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Ilustración de Roberto Maján |
Con 25 años, siendo licenciada en Psicología y viviendo en un país en el que la crisis ha convertido en una odisea la posibilidad de encontrar un trabajo digno, decidí emigrar a Francia unos meses para trabajar en el campo. Recorrí gran parte del sur del país con unos amigos y acabamos trabajando en la vendimia, un trabajo duro pero que consigue hacer que quienes trabajan contigo acaben convirtiéndose en amigos por la convivencia tan directa que allí se experimenta.
De todas las personas que conocí, una de ellas me llamó especialmente la atención. Mohammed es palestino y vivió refugiado en Siria hasta que el estallido de la guerra y la vivencia de una serie de acontecimientos traumáticos le obligaron a abandonar su país de acogida. Tras pasar por varios países europeos, se afincó en Estocolmo, ciudad en la que vivió hasta que se produjo la trágica muerte de su hermano en un ataque militar, noticia que convirtió su vida en una constante zozobra que le empujó a buscar de nuevo su sitio en otro lugar. Así llegó a Francia y, entre uvas, nos conocimos.
Con el tiempo surgió entre nosotros una relación fraternal. Él contaba muchas historias y yo le atendía siempre expectante, pues escuchando sus vivencias descubrí las dificultades que las personas refugiadas han de atravesar a lo largo de sus vidas. Por otro lado, y aplicando mis conocimientos a los datos y a las anécdotas que Mohammed me narraba, me planteé la posibilidad de que sufriese un Trastorno de Estrés Post-Traumático, desarrollado por sus desgarradoras circunstancias.
Al poco tiempo y, tras regresar a España para retomar mi especialidad en Psicología Clínica, se me ofreció la oportunidad de hacer un pequeño estudio de investigación en el Instituto Superior de Estudios Psicológicos (ISEP). Fue entonces cuando decidí conocer a fondo las circunstancias de vida de las personas refugiadas, para ver de qué forma, desde la Psicología, se puede contribuir a una mejoría en ellas.
Por cercanía física y por responsabilidad histórica, decidí centrarme en la población saharaui con el objetivo de conocer y analizar las principales patologías que las mujeres adultas sufren dentro de los campos (las circunstancias vitales que se dan en Estados Frágiles como los campos de refugiados, son caldo de cultivo para el desarrollo de dolencias psíquicas).
Siendo el objetivo último de esta modesta investigación ofrecer estrategias de intervención ajustadas a los resultados.
Además, es necesario mencionar que, aunque existen numerosos estudios relacionados con población refugiada y salud mental, hasta la fecha, no he encontrado ninguno publicado sobre la población saharaui.
De esta forma, me desplacé a los campos de refugiados de Tindouf para comprobar si era factible la puesta en marcha del estudio. Tras este primer viaje de toma de contacto, llegó el segundo y con él, la recogida de datos y la estancia prolongada en campamentos que albergan a casi 170.000 personas.
A pesar de la escasez de medios, tanto profesionales como psicofarmacológicos y de importantes obstáculos como la gran influencia de la religión o el arraigado uso de la medicina tradicional, pude llevar a cabo la recogida de datos entre los meses de Abril y Mayo de 2014, visitando los hospitales de El Aaiún, Smara, Bojador, Ausserd y el dispensario de Dajla. Simultáneamente, realicé entrevistas a mujeres voluntarias que aparentemente no padecían ninguna patología siendo desarrolladas estas evaluaciones en otros puntos de los campamentos.
La reciente implantación del Sistema de Salud Mental en los campamentos y la existencia de un psicólogo en cada wilaya o municipio, facilitaron los trámites para acceder a las pacientes. Por otro lado, la inexistencia de un cuestionario específico para esta población concreta, me llevó a utilizar el cuestionario sintomatológico “SCL-90” y una historia clínica ajustada a las necesidades poblacionales.
Realizando el estudio, comprobé de primera mano el anhelo por recuperar la tierra perdida con el que la población saharaui vive desde hace casi 40 años. El sentimiento de esperanza colectiva que aúna a las diferentes generaciones que sobreviven en los campos, frustrado por el respeto al Derecho Internacional, les convierte en víctimas pacientes del mismo. Estos hechos, junto con la escasez de medios que les rodea, pienso que les dificulta enormemente el avance como pueblo.
Asimismo, la realización de este estudio me ha servido para comprobar fehacientemente que, ignorando el conflicto saharaui, contribuimos a perpetuar la eximición de la responsabilidad española como parte vinculada a su historia y a prolongar la situación de las personas que viven en estos campos.
Esta realidad, junto con los sentimientos que en mí despertaron las personas que allí conocí, tanto por la cálida acogida con la que me recibieron, como por su voluntad impecable para contribuir a sacar adelante este estudio, me han servido para descubrir, que esta no será la última vez que pise territorio saharaui.
Esta entrada ha sido escrita por Marta Guarch Rubio, licenciada en Psicología.
Fuente: blogs.elpais.com
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