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EL SÁHARA DE LOS OLVIDADOS اِل ساارا دي لوس اُلبيدادوس




"Háblale a quien comprenda tus palabras"
"Kalam men yafham leklam"

Miguel Ángel Tobías: “Te dan ganas de ir hacia el muro y decir: si tenéis valor, venid… de igual a igual”

A Miguel Ángel Tobías lo encontré una tarde en la capital de México, casi por azar. Sonó el teléfono en el lugar donde me alojaba y una voz con acento saharaui me dijo: “tengo aquí al director de Gurba, la condena, ¿quieres conocerlo?”. A lo cual respondí pensando que se trataba de un error: “¿Estás con Miguel Ángel Tobías?”. Y así era. Diez minutos más tarde estábamos sentados a solas, con un grabador sobre la mesa.

Por suerte, pude comprobar que la casualidad favorece mucho más cuando te encuentra preparado/a: había visto el documental en mi Argentina natal hacía no más de diez días y conocía parte de la trayectoria de Tobías. En ese marco nació esta entrevista (que duró más de una hora), en la que conversamos sobre el documental, sus trabajos previos, sus proyectos y, por supuesto, sobre la causa saharaui. Como no me gustan demasiado las introducciones largas, les invito a compartir la charla.

-¿Cuál es el objetivo de “Gurba”?
No sé si en otras partes del mundo ya se ha hecho pero jamás se ha hecho en España. Es un proyecto ciento por ciento social, solidario y benéfico. ¿Qué quiere decir esto? Que está producido a fondo perdido (yo lo he financiado y el dinero de la producción no se recupera); evidentemente, es un proyecto social porque está contando una causa social que merece ser contada. La idea es que fomente la solidaridad, que mediante el relato de la causa la gente pueda reflexionar y que esto la mueva a la acción no ya solo con el tema del Sahara Occidental sino que, el valor que tienen este tipo de proyectos cuando estás hablando de derechos humanos, es que lo que realmente estás haciendo es empoderar a la gente desde el punto de vista intelectual, psicológico y emocional sobre derechos humanos. Y a lo mejor alguien piensa “yo no puedo hacer nada a catorce mil kilómetros, no se me ocurre cómo intervenir” pero lo colocas en posición de “¿qué puedo hacer donde estoy con los derechos humanos en mi barrio, en mi pueblo, en mi ciudad?”…
Que sea benéfico quiere decir que todos los fondos que la película recaude por cualquier vía tienen que estar destinados a una causa social, prioritariamente relacionada con ayudar al pueblo saharaui, cosa que no es fácil en todas partes del mundo porque, para que esto suceda, tiene que haber algún sitio donde puedan ir destinados esos fondos desde el punto de vista legal (por ejemplo, en México, la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui tiene la potestad legal de recaudar fondos). Es un proyecto pionero porque, además de esto que comentaba, el planteamiento de la película está en que se vea gratis en los cines y, por supuesto, luego en las televisiones. De tal manera que, pensando en el tema del cine, el concepto es que millones de personas que por su situación económica no podrían pagar una entrada, pueden ir a ver gratis esta película. Con lo cual, es cerrar todo el círculo de haber hecho un proyecto totalmente social, solidario y benéfico en todos los sentidos que se pueda imaginar.

-¿Qué pasó cuando la presentaste en algunos países de América Latina?
Con “Gurba” está pasando una cosa muy interesante. La sorpresa para todo el mundo es comprender que cuando estás hablando de derechos humanos, es un tema universal. En México me decían: “es que aquí hay muchos Gurba”. Con Argentina pasa exactamente lo mismo. En Mendoza [se presentó en el Festival Internacional de Cine de esta ciudad argentina] fue algo tremendo, una experiencia que no había vivido nunca: el resto de cineastas, directores, productores y gente que fue al festival, todos vieron “Gurba”. Es decir no solo el público sino todas las personas que participaban en el encuentro de cine entraban a verla porque entendían que no es una película más. Eso tiene un valor añadido.

-¿Por qué no ganó en el Festival de Mendoza?
Justamente, el resto de los jurados planteaban que si tú comparas la propia factura de una película de ficción con un documental, este último tiene un coste de producción cincuenta veces inferior que una ficción. Para ellos era como un ejercicio de purismo de decir “tiene que ganar una película de cine ficción”. Entonces, había otros muy indignados diciendo “cómo es posible que no se hayan dado cuenta del valor que tiene esta película”.

-¿Qué hace que “Gurba” sea diferente?
Yo llevo varios años haciendo proyectos de este tipo. Cada año hago un proyecto que sea social, solidario y benéfico. La diferencia es que (y así es “Gurba”) yo trato de quitar toda la carga política posible. La película apela al corazón de la gente, al sentimiento y al ejercicio de ver al otro como otro ser humano. No puedo evitar contar el conflicto y contextualizarlo, porque la idea es que cualquier persona en cualquier parte del mundo que no sepa nada del tema, entienda por qué se da la situación. Pero la carga está en la parte humana, humanitaria, social, de los problemas que supone estar viviendo esta situación desde hace ya cuarenta años.

