Los
grandes acontecimientos de la historia se han precipitado sin avisar
nunca sobre sus consecuencias; a lo largo del siglo XX hemos vivido la
gran depresión de 1929, el surgimiento del socialismo, la división del
mundo en dos bloques opuestos, la caída del Muro de Berlín, la
independencia de muchas colonias africanas y asiáticas y el nacimiento
de las Naciones Unidas como garante de la seguridad mundial.
En
el siglo XXI, hemos vivido la caída de las Torres Gemelas, el
surgimiento del terrorismo como el mayor desafío internacional, la
emergencia de China como potencia mundial y la crisis mundial y
financiera actual. En estos días estamos viendo el surgimiento de un
movimiento cívico y popular que ha conseguido acabar con la dictadura de
Zein Abidin Ben Alí en Túnez, mientras el pueblo egipcio se bate entre
la opresión y la libertad para deshacerse del dictador Mubarak, que se
aferra al poder sin hacer caso a las legítimas reivindicaciones de la
población que exige unas elecciones libres y la construcción de un
Estado democrático.
La
lógica de la Real Politik y la complejidad de las relaciones
internacionales no pueden impedir que los demócratas del mundo apoyemos a
los pueblos cuando piden su libertad; no debemos dejar que la
revolución del Jazmín, al igual que la protesta saharaui del campamento
de Agdayem Izik, caigan en el olvido. Se ha encendido una nueva luz en
medio de tanto oscurantismo, una luz que Europa y Estados Unidos deben
acoger desde la esperanza en que la libertad es posible en el mundo
árabe.
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