Treinta y cinco años son muchos años. Y parecen muchos más si estás esperando. Y si los que esperan son casi 200.000 saharauis que se hacinan en los campamentos de Tinduf, mucho más.
Un desierto, un territorio inhóspito donde hay miles de tiendas de campaña, de chabolas de adobe, una tras otra. Sufriendo un calor infernal por el día y un intenso frío seco por las noches. Conviviendo con la arena que lo cubre todo. Hasta la ilusión por un futuro mejor.
Un futuro que arruinó un loco integrista como Hasan II, al que el rey de España, consideraba su hermano, que hizo que 350.000 fanáticos iniciaran en 1975 una marcha para invadir el Sáhara Español, defenestrando al pueblo saharaui. Las promesas de independencia para el Sáhara duraron lo que tardamos los españoles en abandonar aquella provincia. En 1976 salieron los últimos colonos españoles, dejando a su suerte a los saharauis españoles. La única solución: el exilio a Argelia, a Tinduf, a ninguna parte.
Treinta y cinco años de un referéndum legítimo que no dá señales, a Tinduf sólo llegan promesas y aplazamientos. El pueblo saharaui nunca pide, y si lo hace es para pedir medios para seguir educando a sus hijos y demostrarles que hay un futuro mejor, lejos de la arena. Pupitres y libros que tienen que compartir con otros niños, al igual que prendas de vestir, el agua y la comida. Todo escasea en la arena.
Nadie se ha hecho cargo de este problema. Ni la ONU, ni el gobierno español ni nadie. Múltiples visitas, eso si, a Marruecos. Apretones de mano, saludos, promesas y risas. Mientras tanto siguen en el olvido los de siempre. Ni los gobiernos socialistas, ninguno, ni la monarquía se han preocupado por este problema. Todos olvidan, todos...menos el pueblo español.
Año tras año niños saharauis disfrutan en España de unas vacaciones denominadas “vacaciones en paz”, una oportunidad de salir de ese horror. Si somos conscientes del problema ¿por qué no tratamos de arreglarlo? El problema es el gigante marroquí, que todo lo tapa. No hay que enfadar a Mohamed VI, hijo del integrista loco que ha heredado todo lo peor de su padre. Sigue abogando por una autonomía saharaui dentro de la soberanía marroquí. Eso significa beneficios para los marroquíes residentes en la zona y marginar a los pocos saharauis que aún permanecen en su tierra. La UE no entra en eso, corren serio peligro las relaciones con Marruecos, los acuerdos de pesca; el dinero, el maldito dinero.
Pero nos olvidamos de esos saharauis que siguen enseñando español y costumbres españolas en las tiendas de campaña a sus hijos, siguen sufriendo su penuria en la arena de Argelia, viendo como pasa el tiempo, como se pierden las ilusiones. No es justo que el último recuerdo que muchos tienen de El Aaiún sea una bandera española ondeando a media asta por la muerte de Franco. Han pasado treinta y tres años, entre todos hagamos que no sea ni uno más. Estamos hablando de personas que un día fueron españoles en la provincia española del Sahara Occidental. Tenemos una deuda con el pueblo saharaui: devolverle su identidad, su pueblo, su país. Exijamos ese referéndum que se sigue negando, que se sigue aplazando. Exijamos a nuestro gobierno que medie en la situación. Exijamos al rey que haga de verdadero embajador en este asunto. Es muy fácil colgarse las medallas y darse un baño de multitudes. Aquí es donde se requiere su presencia.
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