-¿Y por qué el testimonio de una psicóloga? A mí me llamó mucho la atención el hecho de abordar la cuestión desde un aspecto psicológico. ¿Cómo llegaste a ese abordaje? Porque psicólogo no sos… ¿O sí?
No, pero soy médico… por ahí venía la cosa [risas]. Pero eso no es lo más importante, lo hubiera hecho igual. El ejercicio es justamente que -como yo sabía que el tema del Sáhara ya se había abordado en otros documentales-, siempre intento hacer algo que marque diferencias con lo que ya hay hecho. Este es un tema en el que he pensado siempre, de lo que nadie se ocupa, que es el daño psicológico de todos los conflictos. Estamos muy entrenados en pensar en las cuestiones materiales: que no tengas agua, comida, medicinas o en situaciones de frío, de calor… a cosas muy tangibles, lo que podemos ver y tocar. Pero claro, el ser humano no es eso. Además de tener la carcasa, el cuerpo, tenemos una mente y un espíritu… Y, ¿qué pasa con eso? Puedo ver que no estás herido, que tienes tus manos, tus pies y medianamente comes. Entonces desde fuera es: “Ah, pero esto no es tan grave”. Por eso me importaba mucho abordar algo que yo no he visto nunca (no digo que no se haya hecho pero no lo he visto nunca) y es que en ningún documental relacionado con ningún conflicto, justamente se hablara del daño psicológico. Siempre digo que “Gurba” no está filmada ni montada para ganar premios (porque si no la hubiera hecho de otra manera): está hecha para ayudar.

-Igualmente hay otros abordajes, no solo el psicológico.
Por eso he ido tocando todo eso. Porque lo que quería era ir abordando el mayor número de aspectos posibles y dar pinceladas de todos ellos para que, un espectador que no conoce nada del tema, empatice con esa situación. Y cada uno empatiza con una cosa diferente: hay gente que una vez que termina la película me dice “ostras, la niña, qué fuerte lo que está diciendo” o “qué fuerte lo de las bombas” o “qué fuerte lo del aspecto psicológico del daño”. Entonces, cuando haces este abanico lo que permites es que haya un mayor número de espectadores que puedan empatizar con el problema, porque cada uno de nosotros lo hace de forma diferente.

-De cualquier modo, tu nudo en la garganta cuando estás en el muro es evidente… ¿Qué te pasó cuando estuviste ahí?
Mira… yo llevo años haciendo documentales y llevo recorridas tres cuartas partes del planeta. He estado en muchas zonas de pobreza, miseria, guerras… Y siempre que estoy en una situación de estas (me lo preguntaban en Haití, cuando hice “Sueños de Haití”) para mí es muy fácil. Dependiendo de la edad y del sexo de las personas con las que me voy encontrando, pienso: “esa señora podría ser mi madre”, “esa chica podría ser mi hermana”, “ese niño, mi sobrino”. Es decir, me traigo a mi propio entorno emocional a esas personas a las que no conozco de nada y a las que a lo mejor no voy a volver a ver nunca más. Soy capaz en ese momento de ver en ellas el rostro de las personas a las que yo amo. Si fuéramos capaces de hacer este ejercicio todos, en el mundo se habrían acabado los conflictos. Directamente. Si tú pudieras ver en el ser humano al que le vas a hacer daño a tu padre, a tu madre o a tu hermano, no se lo harías. Entonces, en el muro, el sentimiento que tenía literalmente era colocarme, pensando en mí y en mi familia, en lo que supone. Desde hace muchos años, por culpa de ese muro y de esa ocupación que está simbolizada en él (porque, aunque no estuviera, no se va a pasar… con que coloques ahí unos tipos con una ametralladora), que es un símbolo brutal, tremendo, existen familias a uno y otro lado que durante meses o años no se han podido ver y van sabiendo cómo han ido muriendo o enfermando a uno u otro lado. Yo estaba en ese sentimiento profundo: el imaginar que yo estoy en un lugar y mi familia en otro y saber que pueden estar sufriendo y yo no puedo estar ahí, con ellos, dándoles mi amor, ayudándoles, me hace poner la piel del revés.

-¿Y de qué te dieron ganas en ese momento frente al muro?
En ese momento te dan ganas de coger las armas y decir “¡NO!”… Mi mundo es eminentemente femenino (la mayoría de mis pacientes son mujeres, tengo tres hermanas, mi madre es muy madre, mi abuela -hasta que murió- era muy abuela), entonces, tengo el sentimiento muy marcado de las injusticias que vienen determinadas por el abuso de poder de unos contra otros. Porque, ¡claro! Marruecos no tendría un muro ahí y no estaría impidiendo que los saharauis pasaran hacia el otro lado si en cambio de ser el pueblo saharaui fuese el norteamericano y les dijese “os meto cuatro misiles, quitaos del medio, quitad el muro y volveos a vuestra tierra”. Entonces esto me rebela. Es como cuando ves una situación en la calle donde un tipo maltrata una mujer abusando solo de su superioridad física que, si fuese al revés, no se atrevería. Por eso yo, que soy un guerrero (que lo soy de verdad) tenía estos dos sentimientos. Por un lado, te dan ganas de darte la vuelta, ir hacia el muro y decir: “si tenéis valor, venid… suelta la metralleta y ven, ven aquí, de igual a igual, baja aquí y que gane el mejor”. Y, a la vez, el sentimiento de pensar en mi familia e imaginar la situación de saber que están en un lado en que han sido torturados, vejados… y no puedes hacer absolutamente nada y son cosas cotidianas que no se dicen ni se saben ni se cuentan. Un sentimiento de impotencia tremendo.

