Por Benda Lehbib Lebsir / Fotografías: Sergio López / Fuente: 1saharaui
Cuando se llega a los límites de las cosas que nos hemos fijado, o incluso antes de llegar a ellas, podemos mirar hacia el infinito.
Georg Christoph Lichtenberg
Los saharauis, y su misteriosa mirada siempre acaban enganchándote, ¿has pensando alguna vez porqué miran como miran? Porque quizás sea esa historia que llevan a las espaldas, su tez oscura, sus manos arrugadas y su rostro alegre en mitad de este mundo de locos en el que les ha tocado vivir. Quizás sea su templanza, su sencillez, su lentitud o su forma tan peculiar de ver y vivir la vida. Y no lo se, pero es algo fuera de lo normal. No lo digo yo, que también, sino quienes se atreven a conectar con ellos, a ir un poco más allá.
Quizás sea eso, o que también sea su elocuencia, su uso perfecto del lenguaje, un idioma inventado por y para ellos que mezclado con un melifluo tono de voz son capaces de acoplarte a su mundo con tan solo escucharlos, y es que es como aquella melodia capaz de despertar un torbellino de sentimientos, el arte desprendiéndose de sus miradas, capaz de deleitar el corazón de quien les escucha. “Porque quien no entiende una mirada, tampoco entenderá una larga explicación”.
O sus silencios, ¡ay sus silencios! la interpretación abstracta de su ser, apta tan solo para quien mira mas allá de lo que ve, para aquel sin miedo a sumergirse en un mar de profundas interrogaciones, incógnitas sin respuestas, verdades como templos, historias jamás contadas, y la humildad y la hospitalidad por bandera. O la poesía que forma parte de sus miradas, unos ojos transparentes, sinceros, capaces de describir los mas inefables de los sentimientos en un efímero espacio de tiempo. Y es que enganchan, de verdad. Míralos, aprecia lo que te dicen más de lo que hablan, no les hagas gesticular ni una sola palabra, ni hables tu tampoco, ve más allá. Míralos, pero míralos bien. De verdad.
O quizás, la vida que corre por sus venas, sístole y diástole al compás de su intensidad, eufóricos latidos tras una apariencia calmada, de quien aprecia lleno de paz la belleza a su alrededor, de alguien que ve un mundo de color, y en su círculo en el que cada pequeño matiz cobra un poco de sentido. Y es difícil, muy difícil, pero allí están haciendo malabares jugando al despiste como quien quiere ir adelante y va por que tanto si piensan que pueden o no sobrevivir en esas condiciones, en ambas están en lo cierto.
Quizás sea todo eso, o no, pero sabes qué te digo ponte sus zapatos… Esfuérzate para que tu pie entre, átate bien los cordones y echa a andar. Comprobarás que aprietan donde menos podías imaginar y que, incluso, te harán rozaduras, de esas que tardan un tiempo en desaparecer, de las que marcan y no olvides lo complicado que es ponernos en el lugar del otro y andar su camino, enfrentándonos a sus miedos, sus frustraciones, sus interrogaciones, su tira y afloja, porque mirar lo que es mirar, mira cualquiera, hablar sin hablar tan solo unos pocos. Y como decía una buena amiga mía, “en el Sahara la luna está llena de miradas que se perdieron buscando respuestas.” Y que verdad.
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