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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

En la patera con su silla de ruedas

El saharaui El Hafed confía en operarse su pierna paralizada tras 12 años de espera. Tras vivir durante doce años en Canarias, en 2012 vino a Arrasate con la esperanza de recuperar la movilidad.
El saharaui El Hafed Ouhada (El Aaiún, 1974) tenía 12 años cuando una simple vacuna truncó sus correteos infantiles. La inyección le ocasionó una parálisis permanente en la pierna izquierda que, con el tiempo, le confinaría en una silla de ruedas. Y con ella a cuestas abordó la patera que en 2002 le llevaría a Canarias en busca de tratamiento médico para su maltrecha pierna. «Los médicos saharauis me aseguraron que sólo en Europa encontraría remedio» explicaba El Hafed en un español renqueante.
Con la traducción de sus amigos marroquíes Ali el Messfiui y Said Mhamdi, El Hafed narraba con resignada indiferencia la travesía de 24 horas de duración abordo de una patera compartida por 36 inmigrantes hasta desembarcar en las islas Canarias. «Pero no todas las embarcaciones llegan» apostillaba Ali.

75% de minusvalía
El Hafed arribó a Canarias con su 75 por ciento de minusvalía y la esperanza de «una vida mejor y una cura para mi dolencia». Pero sus esperanzas de someterse a una intervención quirúrgica para recuperar la movilidad de la pierna se quedaron en papel mojado.
Ni aun con los papeles de residencia que finalmente obtuvo en 2005 consiguió la operación que tanto ansiaba. Todas sus esperanzas se desvanecerían cuando al cabo de 5 años se le caducaron los papeles. Volvía a ser un 'inmigrante ilegal' y el acceso a la sanidad pública canaria se le vetaba. «No me renovaron los papeles por carecer de ingresos y tampoco medios de vida» resumía El Hafed.

Salida de Canarias
Su estancia en Canarias se acabó desde el momento en que «allí no puedes trabajar si no tienes un permiso de residencia en la Unión Europea por un periodo de 5 años».
La próxima parada de El Hafed sería Bilbao, a donde recaló en mayo de 2012 después de haber escuchado «buenas referencias sobre la calidad del sistema sanitario vasco».
Desde el otoño del año pasado reside en Arrasate, y gracias a su empadronamiento en el municipio cerrajero, este inmigrante saharaui tiene ahora acceso a la sanidad pública como cualquier otro ciudadano, aunque todavía carezca de papeles.
Las esperanzas de poder someterse a la operación que le devuelva la movilidad de su pierna paralizada vuelven a renacer en el corazón de El Hafed. «En septiembre tengo cita con el traumatólogo del Hospital Alto Deba» anunciaba ilusionado el saharaui.

Sin papeles
Su optimismo con respecto a su problema sanitario contrastaba con su preocupación ante la irregularidad de su situación administrativa. El Ayuntamiento «ayuda, pero la última palabra la tiene el Ministerio de Interior de España a través del área de extranjería». A El Hafed le bastaría para obtener los anhelados papeles con «lograr un precontrato laboral o que alguna persona física con ingresos acreditados se haga cargo de él». Pese a estar confinado en su silla de ruedas, este saharaui se considera «perfectamente capacitado para realizar cualquier actividad manual». De hecho, ha contactado ya con los talleres protegidos de Gureak para buscar trabajo, aunque primero deberá volver a tramitar su certificación de minusvalía porque la anterior, obtenida en Canarias, «se me ha caducado».

4 años sin ver a su familia
Su situación irregular ensombrece el ánimo de este saharaui de 39 años que lleva «cuatro años sin ver a su esposa». Ella carece de papeles para poder reunirse con su marido en Mondragón, a no ser que lo haga como 'inmigrante ilegal'. Y El Hafed no se arriesga a visitar su país natal «porque en mi situación no me dejarían retornar aquí» señalaba.
Su esposa, así como su madre viuda y sus dos hermanos, continúan en el Sahara mientras El Hafed trata de abrirse camino en Arrasate desde la silla que algún día confía en poder abandonar. Mientras tanto, la estampa de este saharui ataviado siempre con su llamativo 'chib-chib' palestino recorre las calles de la villa y es un asiduo usuario de la casa de cultura. El pañuelo palestino estampado en rojo y blanco le sirve para «abrigarse la cabeza en invierno y para protegerse del sol en verano», explicaba. Aunque él utiliza el chib-chib, esta prenda «no es de uso generalizado en mi país» puntualizaba. Allí, tanto jóvenes como mayores lucen turbante.



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