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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Saharauis, bellas guerreras del desierto

Visitantes y nativos comparten en 
el Sáhara muchas experiencias.
Los viajeros aprenden el valor de la felicidad inmaterial
Entre casas de adobe, arena pedregosa y un sinfín de necesidades sobreviven las saharauis de los campamentos de Tinduf (Argelia). Llevan modernos pantalones vaqueros debajo de las "melhfas", pero protegen sus propios ideales de belleza, administran la economía doméstica y sueñan con volver a una tierra que nunca han conocido.
El desierto de la "hamada" es un lienzo bucólico en el que las cabras comen cartón mojado, los niños persiguen ilusiones ópticas, y el pueblo toma el té como único entretenimiento. El marrón predomina en el paisaje, aunque el colorido de las telas con que se recubren las saharauis ("melhfas") vivifica este lugar abrumador, donde los saharauis han echado raíces después de que Marruecos ocupara su país, el Sáhara Occidental, en la llamada Marcha Verde (1975).
La lucha por volver a su "tierra legítima" no ha cesado desde entonces, y las mujeres todavía hoy "luchan por cambiar la situación política de su pueblo", explica una joven saharaui de 20 años, Salima Ahmed-Baba Abdulahi, afincada en España desde los 14.
Salima ha vivido en sus propias carnes el choque cultural de una tradición conservadora como la musulmana y la modernidad occidental, y es de las pocas chicas que ha tenido un futuro mejor lejos de los campamentos argelinos, donde los niños reciben una educación muy básica. Algunos continúan su formación en Cuba o Argelia, pero la mayoría de niñas se queda en el poblado con la única aspiración de casarse y tener hijos.

Donde la felicidad no es un espejismo
Sin embargo, es en ese extraño paraje donde el ser humano alcanza "la felicidad más absoluta", lejos del tumulto y las prisas de las grandes ciudades. El silencio, solo roto por los "zaghareet" o gritos de alegría que profieren las saharauis, es "una de las bendiciones" de esta parte de la tierra, afirma uno de los españoles que, año tras año, regresa embrujado por la magia del Sáhara, Mariano Peláez, miembro de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui en Palencia.
En su último viaje a los campamentos, este palentino ha interrogado a varias mujeres para saber cómo viven, cuáles son sus anhelos y, sobre todo, por qué sonríen todo el tiempo. Ellas, entre rubores y carcajadas, nos abren las puertas de su mundo, porque saben que, con este reportaje, abandonarán un poquito más esa situación de olvido a la que les ha condenado la comunidad internacional.
Se cuidan con las cremas que las europeas les llevan en sus viajes, pero blindan rituales propios, como el de la "henna", y mantienen ideales de belleza como "conservar la piel blanca y no cortarse el pelo jamás", recuerda Salima en una entrevista con Efe.
"La 'henna' es uno de los símbolos de belleza más importantes" para las saharauis, dice Salima, que alude a complejos laberintos geométricos y florales como los principales dibujos que se tatúan las mujeres con este tinte natural de color rojizo.
Más allá de la cuestión decorativa, esta tradición estética es una oportunidad para que varias generaciones compartan viejas historias y cotilleos.
Las occidentales que viajan a Tinduf ceden a las saharauis su propia ropa y lencería, aunque algunas tiendas de moda básica y droguería se levantan en el pueblo al lado de las jaimas. A cambio, las visitantes reciben un premio mucho mayor, ya que aprenden "el sentido de la felicidad inmaterial", recuerda Peláez.

Mujeres diferentes, pero iguales
Entre unas y otras se establece una complicidad tácita que supera la cuestión cultural. Las europeas relatan a las nativas un universo femenino que poco se parece a la vida en el desierto, y, aunque las bocas se abren cuando las occidentales testifican la presencia de tiendas, piscinas y discotecas, en la vida moderna las saharauis saben que esa comodidad tan dependiente de lo material propicia una existencia muy vacua.
El respeto a los mayores y la gran familia reunida en torno al té significan para ellas más que todas las posesiones del mundo, y las necesidades que revisten son mucho más básicas que tener un bonito vestido. Salima está orgullosa de ser quien es, y nunca se ha olvidado de dónde procede, pero echa de menos "más independencia para las mujeres saharauis", aún por debajo del hombre en derechos.
Son muy independientes respecto a otras culturas musulmanas, pero necesitan el visto bueno del padre a la hora de elegir pareja o el acuerdo voluntario con el marido si pretenden divorciarse, aunque éste es, aún hoy, un tema tabú en la sociedad saharaui.
Entre incontables tazas de té, "algunas amargas como la vida, otras dulces como el amor o suaves como la muerte", reza un refrán árabe, el tiempo se dilata en una tierra de paso que dista mucho del desierto de bellas dunas que han idealizado la literatura y la tradición cinematográfica.
Aquí el sol abrasa y la luna hiela, el suelo estéril está lleno de piedras y a veces tiembla la esperanza de una vida mejor. Sin embargo, como reza un cartel en Tinduf, en esta tierra "no crecen flores, pero crecen personas".

Fuente: 7dias.com


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