Mohamed VI con el francés de origen marroquí DJ Snake en Rabat durante el festival Mawazine 2017 / Foto: @djsnake (Twitter)
Por Marcos Bartolomé / Fuente: elordenmundial.com
Desde su independencia, el Reino de Marruecos se ha adaptado a la coyuntura internacional y ha promovido una imagen distorsionada de su sistema político. El Palacio no escatima esfuerzos para impostar una apariencia democrática y moderna pese a su carácter autoritario: es la máscara marroquí.
En la capital marroquí todos los años se conjura un baile de máscaras llamado festival Mawazine. Durante nueve días, 2,5 millones de nacionales y turistas se acercan para ver a estrellas de la talla de Rihanna, Jennifer Lopez, Kanye West, Shakira, Pharrell Williams o Stevie Wonder. ¿Lo mejor? Casi todos los conciertos son gratuitos.
Entre el 12 y el 20 de mayo de 2017 Rabat bullía. Al término del programa del día, la élite local, las celebridades y los expatriados disfrutaban en los afters y Mohamed VI pasaba sus días de circo mediático codeándose con la jet set. Entretanto, centenas de gendarmes y militares se instalaban alrededor de la ciudad norteña de Alhucemas, a unos cientos de kilómetros. Aunque oficialmente el despliegue se justificaba con la proximidad de la plaza a los enclaves españoles de Ceuta y Melilla y al Mediterráneo, en realidad buscaba reprimir la protesta del Rif, que estaba ganando fuerza.
Mientras el festival estaba bajo el alto patronazgo del monarca y financiado por una corrupta nebulosa de entidades público-privadas, el Rif no disponía de universidad ni del hospital oncológico —el cáncer asuela la región desde que España estrenara allí el gas mostaza— que llevaba años demandándose. Con un enorme déficit de alfabetización, un índice de desarrollo humano bajísimo y el hambre presente, los cánticos corean “Queremos hogazas y baguetes. ¿Qué vamos a hacer con Shakira?”.
Acto I: El maquillaje
A primera vista, Marruecos podría parecer un país con un sistema político liberal similar a los de Europa occidental. La realidad es que el Palacio ha ido enterrando las estructuras de poder bajo una apariencia democrática para adaptarse a los estándares internacionales sin renunciar al control de la nación y sus recursos. Cuando el país se independizó formalmente de Francia el 2 de marzo de 1956, el engaño no era tan sutil. Dos factores explican la desnudez inicial del poder.
Foto: Cartografía EOM
En primer lugar, para ejercer la autoridad desde las sombras es necesario haberla monopolizado previamente. Mohamed V, primero de los soberanos de la nueva nación, no había completado esta tarea. La situación en 1956 era cuasirrevolucionaria: el Palacio e Istiqlal, el partido de la Independencia —en gran medida, artífice de esta—, pugnaban por convertirse en el Estado. Aparentemente, la monarquía tenía las de perder; eran los años dorados del republicano socialismo panarabista. Istiqlal, además de beber de estas influencias, dominaba el aparato burocrático heredado de la metrópoli. La monarquía, por su parte, se enseñoreaba del Ejército. Quien controlara ambos se haría con el país.
La vencedora, la familia alauí, ganó la partida a sangre y fuego. Instigó una serie de revueltas que permitieron declarar desde Rabat el estado de excepción y justificar el envío del Ejército para sofocarlas; así podía sustituirse a los funcionarios de Istiqlal por otros leales a Mohamed V. El más aciago de los sucesos fue el sofoco de la rebelión del Rif (1958-1959), que sufría hambruna y que, históricamente, había escapado al control del Palacio. De su aplastamiento se encargó una expedición militar dirigida nada menos que por el príncipe heredero, el futuro Hasán II.
El segundo factor que prolongó la desnudez inicial del poder fue la falta de presión por parte de los valedores del régimen marroquí, Francia y Estados Unidos. Durante la Guerra Fría, EE. UU. y la Europa capitalista intercedían a favor de hombres fuertes que frenasen el comunismo y garantizasen el flujo de recursos, como el sha de Irán. El golpe de Estado organizado por la CIA y el Gobierno británico contra el Irán democrático de Mosaddeq y restaurar al sanguinario y prooccidental Pahlavi. Occidente no podía permitirse perder el control de la orilla sur del estrecho de Gibraltar, garantía de conexión militar y comercial entre el Mediterráneo y el Atlántico, especialmente con una España franquista aún no totalmente comprometida con el bloque capitalista.
