CHEJMAMI MOHAMED LAMIN – 16 AÑOS |
Un amigo siempre me recuerda que hay luz al final del túnel. Eso me ayuda y me recuerda que debo ver las cosas con perspectiva y mantener, por encima de todo, la visión positiva de cuanto hago. Por eso, cuando desespero de rabia e impotencia viendo las fotos de las víctimas saharauis de minas, reviso en la mente esas palabras y regreso a los momentos que compartí con ellos, cuando el relato de sus tragedias personales me transportaban a un mundo de horror y de esperanza al mismo tiempo.
Trabajamos en la edición de una nueva exposición fotográfica y removemos recuerdos en blanco y negro. Ellos y ellas les ponen color, porque aun sufriendo la más cruel realidad lanzada a una carta por el destino, encuentran el momento preciso para regalar una palabra de aliento y una sonrisa que conmueve, porque transmiten la fortaleza de quien se sabe vivo y no renuncia a nada. Se agolpan en mi mente las miradas de los que se sienten aún culpables, de cuantos se enfrentan a la que dicen es la parte más difícil del proceso de recuperación de un trauma, sea cual sea su origen: La fase de aceptación de que esa carta del destino le tocó a cada uno de ellos. Y es que esta tarde buceé en los ojos tristes de Chejmami Mohamed Lamin, en esa mirada perdida en el horizonte de los sueños rotos, que denota cuánta amargura alberga con tan sólo 16 años y una amputación salvaje de su pierna derecha desde la cadera. Él, dos años después de pisar una mina antipersona en los territorios liberados del Sáhara Occidental, todavía se culpa y sangra por dentro perseguido por una pregunta sin respuesta: ¿por qué yo?
Pero es Chejmami que no se ve a sí mismo como le veo yo… No sé cómo decirle cuánto le admiro para que le llegue alto y claro, para que recupere parte de la confianza perdida, porque no es su pierna lo peor. A los 14 años no hay derecho a que te arranquen de cuajo la posibilidad de crecer, desarrollarte y vivir con energía, ímpetu y pasión la juventud. A Chejmami esa mina criminal le atacó con la fiereza de un león hambriento, pero él no se da cuenta ahora mismo de que esa misma ferocidad es la que le impulsa a continuar adelante en la vida como lo está haciendo, como él mismo defiende, sin miedo al futuro.
Con la mirada perdida en la profundidad del infinito que imagina para evadirse, me hizo sentir y escuchar con él el silencio de un desierto hostil que escondía su peor fantasma, una mina cobarde que aguardaba oculta y enterrada. Su hermano, con quien charlaba mientras acompañaban al ganado a pastar en Tifariti, corrió con todas sus fuerzas en busca de ayuda, mientras él quedó tendido casi inerte en la arena. No recuerda apenas nada, la mente le borró hasta la fecha de aquel día maldito, pero le queda el silencio roto por su propio llanto, el sonido del viento vertiendo arena sobre él y una voz que le dijo aguanta y se fue a buscar auxilio desesperado.ZAINA AMAYA BACHIR – 56 AÑOS |
Es entonces, pensando desde el interior de los ojos de Chejmami, cuando me doy cuenta de lo importante que es que las víctimas se conozcan entre ellas, que tengan espacios específicos para compartir sus vivencias, porque sé que si este joven que se siente de hoja caduca conociera a cualquiera de tantos ejemplos de valentía y coraje perennes, se llenaría de energía positiva y de ganas renovadas de pelear por una vida que se merece, pensando que el destino también le dio la carta con la oportunidad más importante, la de seguir vivo. Si tuviera la ocasión de sentarse y compartir una tarde de té y conversación con Zaina Amay Bachir, superviviente de una bomba de racimo, o con Fatimetu Husein, Gali Salma Mustafa o Mohamed Brahim, aprendería que a la vida se debe aferrar uno con uñas y dientes, porque está ahí para vivirla y será su propia fe la que le alumbrará en el camino. Fatimetu vive dispuesta a desquitarse de la rabia de la explosión de un artefacto desconocido mientras hacía un agujero en la entrada de su jaima para cocinar. Estaba con su hija Maluma Husein y ambas sufrieron tremendas lesiones internas y quemaduras, aunque no amputaciones. De eso hace ya casi 30 años… Ahora, es ella quien continúa soportando el dolor diario con una sonrisa y queriendo decirles a otras víctimas y a cuantos corren el riesgo de serlo sin saberlo que el precio que se paga por un error evitable es demasiado alto y los cobardes no son nunca quienes dan media vuelta para protegerse… Los cobardes sabemos bien quienes son. Y ella sonríe, porque ya sabe también que el peso de la culpa era muy grande para mi espalda, ahora sé que no fue mi culpa, ahora sé que yo no pude hacer nada por evitarlo…
GALI SALMA MUSTAFA – 59 ÑOS |
Gali Salma también pisó una mina mientras buscaba buenos pastos para sus camellos en Erni, territorios liberados. Como Chejmami, permaneció solo en el desierto durante horas esperando ayuda. Mohamed Brahim no estaba solo cuando el vehículo en el que viajaba pasó por encima de una mina anti-carro, que se llevó por delante la vida de dos compañeros y sembró de sangre y miembros amputados los alrededores de un vehículo destrozado. Ambos, Gali y Mohamed, trabajan ahora en acciones de apoyo directo a otras víctimas, con la mochila cargada de experiencias ya vividas, pero ofreciendo el calor y la ternura que otorgan los años y la sensibilidad que se adiestra con el tiempo.
Es por intenciones como la de Fatimetu, Gali, Mohamed o Zaina y por necesidades como la de Chejmami que encuentro la humanidad de los sentimientos que les unen. Comparten algo que quienes no hemos vivido una tragedia ni similar, no podemos imaginar. Además de la explosión y del trauma en sí, todos escucharon el sonido del silencio, notaron dentro la soledad del insoportable dolor que no se puede compartir, el susurro del aire de su tierra libre acunándolo y diciendo que no hay que desesperar, que hay que resistir porque aún no llegó la hora. El interior de cada víctima alberga un enorme mar de fondo, repleto de sentimientos y sensaciones, con muchos sinsabores, que alientan todos a una esa fuerza bruta con que soportan y desafían tan cobarde afrenta.
Un mar de fondo que se convierte en marejada para reclamar también no continuar envueltos en tanto silencio, sobre todo en ese que no se escucha porque está provocado por un bloqueo informativo bien armado y administrado, que impide sacar a la luz con claridad la verdad del Muro Marroquí en el Sáhara Occidental, la de esos millones de malditas minas abandonadas y la de la realidad de la tragedia humana desencadenada por sus efectos.
Los recuerdos que hoy me inundan la mente de imágenes, frases desgarradas, lágrimas y sonrisas se han vuelto de color, porque, efectivamente, hay luz al final del túnel. Sólo quiero que Chejmami lo sepa y, como él, otras muchas víctimas a quienes se les ha caído el mundo encima por la sinrazón. Que sepan que escuchamos con ellos ese silencio que a veces les grita y que intentaremos que otros muchos también lo escuchen. Inchallah.
© Elisa Pavón
Fotografías: Joaquín Tornero
Fuente: Dales Voz a Las Víctimas
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