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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

El beso de Mohamed VI

El Marruecos que visitará el Rey es el mismo que rompe los acuerdos de pesca o alienta que cientos de irregulares salten la valla de Melilla.
En una reunión de los ‘Tres Grandes’, Winston Churchill le llegó a decir a Stalin que “la verdad en época de guerra es tan valiosa que a veces es necesario protegerla con una sarta de mentiras”. El próximo día 15, cuando el Rey visite Marruecos, los medios nos volverán a deleitar con imágenes fastuosas y declaraciones de amistad por parte del monarca español. Muchos creerán que, como advertía Churchill, don Juan Carlos disimula nuestras diferencias con una sonrisa, por el bien de los intereses españoles. Pero la cuestión a tener en cuenta es que nuestra clase dirigente o no quiere o no se ha enterado aún de que Marruecos no es un país amigo, sino, más bien, todo lo contrario.
Eso no implica que no sea necesario mantener una política de cooperación entre ambos países con la que se alcancen acuerdos sobre varios puntos calientes como el control de la inmigración, la lucha contra el tráfico de drogas o el terrorismo yihadista, que resultarían vitales para salvaguardar nuestros intereses y la seguridad nacional.
Pero el problema surge cuando esa política de cooperación se reduce a una posición de debilidad por nuestra parte, fruto de las políticas de apaciguamiento basadas en ese pensamiento “chamberleniano” de que la renuncia a unos principios calmará al agresor. La historia ha demostrado con creces que esa teoría es completamente falaz.