Expansión territorial de Marruecos tras su independencia. Foto: Cartografía EOM
A partir de 1958 la balanza se inclina a favor de Mohamed V, que comienza a crear una superestructura para apuntalar el poder conquistado por la fuerza. Ese año se publica la Carta Real —que supedita los poderes legislativo, ejecutivo y judicial al monarca— y tres dahíres —decretos reales— sobre las libertades públicas que, en la práctica, las limitan. El golpe de gracia para Istiqlal será la escisión de su ala izquierda en 1959: nacía la Unión Nacional de Fuerzas Populares.
Acto II: El antifaz
Mohamed V no viviría para ver la independencia de su reino consolidada, pues murió repentinamente en 1961 por problemas de corazón. Sería Hasán II quien comenzaría a enterrar la naturaleza del régimen bajo un antifaz democrático.
El 7 de diciembre de 1962 Marruecos aprobaba por vez primera una Constitución en referéndum. Un 80% de votantes había marcado la casilla na’am —‘sí’— y la participación había rondado el 85% de los inscritos. Los gobernantes occidentales tenían una bonita historia de democracia para justificar su cooperación con el país. Sin embargo, el proceso de redacción y votación, así como el fondo constitucional, no podían estar más lejos de la democracia.
Primeramente, no fue escrita por una asamblea constitucional representativa de la población, sino por un comité paralelo secreto de juristas franceses y el rey. Además, el tiempo político fue profundamente interesado: Hasán II presentó el texto por sorpresa el 18 de noviembre —aniversario del ascenso al trono de su padre— y fijó el referéndum solo tres semanas después, lo que impedía a la oposición organizarse para la campaña.
La Fiesta del trono es un ritual religioso de sumisión al monarca copiado a Egipto durante el periodo colonial. Hasán II decidió celebrar la independencia al mismo tiempo para diluir los límites entre Estado y Palacio.
Hasán II no fue un árbitro limpio y no reparó en gasto público para hacer campaña: sermones de viernes preparados por el Ministro de Asuntos Islámicos leídos en cada mezquita, la radiotelevisión consagrada a emitir sus palabras, transistores japoneses repartidos a los jefes tribales para realizar sesiones de escucha colectiva del mensaje real… Incluso se utilizó a los pregoneros de los zocos como megáfonos.
La oposición, sin recursos ni tiempo, se dividió. La Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) llamó al boicot e Istiqlal se vendió al soberano y sus promesas políticas para que apoyase el sí. Como solo el 20% de la población sabía leer y escribir, pocos conocían qué votaban —mal que por otra parte sigue aquejando al mundo hoy—, aunque sabían que su jefe espiritual, Hasán II, quería que votasen sí. En una reinterpretación contemporánea de la bay’a, el juramento de lealtad islámico, el rey se erigió en representante del pueblo —que los partidos buscaban arrogarse— sin comprometer el principio monárquico. Esto es especialmente cierto en los territorios anteriormente conocidos como blad el siba —‘región de anarquía’—, donde la autoridad espiritual del rey era enorme.
El rey, príncipe de los creyentes, máximo representante de la nación, símbolo de su unidad, garante de la permanencia y de la continuidad del Estado, vela por el respeto al islam y a la Constitución. Es el protector de los derechos y libertades de los ciudadanos, grupos sociales y colectividades.Artículo 19 de la Constitución marroquí
Con este artículo, Hasán II se situaba “en el centro y por encima” del sistema político. Europeizado tras haber estudiado Derecho en Burdeos, él y sus juristas habían diseñado un texto reminiscente de la Constitución gaullista, pensada para un poder fuerte. El antifaz democrático termina de caer con el artículo 23, que declara la figura del rey “sagrada e inviolable”; surge de la fascinación hasaniana con el absolutismo europeo y está copiado de la Constitución francesa de 1792, escrita para Luis XVI.
Acto III: El poder desnudo
Las tropelías del régimen se cometerían desde el nuevo marco constitucional. 1965 puede considerarse el comienzo de los violentos años de plomo. Ese año, como todos, Casablanca era una ciudad enorme y muy desigual. Los estudiantes baidaníes comenzaron una protesta y la clase trabajadora se sumó. La represión del Ejército causó 1500 muertos en un día y se sospecha que la mano derecha del rey disparó a bocajarro sobre la muchedumbre desde un helicóptero. Hasán II declara el estado de excepción —duraría hasta 1970— y suspende la actividad parlamentaria, con lo que se arroga aún más poderes legislativos y ejecutivos.
