Mohamed
Era un policía de la seguridad marroquí destinado en el Sahara desde hacía ya demasiados años. Esa mañana se levantó nervioso. Tenía que ir pronto a la gendarmería. Ese día llegaba a El Aaiún el enviado personal del secretario general de la ONU para el Sáhara Occidental, Christopher Ross. Desayunó rápido, apenas se despidió de su mujer y sus dos hijos. Se vistió con esa sudadera que tanto le gustaba, cogió su gorra, escondió su porra debajo de la sudadera y salió rumbo a su trabajo. En el barrio observó como sus vecinos le miraban, él sabía que le admiraban aunque a veces también pensara que le temían por su fama de hombre duro.
Ya en la gendarmería recibió órdenes: No debía haber disturbios y cualquier conato de manifestación de saharauis debía ser cortado de raíz.
No era la primera vez que recibía ese tipo de órdenes, es más, desde 1995 cada vez era más frecuente enfrentarse a esos saharauis alborotadores que lo único que querían era desestabilizar las provincias del sur, impidiendo la prosperidad que debería de haber llegado hace años a su querido Marruecos.
Creía profundamente a su jefe cuando les decía que esas manifestaciones atentaban contra la línea de flotación de Marruecos. Era un tema de seguridad nacional, no era un juego, era fuego real. Si triunfaba la Intifada sería el fin del próspero Marruecos. Su jefe les decía que hicieran ellos su trabajo que otros harían el suyo (refiriéndose a la facilidad que tenía su régimen para comprar voluntades y silenciar las noticias). Nadie sería sancionado, la integridad territorial estaba por encima de cualquier derecho individual o colectivo.
Junto con otros compañeros, igual como él de paisano, se dirigió a la Avenida de Smara en El Aaiún. Se quedaron vigilando cerca del Hotel donde se alojaban los miembros de la ONU. Sabía que ese hotel era un lugar de encuentro de militares de la Minurso y también sabía que algunas prostitutas frecuentaban la zona con la esperanza de ser contratadas por esos militares que no sabía muy bien que hacían en su Sahara.
La presencia de estos militares le molestaba, sabía que no vigilaban su trabajo pero le molestaba que hubiera testigos en la resolución de lo que el llamaba un conflicto interno entre marroquíes.
Pasaron las horas y ya a media mañana, vio como un grupo de hombres y mujeres saharauis se acercaban a la Avenida de Smara, gritando y coreando lo que en la distancia parecían consignas independentistas: el ya famoso grito de LABADIL LABADIL AN TAKRIR LMASIR (1)
Junto a sus compañeros corrió hacia ellos. No eran más de 10 ó 15 saharauis. Observó incrédulo como un saharaui sacaba una descolorida y raída bandera de su pantalón y levantándola con las dos manos saludaba a los coches de la Minurso.
Enseguida echó a correr, eso era intolerable, había que detener al independentista que con su actitud “ponía en peligro la integridad territorial de su Marruecos”, como decía su jefe y él creía.
Junto con sus compañeros enseguida dieron con él en mitad de la calzada de la Avenida de Smara. Le golpearon, se lo merecía, le pegaron patadas entre todos y con sus porras el dieron un buen escarmiento. El alborotador quería escaparse y él entonces sin pensárselo le lanzo una patada a la cara como le habían enseñado en las clases de defensa personal de la gendarmería. Cuando se levantaba en el aire para propinarle la patada en la cara, pudo observar que la mirada del saharaui no era de miedo ni de ira. Creyó reconocer esa mirada de indiferencia como si no le importara el dolor que le iba a propinar.
La patada fue espectacular, el saharaui cayó al suelo, momento que aprovecharon sus compañeros para seguir dándole porrazos y patadas. Lo detuvieron y lo entregaron a una unidad uniformada para que diera cuenta de él.
Junto con sus compañeros se dirigió a las proximidades del Hotel sabiendo que habían cumplido con su obligación esperando terminar su jornada.
Al llegar a casa a la hora de la comida, su mujer como todos los días le preguntó cómo le había ido el día y él sin quitarse de la cabeza la mirada del saharaui mientras le propinaba la patada, le respondió como todos los días, que todo había ido muy bien.
Aunque sabía de su legitimidad, no le gustaba hablar ni presumir en público de que otros policías y él golpeaban a saharauis con porras y patadas, no fuera ser que lo consideraran un cobarde. Al fin y al cabo el saharaui iba armado, armado con una bandera raída y descolorida.
Mohamed
Esa mañana se levantó nervioso. Llegaba a El Aaiún el enviado personal del secretario general de la ONU para el Sáhara Occidental, Christopher Ross.
Sabía que Ross se iba a reunir con asociaciones saharauis. Esas asociaciones que Marruecos ninguneaba, iban a ser recibidas y ser legitimadas nada más y nada menos que por la ONU. Nunca más podría decir Marruecos que estas asociaciones carecían de valor jurídico: La ONU se reunía con ellas y las reconocía como interlocutores en el conflicto de la ocupación del Sahara Occidental.
