El pueblo saharaui sobrevive en medio de la nada desde mediados de los años setenta
La Opinión de Málaga ha convivido durante varios días con los refugiados en la zona de Tifariti
En los campamentos de Tinduf la vida transcurre sin cambios mientras el pueblo saharaui sigue a la espera de su reconocimiento tras años de lucha – El pueblo saharaui sobrevive en medio de la nada desde mediados de los años setenta – Algunos defienden la necesidad de volver a las armas para intentar el regreso a sus casas.
Cada día es un todo y un nada en Smara. En cada jornada transcurren las horas sin que pase absolutamente nada pero cada mañana cuando sale el sol se escribe una nueva página en un libro de historia milenario. En territorio nacional de Argelia, aunque las banderas que ondean son las de la República Árabe Saharaui Democrática. Aziz no sabe situar su tierra, su país, en un mapa. Realmente sí que acierta al señalar pero se equivoca al pensar que se encuentra en ella. Puntea en un ajeno Ipad el Sáhara Occidental y afirma convencido vivir en una ciudad que nunca ha visitado. Tiene catorce años y una curiosidad inacabable. Consume con ansia cualquier novedad que llega ante sus ojos. Pregunta, curiosea, se entromete. No ceja, no para. Son las tres de la tarde en la zona de Tifariti, en los campos de refugiados de Tinduf, y ha comido más de la cuenta porque en casa de Tawalu se hospedan por unas semanas dos cooperantes europeos.
Dos semanas de estrecheces, de descubrir precariedades, de experimentar con la nada. La temporalidad es clave en todo el relato. La caducidad de las aventuras europeas en el desierto, la capacidad de adaptación. Pero sólo por unos días, por unas semanas, quién sabe si por unos meses. En cambio, el pueblo saharaui sobrevive en medio de la nada desde mediados de los años setenta y Aziz ya no sabe dónde está su lugar en el mundo si mira su zona desde el cielo ficticio de una tableta.
Dos niños aprovechan una fuga en una canalización inesperada de agua para limpiarse las manos y beber un poco mientras a lo lejos se ha organizado un espontáneo partido de fútbol en el Día del Clásico en la liga que tiene por nombre el de un banco. La población saharaui espera con impaciencia el encuentro y se posiciona entre merengues y culés. Conocen al dedillo las alineaciones de los dos equipos e incluso los sobrenombres de los futbolistas. No tienen claro cuál va a ser su futuro pero sí de qué equipo son. Uno de los niños se asoma a la ventana y habla en hassania, el dialecto árabe del pueblo sin tierra, sin voz y sin futuro si la real «politik» que ahora se impone no afloja la soga que estremece a decenas de miles de personas. Algunos ya defienden abiertamente la necesidad de volver a las armas, a empuñar fusiles que les permitan volver a su casa durante siglos. No confían en la comunidad internacional, o más bien en sus representantes. Son un pueblo, el saharaui, que ha demostrado sobradamente su capacidad de autogestión pero la correlación de fuerzas (militares) no correría seguramente a su favor si se volviese al enfrentamiento armamentístico. Y, mientras, los años pasan.
En los últimos meses se han vuelto a intensificar las cautelas porque la amenaza del terrorismo internacional acecha de nuevo la zona. El Estado Islámico se expande peligrosamente por las fronteras cercanas y ya ha protagonizado alguna incursión en territorio de Argelia por medio de Mauritania. Se comentan las experiencias de los cooperantes que han tenido que salir de urgencia de los campos de refugiados saharauis porque el peligro se desmoronaba. No ha pasado tanto desde que asesinasen a un francés y hace unos años secuestraron a las puertas de una wilaya a varios cooperantes catalanes que fueron liberados después de meses de cautiverio y torturas. El ejército argelino custodia a los cooperantes desde el aeropuerto de Tinduf a los campos saharauis, donde aparece en escena el Frente Polisario para proteger a unos extranjeros que pronto se convertirán en sus ministros de Asuntos Exteriores ya que, ante la falta de reconocimiento oficial internacional, cualquier persona que llega a territorio saharaui es considerada hermana. Se la mima y se la cuida, conocedor el pueblo africano de la necesidad de una opinión mundial favorable a su causa. Escasa confianza guardan sobre los políticos de otros países involucrados en la problemática. El papel de España o EEUU es clave pero sus intereses económicos con Marruecos se cuentan por miles y miles de millones. Ante la falta de perspectivas diplomáticas y militares, la resolución del conflicto, afirma el maestro Bulahi Zain Ali, pasa por que la sociedad marroquí protagonice una revolución contra sus dirigentes y permitan que los saharauis decidan sobre su futuro, en libertad y en paz. Su lucha, dicen los saharauis, es contra los dirigentes marroquíes, nunca contra su pueblo, al que consideran, también, esclavo.
El niño de nombre desconocido no ceja en su empeño de llamar la atención a uno de los europeos que para él es una novedad que explorar. Tiene cinco o seis años y los mocos le recorren la cara. Otro más mayor se asoma a su lado por la pequeña ventana y amenaza con dos palos en forma de fusil. La televisión local (de una calidad debatible pero de un empeño incontestable) escupe imágenes en las que la policía y el ejército de Marruecos apalean a jóvenes y mayores, tanto hombres como mujeres, y disuaden pacíficas manifestaciones a mamporros. Sucede (quién sabe con qué frecuencia) en los territorios del Sáhara Occidental. En Smara, El Aaiún, Auserd, Djala? Aquellas ciudades de las que han copiado su nombre los campamentos de refugiados nacidos en medio del desierto, en territorio argelino, en el exilio, a muchos días caminando del siguiente enclave humano. Allá donde la violencia llega en forma de olvido. Donde vive Aziz, del Real Madrid y con un toque de balón exquisito pese a que juega descalzo.
Por Carles Senso
Fuente: La Opinión de Málaga
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