Frente a la parisina Brasserie Lipp, Ben Barka —líder icónico de la oposición— fue secuestrado en 1965 por orden de Hasán II. En una operación conjunta entre marroquíes, franceses, la CIA y la Mosad israelí, el famoso antiimperialista fue torturado y asesinado. Su cadáver fue repatriado a Marruecos y hecho desaparecer en ácido bajo supervisión de un hombre de la CIA. Foto: Flickr
Izquierda, islamistas y cualquier otro que se pusiese en el camino del poder serían barridos. En 1971 y 1972 dos golpes de Estado fallidos casi acaban con la vida del rey y resultaron mortales para Ufkir, su organizador.
La crisis permanente del Estado se salda con una auténtica refundación nacional. La Marcha Verde de 1975 —durante la cual se utilizó napalm— y subsecuente conquista del Sáhara Occidental a expensas de España, Mauritania y los saharauis convierten a Hasán II en el monarca unificador —su padre era el liberador—. Pero el desproporcionado Ejército mantenido por una nación con tan pocos medios tenía un precio demasiado alto.
En 1981 Casablanca bulle tras una sequía que había comenzado en 1980, sumada a los planes neoliberales de ajuste del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Estallan las revueltas del pan, detonadas por el cese de los subsidios a los alimentos de primera necesidad. Tanques y helicópteros volvieron a la calle y segaron entre 600 y 1000 vidas en dos días.
Una nueva pieza, fruto de los avatares de la política exterior, había llegado al tablero para poner en jaque al rey: los islamistas. Financiados durante años por Arabia Saudí y alentados por EE. UU. como trinchera anticomunista, Marruecos se estaba reislamizando desde la base.
En 1987 Marruecos es rechazado como candidato a la Comunidad Económica Europea. Los principales argumentos que Hasán II sostuvo para la adhesión fueron la existencia de un régimen democrático, parlamentario y constitucional en Marruecos y la pronta construcción de un puente en el estrecho de Gibraltar. Era solo uno de los intentos reales de asociar el país con el continente norteño; ya en 1980 había participado en Eurovisión —al quedar penúltimo, el rey decidió que no repetiría la experiencia—.
Acto IV: La máscara
Al final de la etapa hasaniana, el mundo cambió. Tras la caída soviética, los matones de los occidentales dejaron de serle útiles al bloque capitalista; los periodistas ya no eran tan complacientes y Francia y EE. UU. tampoco. El rey no quería que la presión para democratizar su régimen se lo llevara por delante. Empezó entonces la que se conocería como “descompresión autoritaria”, que duraría hasta los primeros años de Mohamed VI y que buscaba asegurar el poder y el relevo dinástico. La menor represión era solo una adaptación.
Un posible punto de inflexión de los años de plomo es 1990, cuando Nuestro amigo el rey, de Gilles Perrault —que expone la hipocresía francesa respecto al país—, consiguió que la prisión secreta de Tazmamart llegara a oídos de la opinión pública. El centro —junto con otros, como Agdez o Kalaat M’gouna— era utilizado para realizar torturas y confinar secuestrados. Se cerraría al año siguiente.
El recién fundado Consejo Consultativo de Derechos del Hombre nacía mudo, pues su padre era un régimen sin interés en mirarse al espejo. Nuevamente, el poder marroquí conjuraba máscaras para promover cambios meramente cosméticos. Mientras que los cálculos realizados por agentes arrepentidos apuntaban a unas 13.500 desapariciones forzosas solo entre 1960 y 1973 —y entre el doble y el triple en el conjunto de los años de plomo—, el consejo reconoció solamente 112 casos durante las más de tres décadas.
La muerte de Hasán II y el acceso al trono de su hijo en 1999 continuaron la operación cosmética. Una de las rupturas más grandes fue la destitución del Ministro de Defensa desde 1974, Driss Basri, apodado el Virrey, símbolo de la represión hasaniana.
En 2004 se creó la Instancia Equidad y Reconciliación, cuya contradictoria misión era investigar las violaciones de derechos humanos sin perturbar a las grandes personalidades que seguían en sus pedestales. Hasán II seguiría siendo intocable; de ser deslegitimado, todo el sistema político se vería cuestionado.
No es de sorprender que los resultados de la investigación fueran decepcionantes: a pesar de estar presidida por un prisionero político —torturado y encerrado 17 años en la cárcel— y de que se retrasmitieran por televisión los testimonios de los torturados, las lagunas fueron muchas. No se investigaron el caso Ben Barka ni la expedición punitiva de 20.000 hombres dirigidos por el príncipe Hasán durante la rebelión del Rif, que habían destruido pueblos enteros y violado y matado a miles de rifeños, y las recomendaciones adoptadas para lograr la reconciliación siguen hoy por aplicar en gran medida.