Dahba, su madre, sabía por como se había levantado Mohamed, que ese día iba a ser un día importante en la vida de su hijo. Ella sufría, no quería que lo encarcelaran ni que le hicieran daño. Ella también sabía que no podía hacer nada, que la voluntad de Mohamed era férrea y que nada podía hacer para frenarle y la verdad es que tampoco deseaba hacerlo. Sólo le decía a su hijo con frecuencia:
– Que no te hagan daño Mohamed, te podrán golpear pero nunca te podrán hacer daño.
Su padre trabajó para la administración española. Estudió hasta el instituto, no había universidades en la colonia española del Sahara. Le gustaba la filosofía. Mohamed tenía grabada a fuego la historia que un día le contó su padre sobre un esclavo y su amo. Cuando el amo propinó una paliza a su esclavo por un error que cometió. Después de una gran paliza, éste ni se inmutaba hasta que extenuado abrió la boca para decir a su amo:
– Cuidado, señor, que si seguís así, vais a romper vuestro bastón.
Terminó de desayunar rápido, se dirigió a su cuarto y movió el armario y de la parte de atrás sacó de su escondite su descolorida y raída bandera del Sahara Occidental. La cogió la observó y gritó en silencio para sus adentros: LABADIL LABADIL AN TAKRIR LMASIR.
La dobló y se la metió en su pantalón. Salió a la calle, vio como sus vecinos le miraban con admiración y cuando se reunió con sus amigos en el portal oyó los zgarit (2) de su madre a modo de despedida. La miró y unas lágrimas asomaron en las mejillas de Dahba.
Nada de lo que iban a hacer ese día era debido al azar. Estaba todo estudiado. Sabía que los marroquíes les iban a dar fuerte pero también sabían que si eran detenidos les podrían privar de su libertad pero no así de su felicidad. Recordaban a los héroes de Gdeim Izik, 24 presos políticos saharauis, en prisión preventiva desde hace más de dos años. Recordaban como estos héroes al escuchar sus sentencias, sus injustas sentencias, gritaban gritos por la independencia haciendo signos de la victoria y sonriendo de forma sincera. ¡Podían quitarles la libertad pero no su felicidad ni su verdad!
Mohamed y sus colegas sabían que lo que hacían, lo hacían por ellos y por el futuro de su pueblo; sabía que era posible que ellos no vieran la independencia del Sahara pero también sabía que había muchos saharauis que cogerían su testigo en la lucha cuando él ya no estuviera.
Mohamed llevaba ya años pensando que sólo tenía dos formas de vivir bajo la ocupación: O bien siendo cómplice del torturador y ocupante o luchando por la libertad de su pueblo como lo había vivido desde pequeño observando el ejemplo de los suyos.
Mohamed recordaba la canción de un cantante cubano amigo de los saharauis que desde España cantaba “Mejor salir y hacer que llorar por la ventana” Esa canción (3) le animaba a seguir en su lucha.
Salieron desde el barrio de Matala (4) camino de la Avenida de Smara donde sin duda aparecería la comitiva de la ONU esa mañana. Nada más llegar a la avenida y cerca del hotel donde se alojaba la Minurso, vio venir los coches blancos de las Naciones Unidad. Sacó de su pantalón la raída y descolorida bandera y la cogió con sus manos ondeándola por encima de su cabeza. Empezó a gritar con sus compañeros el grito de la independencia del Sahara: LABADIL LABADIL AN TAKRIR LMASIR.
No había pasado ni un minuto cuando ocurrió lo esperado: unos policías de paisano fueron a por Mohamed y empezaron a golpearle con saña. Eran 8 ó 10 los policías que le propinaron una terrible paliza. Mientras le golpeaban vio como también golpeaban con las porras a su amigo que iba a su lado vestido con darra (5).
Yacía en el suelo mientras le seguían pataleando. Consiguió a duras penas levantarse y mientras lo hacía vio como un policía de paisano dando un salto, le iba a propinar una patada en la cara. En décimas de segundo miró al policía a los ojos fijamente como diciéndole:
– Golpéame fuerte, me causará dolor, pero no me harás daño.
La patada le impactó en la cara, le siguieron golpeando. Lo metieron a rastras en un coche de policía y lo sacaron de El Aaiún.
Tuvo que volver a su barrio andando y sangrando. Al llegar a Matala se encontró con sus amigos, se abrazaron y se saludaron al modo saharaui, preguntándose como había ido su misión. Estaban orgullosos. Al fondo veía a su madre acercarse corriendo gritando y haciendo zgarits. Se abrazó a ella y vio como su padre llegaba y le miraba siempre detrás de todos. No quería robar ni un segundo de protagonismo a su hijo. Se sentía tan orgulloso de él…
Esta historia no es real pero es posible que lo sea. Está inspirada en el vídeo grabado por Equipe Media y colgado en Youtube.
En el Sahara hay muchas personas como estos dos Mohamed. ¿Cuál de los dos te gustaría que fuese tu hijo?
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(1) No hay otra solución que la autodeterminación
(2) Grito expresión de orgullo que hacen las mujeres saharaui ante una gesta heroica o como muestra de admiración.
(3) Canción Fulanito. Autor Roberto del Pino “Fulanito de Tal” http://www.myspace.com/fulanitodetalblog
(4) Barrio de El Aaiún de población mayoritariamente saharaui.
(5) Vestimenta tradicional que visten los hombres del Sahara y Mauritania
Por Enrique Gómez
Fuente: Poemario por un Sahara Libre
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