracias por no tener miedo a la hora de tomar las decisiones que creéis que mejor convienen a mis hijos, por ser mis cómplices en este reto tan complicado de hacerlos hombres y mujeres de bien. A los aciertos y a los errores. Gracias por estar con ellos, y por supuesto con nosotros, sus padres.
Gracias de una madre a otra. Pero sobre todo, gracias por querer tan bien a mis hijos. No sé cómo agradecértelo, pero ojalá algún día en mi jaima y en un Sáhara libre sin ocupación, podamos dar un paseo en las playas del Sáhara. Estoy segura que será un día de esos que jamás olvidaremos. Jamás olvidarán nuestros hijos, los míos que también son vuestros.
“Mucha gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo” (Eduardo Galeano)
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