La renovación de la Mudawana o código familiar en 2004 recibió la aclamación internacional por reducir la desigualdad de género. Además de obsoleto, la fuerza de la sociedad tradicional hace que no haya supuesto un cambio en muchas zonas rurales. Foto: Flickr
A partir del 11S, la coyuntura devolvería la realpolitik a la primera línea. A los atentados yihadistas de Casablanca en 2003 siguió el arresto de 3000 sospechosos, un modelo de lucha antiterrorista, comparable con la radioterapia —afecta tanto a las células cancerígenas como a las sanas—, que resulta incompatible con un Estado de Derecho y la presunción de inocencia.
Asegurado su asiento en el trono, el guante de seda del nuevo monarca devendría mano férrea. Sus discursos cada vez hablaban menos de democracia y más de desarrollo económico. Mientras la economía creciese, parecía querer decir, la democracia podría esperar.
Acto V: Vuelta a empezar
El crecimiento económico se truncó. La crisis mundial y la oleada de protestas que barrería el mundo árabe como consecuencia sacudieron el statu quo. En el contexto de las revueltas de 2010-2011 en el Magreb y Oriente Próximo nació la lucha marroquí por la mejora socioeconómica, el fin de la corrupción y la democratización institucional: el Movimiento 20 de Febrero —fecha de su primera manifestación—.
Noqueado por la virulencia de las protestas, Mohamed VI —cuya fortuna representaba entonces el 6% del PIB y lo hacía el séptimo monarca más rico del mundo— viaja a su castillo cerca de París para recabar el consejo y apoyo de Sarkozy. El 9 de marzo se dirige a la nación en un discurso en el que propone una reforma constitucional dando a entender que no responde a las manifestaciones, sino a los resultados de una comisión de regionalización.
Siguiendo un patrón similar al de la primera Constitución, el documento tampoco fue redactado por una asamblea constituyente, sino por los acólitos del monarca. Igualmente, una vez publicado el borrador, no se concedió el tiempo necesario para su debate público antes del referéndum —diez días no parece suficiente en un país donde la mitad de la población de más de 15 años es analfabeta—. Los imanes de la mayoría de mezquitas apoyaron el texto durante el sermón del viernes previo a la votación.
Otras estrategias resultaron novedosas si comparamos la experiencia de 2011 con la de 1962. El Gobierno esta vez no se implicó directamente en la represión de las protestas, sino que pagó a los llamados baltajiyya —matones a sueldo del majzén o poder fáctico— para organizar contramanifestaciones y enfrentarse al 20 de Febrero. El movimiento reaccionó de forma similar a la USFP en 1962 y llamaría al boicot del referéndum; los partidos —USFP incluida— le darían su apoyo. La participación fue del 75%, con un 97% de apoyo al texto.
Mi majzén y yo cuenta las protestas de 2011 ayudado por la plataforma de periodismo ciudadano Mamfakinch
La última —y poco sorprendente— similitud entre la Constitución de 1962 y la de 2011 es que no es verdaderamente democrática. Aunque ciertamente incluye reformas liberalizadoras —oficialización de la lengua amazig, énfasis en los derechos humanos…—, el rey continúa siendo el “príncipe de los creyentes” y teniendo autoridad sobre las “decisiones estratégicas”. Puede además declarar el estado de emergencia y vetar las leyes del Parlamento, así como destituir ministros a voluntad. El polémico artículo 19, que proclama la inviolabilidad del soberano sigue en pie. Es, en esencia, otra carta otorgada.
Queda por ver cuánto tardará en descubrirse esta última máscara. En Marruecos son muchos los que ven tras la artimaña mejor que los complacientes políticos occidentales, aunque tienen miedo de actuar. La reedición de las protestas rifeñas casi medio siglo después ya indica que la máscara ha pasado de moda, pero la capacidad del Palacio para diseñar tan pronto una nueva es limitada.
Para ampliar: “La primavera rifeña”, David Hernández en El Orden Mundial, 2017
Mientras la dinastía alauí continúe sin ceder la llave del poder, la educación mejora y el conocimiento de la realidad al otro lado del Estrecho a través de las nuevas tecnologías y la inmigración crece. La pregunta no es si algún día caerá por completo la máscara, sino cuándo.
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