Cuánto hay ya dentro de este precioso anfiteatro, nuestra querida Curva del Nido de Smara. No puedo olvidar a Clara a las siete de la mañana, una obrera más tratando de evitar el calor. Ni a Roge en sus alturas, diseñando la luna en el pavimento. Ni a Hassana, al mediodía, la piel hirviendo, extendiendo el cemento con la paleta, friega que friega. Pero llena está también la Curva de historias, de noches del Bubisher, de jóvenes hablando de poesía, de proverbios, del “pueblo de los gatos”. Noches de estrellas cercanas con el telescopio de Juan de Hegoa. Tardes de clubes de lectura como aquella en la que los chicos del club de Mahbes no lograban acabar un poema y llamaron a gritos de Federico, y Federico bajó y le susurró el mejor verso al más humilde de aquellos niños.
Magia en la curva, teatro en la curva, el inmenso libro vivo de Olga y Lucía, Memona en sus primeras reuniones de los clubes, algo que soñó y llegó a ver realizado. Tardes de kamishibai en la curva, conversaciones buscando la sombra, mañanas de invierno buscando el sol. La primera conversación sobre Leyuad con Omar, el director de la escuela de cine, la bienvenida en la Curva a los recién llegados. Noches de hasta seis o siete colchonetas para dormir todos juntos mirando el cielo, viendo pasar satélites y estrellas errantes.
Y, ahora, Suadu, que todo lo embellece a su paso, burla al calor poniéndole esa preciosa y colorida sombra. Resistió la embestida de las lluvias y ahora ha renacido, más guapa que nunca. Es el centro del Nido, el centro de Smara, el centro del mundo. Y pronto, quien la vea desde el aire, verá, recortado en su luna pálida del suelo, un bubisher volando.
Y es que ha quedado preciosa la Curva. No, no “ha quedado”: Hassana, Skeirit, Ebnu, Suadu: os está quedando preciosa.
Fuente: bubisher.org
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