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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




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IV Centenario Cervantes: Primera Parte del ingenuo hidalgo don Quijote de La Hamada, también llamado del Sáhara

Ilustración del artista y pintor saharaui Moulud Yeslem

Como saharauis que hablamos, pensamos y hasta soñamos en español, con motivo del IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, a lo largo del mes de abril realizaremos nuestro pequeño homenaje al gran escritor.

Capítulo primero
Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo saharaui en el comienzo de sus andanzas.

En un lugar del Sahara, de cuyo nombre quiero acordarme y a todos recordar, no ha mucho tiempo que vive un hidalgo de los de Kalashnikov en astillero, la voluntad como adarga, mehari1 flaco y dreimisa2 corredora. Una olla de algo más lagarto que carnero, arroz las más noches, y lentejas lo demás consumen las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluyen tuba3 de maniya4, barrad5, darraa de basan6, turbante de tubit7 y sandalias de cuero para las fiestas, los días de entresemana se honra con su uniforme de tropa de lo más digno. Tiene en su jaima a su madre, que pasa de setenta, una sobrina que no llega a los veinte, y una descoyuntada dreimisa que así sirve de rocín como de improvisado lecho en las gélidas noches del desierto.

Frisa la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, es de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la libertad. Quieren algunos decir que tiene el sobrenombre de “Marroquí” o “Mauritano”, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben, aunque por fuentes constatadas, se deja entender que es Saharaui. De esto importa mucho a nuestro cuento, es de añadir que en la narración dél no se sale un punto de la verdad.
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, no ha mucho, vivía en otro lugar del Sáhara Occidental. Las huestes provenientes del norte se apoderaron de su ciudad, devastando sus esperanzas de independencia. Llegó a tanto el desatino que forzóle a abandonar  su hacienda y enseres con lo puesto que, teniendo en cuenta la latitud, no era mucho. En llegando a esta parte del desierto del Sáhara, La Hamada, encontróse con unos caballeros misericordiosos que cediéronle  refugio, sobre todo de esas fieras aves ferradas escupiendo fuego letal cual obra del diablo.

Con estas circunstancias perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara solo para ello. No acertaba nuestro hidalgo a encontrar la razón de la sinrazón de su condición. Dispuesto a enmedalla, se dio por leer libros de movimientos de liberación y de independencia, escudriñando lo que ahí se relataba. Participaban los mesmos personajes, una metrópoli, una colonia en lucha, un caballero andante que doblegaba al ambicioso acometedor y un concejo allende los mares que parecía tener gobierno sobre todos los países, de nombre Naciones Unidas. Padecía sobremanera nuestro hidalgo en hallando que su historia no compartía el mesmo final feliz, la independencia. Enfrascóse tanto en su lectura, que el cerebro llenósele de la fantasía que leía en los libros, así de batallas, desafíos, como de valerosos caballeros, Simón Bolívar, Gandhi, Kwame Nkruman, Nelson Mandela…  

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para su honra como para el servicio de su República, visitar ese insigne concejo de sabios, Naciones Unidas, ante el que presentar sus respetos, como cualquier caballero andante que se precie, y exponer el agravio del que había sido objeto por parte del monarca marroquí, ya que de sus lecturas entresacó que este concejo arbitraba los litigios entre caballeros. Imaginábase el pobre ya recompensado por tamaña intrepidez y por mayúscula afrenta con la independencia inmediata de su país, y así, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba.

Y lo primero que hizo fue limpiar una gumía pequeña que había pertenecido a su bisabuelo, desempolvando su vaina de cuero artesano cuarteado, y llevándola a un herrero para rejuvenecer su filo. No acababa de fiarse el feliz caballero de esos artilugios modernos, y dando honor al nombre de la daga, guardola en la manga.

Fue luego a ver a su dromedario, y aunque ingenuo, mas no tonto, en viendo sus tachas y su famélico perfil cambiólo por su dreimisa. Un atisbo de lucidez hízole pensar en el inconveniente de atravesar el Gran Mar, siendo de secano desconocía lo que es menester para ello; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, finalmente antojósele un obstáculo insignificante para su dreimisa.  

Teniendo ya transporte y armas, sólo le quedaba poner nombre a sí mismo y a su dreimisa. El de ésta lo tuvo de inmediato, Hurria8. El alborozo de la facilidad con que habíalo hallado se truncó en impaciencia ante la imposibilidad de decidir el suyo. La fortuna parecía abandonarle. Llevóle ocho noches y ocho días. Después de muchos nombres, que formó, borró y quitó, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al final se vino a llamar de la forma más previsible, don Quijote de la Hamada, en honor a la tierra que le había acogido, mas acordándose de que muchos caballeros agregaban el nombre de su patria, así quiso como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della, resolviendo llamarse también El Quijote del Sáhara. He aquí, pues, la razón de esta doble nominación de nuestro bravo caballero.

Prestas, pues, sus armas, afilado el acero de su gumía, elegido el rocín motorizado, confirmándose a sí mismo y a su llevada, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores era árbol sin fruto y cuerpo sin alma. Si por su buena suerte, en su camino hacia el Alto Concejo, encontrárase con algún gigante alauita y finalmente le rindiera, sería a bien tener a quien presentarle hincado de rodillas para que su grandeza dispusiera del vencido a su talante.

¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo terminado sus prevenciones y más cuando halló nombre para su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza, de quien siempre había estado enamorado. Llamábase República, y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de gran señora, vino a llamarla República Árabe Saharaui Democrática, porque era natural del Sáhara también, nombre, a su parecer músico y significativo, como todos los demás, que a él y a sus cosas había puesto.

1 Mehari: dromedario blanco de montura.
2 Dreimisa: nombre popular con el que se denomina a los vehículos del ejército saharaui, de una famosa casa británica. Literalmente significa “rapada” (el coche es femenino en hasania; la autora se ha tomado la licencia de mantener el género original).
3 Tuba: pipa artesana local.
4 Maniya: tabaco natural.
5 Barrad: tetera.
6 Basan: tejido lustroso de color blanco o azul con el se suelen confeccionar las darraas.
7 Tubit: tejido de paño fresco.
8 Hurria: libertad.

*Extraído del libro Don Quijote, el azri de la badia saharaui, escritores saharauis.
Esta entrada ha sido escrita por la poeta Zahra Hasnaui, miembro de la Generación de la Amistad Saharaui.



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