Es el grito desesperado de una madre, Takbar Haddi, rota en llanto por su hijo, fallecido por las lesiones de una paliza salvaje propinada por cinco colonos marroquíes. Su delito: Ser saharaui. Quisiera poder decirle que su hijo no será un muerto más de los que vemos por decenas a diario en las noticias y nos pasan desapercibidos. Y quisiera tener palabras para explicar lo difícil que resulta meterse desde tan lejos en las casas ajenas para preguntar cómo se sienten en una tragedia así, profundizar en la herida por conocer los detalles que es necesario saber. A veces, siento como si fuéramos aves de rapiña, pero sé que no lo somos. Tratamos de encontrar respuestas para poder informar y contar lo ocurrido, para intentar que hechos como éste no caigan en saco roto y que la denuncia llegue hasta donde debería llegar. No sabéis cuánto se agradece que sea ella misma quien nos atiende, porque habla español, y que muestre su valor dando la cara frente a posibles represalias para denunciar de viva voz el asesinato de su hijo, eso sí, con todas las palabras bañadas de lágrimas de angustia, impotencia, incredulidad y súplica.
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La casa familiar de la familia de Mohamed Lamin Haidalla en El Aaiún se ahoga en lágrimas. Sus padres, Abdallahi Haidalla y Takbar Haddi, y sus abuelos se concentran allí arropados por el resto de la familia y un sinfín de saharauis que acuden a saludar y ofrecer sus condolencias. Los más jóvenes, compañeros y amigos, hacen salir su rabia a gritos incontenidos en improvisadas paradas en las calles, en las que los ruegos de justicia se entremezclan con un único deseo, ya convertido en necesidad imperiosa de libertad. Hay quien clama venganza, hay quien pide prudencia… Sentimientos encontrados en una situación que traspasa la frontera de lo reconocible en una actitud humana. Mohamed Lamin Haidalla, de 21 años, falleció el pasado sábado (7 de febrero) en Agadir, al sur de Marruecos, donde fue trasladado desde El Aaiún de urgencia por la gravedad de las lesiones que presentaba, tras haber sido brutalmente agredido por cinco colonos marroquíes en el barrio Casa Piedra de la capital saharaui.
Tras una semana de calvario, en la que, entre traslados de hospital en hospital, fue puesto a disposición judicial ante el Procurador General del Rey y enviado a los calabozos de la comisaría de policía, finalmente murió en el hospital Hassan II de Agadir, inconsciente por la conmoción cerebral producida por la salvaje paliza, que incluyó también agresiones con unas tijeras, que le produjeron heridas de gravedad a la altura del cuello y pecho. «Ningún médico, nadie ha querido cuidar de mi hijo… Nadie prestó la debida atención a sus heridas y nadie quiso atenderle en Agadir… ¿Por qué han matado a mi hijo?”, se lamenta su madre, Takbar Haddi.
Hay mucha policía marroquí en los alrededores de su casa, extrema vigilancia. Calma tensa. Un salón lleno de familiares, donde los detalles del calvario sufrido por Mohamed Lamin Haidalla enervan ánimos y tumban corazones de cuantos le querían. Derraman su pena sobre fotos impresas en papel, porque su cuerpo sin vida continúa en Agadir. La familia no quiere reclamarlo, ni recogerlo. Tampoco quieren enterrarlo. La madre se niega a pesar de lo terrible de esa decisión, pero ella quiere una autopsia legal y completa que determine las causas reales de la muerte de su hijo, porque además de la salvaje paliza quieren saber si la reiterada negativa de asistencia médica, tanto en El Aaiún como en Agadir, puede haber desencadenado el desenlace fatal.
«Hace dos años que le persiguen cada día. Hace dos años que querían matarlo y, al final, lo han hecho. Le acosaban diciéndole “tú no eres de aquí, vete del Sahara”. Dos años así, día tras día y ahora, le han matado», asegura Takbar Haddi. Se muestra serena y entera, pero se le alborota el pensamiento y se revuelve en preguntas cuya respuesta sabe, pero no comprende. «¿Por qué le persigue así la policía? ¿Por qué le ha matado esa gente marroquí? Sólo quiero justicia… Que se haga justicia”. Se le corta hasta la respiración y no puede seguir hablando. Piensa en lo ocurrido y dice llorando «ayúdenme, por favor, ayúdenme…».
Una tregua al dolor para respirar profundo y continúa Takbar, ya abrazada a la fotografía de su hijo Mohamed Lamin Haidalla. «La policía marroquí ha matado a tanta gente saharaui… Nuestro pueblo no puede vivir bien, no podemos dormir, salir, reunirnos… El Sahara es nuestro, no de Marruecos. No podemos vivir así, por favor, ayúdennos”, insiste. Una súplica que sale del corazón de una madre que ha perdido a su hijo en una situación que la familia del fallecido considera premeditada. Hay quien por teléfono reconoce que dan por buena la versión que ahora circula por las calles de El Aaiún, que sostiene que es la propia policía marroquí la que paga a ciertos elementos para propinar palizas a los saharauis, haciéndolos pasar como «peleas juveniles», «incontrolados odios desatados por el ímpetu de la juventud» para así no dar tregua a la reiterada y permanente denuncia de culpabilizar a las fuerzas de ocupación marroquí de torturar y violar los Derechos Humanos de los saharauis.
Duro desenlace que le roba la vida a un joven y deja sin nada a su familia, que pide justicia para su hijo Mohamed Lamin Haidalla con condenas igual de severas para sus asesinos y depuración de responsabilidades por la negligencia médica que costó la vida a su hijo.
© Elisa Pavón
Vídeo y fotografías: Activistas de Resistencia Saharaui en TT.OO.
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