- Papá, ¿los cristianos van al cielo?
Ya había viajado en avión, aunque no entendía como siendo de hierro pudiese volar. Descubrió que el agua del mar era salada y no comprendía que los barcos pudiesen mantenerse a flote siendo tan pesados.
La respuesta no era sencilla. El padre pensó que la abuela le había advertido de los peligros que conlleva viajar a un país de costumbres diferentes. Seguramente, le habría hablado de la diferencia religiosa.
- No.
No quería entrar en contradicción con la abuela, se guardó mucho de expresar una opinión diferente.
- ¿Por qué ?
Había llegado a la ciudad hacía solo unos días y todo le llamaba la atención. Nunca había salido del desierto y era la primera vez que se encontraba en una sociedad diferente a la suya.
- Comen cerdo, beben vino, no rezan y no tienen miedo a pecar.
Era sábado por la tarde. Se habían sentado en una terraza de las mayores avenidas de la ciudad y él la invitó a probar helado. Disfrutaba mirando a la gente mientras saboreaba el contenido de la gran copa que tenía ante si.
- ¿Solo los musulmanes van al cielo?
No dejaba de preguntar. Miraba con interés la cantidad de personas que paseaban en aquel momento a su alrededor.
- Por supuesto.
El padre solo deseaba que terminara el interrogatorio. Se sentía acorralado.
- ¿Por qué?
Algo bullía en su cabeza. Parecía estar muy interesada en el tema. Quería saber más del nuevo mundo al que había entrado.
- No comen cerdo, ni beben vino, rezan cinco veces al día, van a la Meca y solo hacen cosas agradables a los ojos de Dios.
Desde que oyó la respuesta pareció quedar convencida. Se concentró en el helado y siguió mirando a la gente que pasaba frente a la mesa en la que estaba sentada.
Pasaban los minutos y su atención parecía estar en saborear lo que quedaba del helado en aquella copa. Después de convencerla, el padre se relajó. Por fin había terminado el turno de preguntas.
Había salido victorioso del atolladero en el que lo había metido. Pensó que tendría oportunidad de dar una explicación diferente en futuras ocasiones. Cuando terminara el helado, la invitaría a ver alguna de las películas que se proyectaban en la ciudad.
- Papá, ¿cómo es posible que de las miles de personas que están ahora en esta calle, solo nosotros iremos al cielo?
Nayat tenía ocho años.
Esta entrada ha sido escrita por Bachir Ahmed Aomar, miembro de la Generación de la Amistad Saharaui y director del programa Sahara desde Canarias en la emisora de radio Guiniguada.
Fuente: blogs.elpais.com
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