Por Benda Lehbib Lebsir / Imágenes: Coral López / 1saharaui
Con amor y paciencia, nada es imposible
Daisaku Ikeda
Qué gran frase. Ayer, una vez más, volví a escuchar esa frase. No queda nada y les tenemos aquí. Puede que hasta resulte ser una frase cualquiera. Pero, en realidad, tiene mucho más valor del que podéis llegar a imaginaros. Y no para la familia acogedora, que también, sino para los niños y niñas que esperan ansiosos su época estival que rompe literalmente con su rutina y monótona vida de refugiados. Es su sueño más fácil de alcanzar dentro de los miles que cualquier niño se propone.
Esta vez no soy yo la que viene. Esta vez no seré yo una de esas personas a las que iba dedicada esa frase. Esta vez no seré yo esa que estaba muerta de calor, quizá por los nervios, o quizá por ese calor que realmente hace en los campamentos de refugiados. Tampoco seré yo una de esas personas que, en silencio, pensaba en todo lo que dejará atrás. O en todo lo que aún está por venir. También.
Esta vez no seré yo una de esas que cuenta las horas comiéndose las uñas porque es cierto, ya no queda nada para tenerlos aquí. Ni siquiera seré yo la que suba al camión entre lágrimas de emoción y un puñado de nervios mientras se gire a despedir a su madre, como quien se va pero con la certeza de volver, y de volver pronto. Y lo más difícil quizás sea ese momento de sentirse comprometida a hacerle caso a todos y cada uno de sus consejos que a lo largo de esos días habría repetido más de una vez.
Tampoco seré yo la que sonreía en la típica foto en el aeropuerto una vez que aterrizan en España tras más de doce horas de viaje (en el mejor de los casos) con todos aquellos que te acompañaron en ese recorrido tan sumamente largo, por que se hace eterno, creedme. Esta vez no, esta vez lo veo todo desde fuera.
Y no tengo palabras. Es exagerado los pelos de punta en más de un momento conforme se va acercando el día de su llegada. No sé si es por el recuerdo a cuando yo estaba allí. O por la felicidad de verlos llegar con la misma ilusión con la que llegue durante siete veranos consecutivos. O también, por todo lo vivido en aquel mismo escenario, mismas vivencias, mismos sentimientos, pero quizás, sea por todo lo que he vivido hasta ahora fuera de allí. Supongo que fue y será siempre un cumulo de cosas, pero cosas maravillosas.
Aunque ya las di en su día, las doy y las daré siempre gracias por permitir que los niños saharauis puedan vivir esta maravillosa experiencia. Gracias a las familias acogedoras por todo lo que aprendemos, por vuestro empeño en presentarnos a vuestro entorno de amigos y familiares. Por todo el esfuerzo que supone de un día para otro acoger a un niño saharauis y hacerle sentir como un miembro más de vuestra ya formada familia.
Supongo que no tengo nada más que decir, simplemente quería expresar este sentimiento. Ahora, sólo me queda desear suerte a todos aquellos que se estrenan en esta familia llamada vacaciones en paz, por este momento de “dulce espera” tan particular que supongo que estarán viviendo igual que los niños. Por ese mariposeo en el cuerpo, y por esos nervios por saber qué pasará. Suerte, de verdad, en esta nueva aventura, que es fantástica. Que la disfrutéis al máximo día tras día. Que captéis cada uno de los momentos, que hay tiempo para todo, aunque cuando menos os lo esperáis, estáis con lo de ¡pronto les tendremos aquí con nosotros de vuelta! qué gran frase, de veras.
“Tanto si piensas que lo vas hacer bien, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto”.
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