La pesca como trasfondo
El último convenio de pesca suscrito entre Rabat y la Unión Europea, en el que los pesqueros españoles guardan importantes intereses, terminó por romperse en diciembre de 2011.
El Parlamento Europeo alegó irregularidades contrarias al Derecho Internacional al detectar la sobreexplotación de determinadas especies. Sin embargo, tras la ruptura se esconde la flagrante y reiterada violación de los Derechos Humanos que Marruecos ejerce sobre el Sáhara. Una situación que el pasado 25 de abril vivió un nuevo capítulo tras la aprobación de la Resolución 2099 por parte del Consejo de Seguridad de la ONU –organismo que, desde su fundación como Sociedad de Naciones, tiene la extraña costumbre de llegar siempre tarde a todas las fiestas–.
Se trata de un documento frustrante. Y es que, a pesar de las presiones ejercidas, especialmente, desde los círculos políticos norteamericanos, no terminó por incluir un compromiso para que Marruecos cumpla con los Derechos en el Sáhara. Una vez más el reino alauita se sale con la suya mientras logra tiempo para negociar a su favor un nuevo acuerdo pesquero.
Según el ministro de Agricultura y Pesca, Miguel Arias Cañete, “todos los aspectos técnicos y financieros están resueltos”. Pero si el acuerdo no llega es por la escasa voluntad política de Rabat, que utiliza este contencioso para lograr una posición de fuerza ante la Unión Europea con el beneplácito de España que, hasta el momento, ha decidido mirar hacia otro lado, ha renunciado a la defensa de los Derechos del Sáhara, ha guardado silencio y ha terminado por reforzar al país vecino.
Marruecos no renunciará a sus pretensiones por mucho que nuestro país deje a un lado sus intereses. La pesca es sólo un punto de presión más que, junto a la inmigración ilegal o el tráfico de drogas, Rabat utiliza como moneda de cambio para lograr acuerdos beneficiosos.
Marruecos es el lugar de paso para los inmigrantes saharianos que intentan llegar a Europa. Se calcula que cada año unas 200.000 personas entran ilegalmente en el país vecino con el fin de alcanzar, posteriormente, España.
Marruecos, Estado policial donde los haya, es totalmente capaz de controlar los flujos de migración. Sin embargo, todo depende, en última instancia, de su “buena voluntad”, tal y como reconoce la Guardia Civil.
La Benemérita asume que, por muchas medidas de control que se tomen, la inmigración irregular sólo podrá cortarse si se actúa desde el país de origen o de tránsito, tal y como ha ocurrido, por ejemplo, tras el acuerdo alcanzado con Mauritania, país que ha logrado frenar las oleadas de cayucos a Canarias.
El problema es que las intenciones de Marruecos en lo que respecta a este tipo de conflictos no se resuelven tanto a través de pactos meramente políticos, sino aliviando los intereses por los que el reino alauita se vea embargado en cada circunstancia.
Y precisamente en este sentido se puede enmarcar la última ofensiva inmigratoria lanzada por Marruecos, cuando permitió que 160 irregulares asaltaran las vallas de Melilla el pasado año, a la vez que un grupo de subsaharianos desembarcaba en las islas Chafarinas. Un hecho que, lejos de ser aislado, estaba totalmente calculado y medido por Rabat con el único fin de presionar a España.
Auge del islamismo
Tras la explosión de la mal llamada ‘primavera árabe’, que no ha resultado más que un estruendoso baño de sangre acompañado de inestabilidad y dominio del islam más radical, Marruecos ha querido seguir los pasos de países como Túnez, Argelia o Egipto, este último embarcado ahora en un convulso proceso dominado por un directorio militar.
Y aunque Mohamed VI ha intentado frenar la influencia de sus vecinos con una tibia reforma constitucional, no ha podido evitar el auge del Partido de la Justicia y el Desarrollo, formación que ganó las elecciones en noviembre de 2011, y que ha permitido al islamista Abdelilá Benkirán formar un Ejecutivo compuesto por 11 islamistas de corte más radical que sus predecesores.
Con un poder del que nunca habían gozado Ejecutivos anteriores, y con una representación de 107 escaños de un total de 395, Benkirán tiene las manos prácticamente libres para influir en la sociedad marroquí las tesis más radicales del islamismo, muy a pesar del monarca al que, aunque haya intentado evitar una plaza Tahrir en Rabat, el problema se le ha instalado en casa.
A todo ello hay que sumar la inestabilidad alentada por grupos terroristas yihadistas, ahora instalados en países como Siria, Nigeria, Libia, Egipto o Túnez. Nos encontramos ante un escenario totalmente impredecible que escapa al control de cualquier análisis sobre la situación, lo que hace peligrar, aún más, la estabilidad de países como Argelia y Marruecos, claves para la seguridad de España.
En Argelia su presidente, Abdelaziz Buteflika, continúa ingresado en un hospital de París tras sufrir un ataque cerebrovascular el pasado abril. El futuro se presenta incierto al igual que en Marruecos, en donde una más que posible e inminente crisis de Gobierno, sumada a la pérdida del control político por parte de Mohamed VI, podría sembrar el caldo de cultivo para el auge del terrorismo yihadista en la zona.
Y precisamente ese terrorismo empieza a planear sobre la reivindicación de Ceuta y Melilla. Hace apenas una semana, el 1 de julio, Al Qaeda para el Magreb islámico reclamó las dos plazas, que consideró de “usurpadas”.
A pesar de las agresiones que estas dos ciudades españolas han sufrido, y sufren, por parte de Marruecos, aún a día de hoy se considera extraordinaria la visita de cualquier presidente del Gobierno, lo que da buena cuenta de la situación.
Otro de los problemas con los que se encontrará el Rey Juan Carlos en su visita a Marruecos será el trato que el Gobierno de este país dispensa a los empresarios españoles afincados en la zona.
Tal y como denunció esta publicación (Época 17/03/2013), desde 2010 diversas empresas españolas, como la constructora Torreblanca, vienen sufriendo episodios de extorsión y expropiación de bienes y terrenos.
Todo surge cuando estas pymes firman un contrato con el Grupo Douja Proum Addoha, participado en un 51% por el Gobierno marroquí.
Una vez adquirida la obligación para la realización de determinadas obras y servicios, dicho Grupo deja de pagar los gastos mínimos para el desarrollo del servicio, por lo que los empresarios españoles, incapaces de cumplir con el contrato, son extorsionados y amenazados para abandonar el país. Los que resisten y no ceden al chantaje, finalmente son llevados a los tribunales, condenados y expropiados por las autoridades marroquíes.
Una situación que ni el Gobierno de Zapatero, antes, ni el de Rajoy, ahora, se han molestado en abordar. Es más, cuando las autoridades europeas han ordenado comparecencias e investigaciones al respecto, desde el Gobierno de España se ha hecho todo lo posible para paralizar el proceso y evitar que se arroje luz sobre tan espinoso asunto.
Las consecuencias para los empresarios españoles extorsionados en Marruecos son demoledoras: acumulan, nada menos, que pérdidas por valor de 300 millones de euros mientras desde la administración sólo han recibido un doloroso desprecio.
La visita del próximo día 15
El próximo día 15 el Rey Juan Carlos visitará Marruecos siendo España el primer inversor en el país vecino, por encima de Francia.
Quizá sea este hecho el que provoque vergonzosos silencios y estrategias que apenas alcanza a comprender hasta el más avezado.
España hace tiempo que renunció a la defensa de sus intereses en la zona por tal de mantener un statu quo con el que creía asegurarse una situación de no agresión.
La realidad ha terminado por demostrar que las cesiones sólo nos debilitan. La firmeza no está reñida con la cooperación y los principios no pueden someterse a las políticas cortoplacistas.
Pero el problema de España, quizá, habría que enmarcarlo dentro de esa decadencia que ha hecho de Europa un cementerio de elefantes.
Desde el conflicto de Perejil hasta los chantajes diarios que padecemos en la actualidad todo nos parece relativo. La diferencia es que Marruecos tiene claros sus intereses y objetivos, ¿podemos decir nosotros lo mismo?
No nos engañemos, nuestro vecino del sur es, eso, un socio con el que podríamos convivir sin mayores misterios. Pero nunca será un amigo.



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