El día se hace eterno ya de antemano.
Fatimetu agita su melhfa
y envuelve su impasible rostro con la tela cotidiana.
Otras miradas tristes invocan algún misterio.
Desde las vísceras de la endeble morada
se retuerce la tranquilidad y, de paso, se enojan las moscas.
Allá en la penumbra balbucea algún niño,
entonces se desprende algún desairado sermón
y un ambiente distante carcome las gargantas.
En la frontera de la jaima y la nada,
el día se hizo amargo,
y nadie quiso maldecir a los dioses.
Fatimetu agita su melhfa
y envuelve su impasible rostro con la tela cotidiana.
Otras miradas tristes invocan algún misterio.
Desde las vísceras de la endeble morada
se retuerce la tranquilidad y, de paso, se enojan las moscas.
Allá en la penumbra balbucea algún niño,
entonces se desprende algún desairado sermón
y un ambiente distante carcome las gargantas.
En la frontera de la jaima y la nada,
el día se hizo amargo,
y nadie quiso maldecir a los dioses.
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