El
autor, ex director de la publicación independiente «Le Journal
Hebdomadaire», analiza los factores que debilitan la legitimidad del rey
marroquí ante el clima de protestas
Al
contrario que el Túnez de Ben Ali -y está por ver el caso de Mubarak en
Egipto-, el Marruecos de Mohamed VI todavía dispone de válvulas de
seguridad y de intermediarios sociales que canalizan la frustración de
una sociedad cuyos indicadores de desarrollo se encuentran entre los más
bajos del mundo árabe. Es verdad que una erupción del pueblo marroquí
no parece inminente, pero el statu quo político será cada vez más
cuestionado por los actores políticos locales, animado además por lo que
ocurre en Egipto.
Dos
acontecimientos recientes inquietan a las élites marroquíes. En primer
lugar, esta intermediación que ha evitado hasta el momento una explosión
social se debilita cada vez más bajo los embates de la monarquía. La
prensa está cada vez más amordazada y a las asociaciones de la sociedad
civil realmente creíbles como la Asociación Marroquí de Derechos Humanos
les cuesta cada vez más realizar su trabajo. La aparición de un nuevo
partido, el Partido Autenticidad y Modernidad, dirigido por un amigo
cercano del Rey, margina todavía más a unos partidos políticos
tradicionales ya ampliamente domesticados.
El
segundo acontecimiento recuerda todavía más a la trayectoria del
sistema de Ben Ali: la mafia de los negocios que rodean al Rey. Como
pusieron de manifiesto los cables del Departamento de Estado
estadounidense revelados por Wikileaks, los hombres de negocios del Rey
acaparan las mejores oportunidades económicas del país para
enriquecerle, y de paso enriquecerse ellos. Es necesario recordar a
título de ejemplo que el monarca controla el primer banco, la primera
aseguradora del país y uno de los tres operadores de telecomunicaciones,
y que es el primer productor agrícola a través de las «fincas reales»,
por no hablar de sus numerosas propiedades inmobiliarias.
Hecho
agravante, la avidez empresarial de la monarquía la lleva a cometer
errores políticos graves. Mohamed VI ha invertido en casinos en
Marruecos y en Macao. También controló durante algunos años Les
Brasseries du Maroc, principal productor de bebidas alcohólicas en
Marruecos. Esas inversiones minan su condición de comendador de los
creyentes que se supone que es un pilar de su legitimidad y un arma
contra el islamismo extremista.
Esos
patinazos deberían incitar a los actores políticos locales, pero
también a los socios internacionales, encabezados por la Unión Europea, a
presionar a la monarquía de Mohamed VI para retomar un proceso de
democratización peligrosamente adormecido. Como esperemos que ponga de
manifiesto el caso tunecino, una transición gradual y creíble hacia la
democracia entraña menos peligro que una estabilidad de fachada bajo la
tutela de un régimen autoritario en el Magreb.
Fuente: ABC / ABOUBKR JAMAI
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