La noticia de la muerte del histórico líder de la República Saharaui, este 31 de mayo, fue sin ninguna duda una sorpresa para muchos. Su partida encuentra a su pueblo en duras circunstancias, particularmente con la crisis desatada por Marruecos en torno a la histórica visita de Ban Ki moon, Secretario General de Naciones Unidas. Es de público conocimiento el conflicto generado por las declaraciones del alto funcionario, al reconocer expresamente de la existencia de una “ocupación” con sus consecuencias jurídico – políticas, dejando de manifiesto la ilegalidad de las acciones de Marruecos en las zonas del Sahara que detenta fuera del derecho. A todo ello se unió un hecho más grave, la expulsión del componente civil de la misión de la ONU, la MINURSO.
Las actitudes de Rabat, generaron una escalada verbal, que para muchos terminaría en una nueva guerra. Pero la realidad geopolítica de la región y los intereses de los países centrales, comenzando por Estados Unidos y Francia, impidieron que la situación pasara a mayores. En Voz del Sahara Occidental en Argentina hemos señalado, que una guerra significaría una “verdadera catástrofe geopolítica”, dado la inestabilidad de la región, especialmente por la crisis sucesoria de Argelia, donde la deteriorada salud del Presidente Bouteflika, plantea toda suerte de suspicacias, especialmente por las pugnas de poder entre las facciones del FLN. A ello se une la profunda preocupación de los responsables de la seguridad de Argelia, con el desembarco de siniestro ISIS en la caótica Libia. Argelia es pieza clave en el conflicto, dado que es el principal aliado y sostén en la región de la RASD. Su evolución impactará de manera determinante en el conflicto.
Marruecos, teóricamente fiel aliado de Occidente, necesitado de dinero para mantener su régimen y sus aspiraciones hegemónicas en la región, ha encontrado en Arabia Saudita una generosa “chequera” a cambio de participar en sus acciones bélicas en Yemen y apoyar las políticas de las petromonarquías. Junto a Jordania son los “parientes pobres” que a cambio de dinero para sostener regímenes, ya insostenibles de otro modo, aportan soldados y pleno respaldo político a un actor, ya problemático para Estados Unidos. Arabia Saudita y en menor medida Qatar, sostenedores de los grupos terroristas que asolan Siria y Libia, en base a que pregonan una lectura extrema del Islam: el salafismo y una vertiente más dura, el wahabismo. Postura que a pesar que Riad no reconoce, sostiene el siniestro Estado Islámico. La alianza de Rabat con Arabia Saudita le permite soltarse de Occidente, pero con un precio, como se observó en un discurso en una cumbre de monarcas árabes del rey Mohamed VI abiertamente antioccidental. Un juego perverso, que puede tener consecuencias muy graves, incluso para la estabilidad del Majzén. Sin ninguna duda, el apoyo saudí a grupos salafistas, puede ser una herramienta útil para socavar al movimiento independentista saharaui y la estabilidad interna de Argelia, pero su visión radicalizada de estos grupos, los transforman en enemigos del sistema imperante en Marruecos.
Mauritania, un actor menor en apariencia, pero importante, por estar en una situación realmente incómoda. Su débil cohesión interna, su dependencia económica – a su pesar – de Marruecos, la necesidad de recibir apoyo externo para sostener fuerzas armadas que tengan capacidad para contener poderosos y siniestros grupos terroristas que operan en la franja del Sahel Sahara, como AQMI (la filial de Al Qaeda en la región), MUYAO, y otros grupos que presionan abiertamente las fronteras mauritanas, genera incertidumbres sobre la posición del régimen de Nuakchot en el futuro con respecto a la cuestión saharaui.
El Presidente Mohamed Abdelaziz muere en una situación especialmente explosiva en la región, donde las veleidades belicistas de Marruecos están a la orden del día. Sin ninguna duda su situación interna es compleja, por la presión migratoria, el posible regreso de millares de combatientes marroquíes del Estado Islámico (que alarma a una Europa dormida y que no toma actitudes enérgicas para brindar seguridad en el Mediterráneo y que sigue dócilmente la desastrosa estrategia de Washington) y los graves problemas sociales, hacen del país un caldero. Los conflictos externos, sin ninguna duda distraen recursos, desorientan la opinión pública de los problemas reales. A ello se une el poderoso lobby marroquí, con fuerte implantación en París y Washington, apoyados por los grandes productores de armamento, que ven en Marruecos un mercado “emergente” gracias a la billetera saudita y los fosfatos explotados ilegalmente en el Sahara.
El Presidente Abdelaziz, elegido Presidente de la RASD en el lejano 1976, asumió como nos dice Carlos Ruiz Miguel, por su talento militar en reemplazo del legendario El Uali. En 1991, el conductor militar, dio paso a un líder político, no exento de críticas, algunas de ellas muy duras. Debemos reconocer que el Plan de Arreglo implicó en cierta manera una “trampa” para los saharauis, debilitados políticamente por los cambios estratégicos con el fin de la Guerra Fría. Su esfuerzo diplomático se centró en buscar el cumplimiento del Plan de Arreglo, frente a un Marruecos fortalecido por su alianza con Francia y Estados Unidos. El no buscar otro tipo de salidas, como hicieron los palestinos, que se coronó con su ingreso como “Estado Observador” de Naciones Unidas, dejó a la RASD atrapada en un callejón.
El frente interno, Abdelaziz tuvo que enfrentar el creciente tribalismo, que el mítico El Uali atacó duramente y permitió a los saharauis enfrentar la guerra con éxito y el financiamiento por parte de Arabia Saudita del salafismo, aprovechando la extrema pobreza de los campos de refugiados. Hábilmente Abdelaziz a los sectores islamistas los puso contra las cuerdas cuando le solicitó al rey saudí interceder frente a Marruecos, sin obtener respuestas. Pero este problema debe ser tenido en cuenta, dado que la amenaza de infiltración del Frente Polisario, es real y puede ser utilizada por Marruecos para incluirlo en la lista de organizaciones terroristas y de esta manera tener la excusa para una guerra de agresión. Sin ninguna duda su muerte deja un vacío de poder en un contexto complejo, algo que no es nuevo para los saharauis, dado que el principal líder nacional, El Uali Mustafá Sayed murió en los primeros tiempos de la guerra, pero en esos tiempos, el grado de cohesión nacional no estaba amenazado por sectores islámicos radicalizados.
Mientras se escriben están líneas, seguramente en las corrientes internas del Frente Polisario hay un intenso revuelo para saber quién será el próximo líder de la RASD, con la esperanza de que conduzca al país a su unificación. No obstante dicha expresión de deseo, no cabe duda que el próximo liderazgo de la RASD/Frente Polisario, si quiere que la nación saharaui tenga continuidad histórica, debe revisar profundamente la estrategia adoptada desde 1991 hasta el presente. ¿Habrá llegado la hora de consolidar un Estado viable en las zonas liberadas, reduciendo su dependencia de una ayuda internacional cada vez más menguante? ¿Seguirán los pasos de los palestinos para que la RASD sea un Estado “Observador”? ¿Estrecharán lazos con América Latina a fin de obtener reconocimientos de la RASD como Estado? Las preguntas siguen. Sea como fuere, el pueblo saharaui vive momentos delicados en el marco de una profunda indiferencia de la comunidad internacional, lo que genera aún mayores incertidumbres.
Por Jorge Alejandro Suárez Saponaro
Abogado, Magíster en Defensa Nacional. Prof, invitado de la Cátedra Libre de Estudios sobre el Sahara Occidental (IRI-Universidad Nacional de la Plata, Argentina),
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