-Vamos al muro del silencio. ¿Por qué creés que no se sabe lo que ocurre?
Por varias razones. Desgraciadamente, porque todavía en 2015 -ya siglo XXI- se sigue demostrando que los intereses políticos y económicos están por encima de los derechos humanos. Seguimos en este mundo de las cavernas. Por eso yo siempre digo que las generaciones que nos sucedan dentro de cien, doscientos o quinientos años, no se creerán que en 2015 pasaban estas cosas en el mundo. Les pareceremos más bárbaros de lo que nos parecen a nosotros ahora los neandertales. Dirán: “¡No es verdad! ¿Había comida para todos y dejaban que un tercio de la humanidad se muriera de hambre?”. No se entenderá. Pero, a la vez, hay otro gran motivo: a lo largo de la historia, el poder político, el económico y, en muchísimos casos, también el religioso, han jugado con el miedo de la gente. Y si yo consigo que tú tengas miedo de algo, te inhabilito para la acción. Los gobiernos y los políticos en general de todos los países, nos han hecho tener miedo a alzar la voz y creer que el sistema tal y como está establecido es la única forma posible y que esto no tiene forma de cambiarse. Han peleado -y ese es el juego de los partidos políticos- para dividirnos a los ciudadanos, a los seres humanos, haciendo bueno el refrán de “divide y vencerás”. Y desde hace muchísimo tiempo se nos está idiotizando con cuestiones frívolas (fútbol, telenovelas…), con cosas que te mantengan completamente distraído de lo que realmente es importante, para que no tomemos conciencia de que el poder de verdad no está en los gobiernos, en los partidos ni en los ejércitos: el poder de verdad está en el pueblo. Creo que la labor y la responsabilidad que tenemos los que nos dedicamos al mundo de la comunicación en cualquiera de sus facetas, es ser muy conscientes de que es muy poderoso para cambiar el mundo. Si los ejemplos que muestras y las cosas que cuentas son negativos, las sociedades cambian hacia mal. Y si son positivos, cambian hacia bien.

-¿Cómo reaccionan las personas después de ver la película?
Es muy alucinante ver sus reacciones, los mails que me llegan, las cosas que dicen… El que ya estaba en la causa saharaui, evidentemente, lo único que hace es decir: “gracias; no tenías ninguna necesidad personal de estar en este lío; gracias por estar incorporándote a esta causa, por ayudarnos a acabar con esta injusticia”. El que no conocía el tema saharaui pero sí está con el tema de los derechos humanos a nivel global, también promueve ese reconocimiento de decir: “Miguel Ángel, tu trabajo nos hace sentir que no estamos solos”, lo cual es muy importante. Y personas que nunca se habían planteado nada (no porque sean malas sino porque, como decíamos antes, el sistema está montado para que la gente esté distraída y no piense), me escriben diciéndome que les da vergüenza no conocer que este problema existe y que les ha hecho replantearse muchas cosas de su vida. Que la gente te diga que se está replanteando su vida porque ha visto un documental, no tiene palabras. Por eso yo digo que esto trasciende. Cuando haces un producto de este tipo va más allá de lo que pasa con el pueblo saharaui, abarca a toda la humanidad. Hay gente que va a pensar o sentir que no puede hacer nada por esa causa concreta (que no es verdad porque los gobiernos y el poder económico solo se mueven cuando hay presión de la sociedad) pero sí por otras, porque estamos viendo violaciones de derechos humanos permanentemente en todas partes del mundo. En los países “civilizados” se hace de manera más sibilina, menos burda. Pero el hecho de que un periodista, por ejemplo, sea sacado de un medio de comunicación que está controlado por determinados intereses porque empieza a ser crítico con ciertos temas, es una violación de derechos humanos directa y flagrante.

-¿Hubo acciones concretas que alguien haya realizado a partir de ver “Gurba”?
Mucha gente me pregunta: “¿qué puedo hacer?”. Según en qué parte del mundo estés, tratas de canalizarlo en alguno de los sentidos. Tengo una anécdota brutal, de esas que te hacen dar cuenta de que todo esto tiene sentido. Una maestra que vio “Gurba” en un festival, me pide permiso para proyectarla en clase, con niños de doce años. Y luego me cuenta en un mail que, después de ver la película, los treinta o cuarenta alumnos decidieron que al fin de semana siguiente no iban a salir y que el dinero que se iban a gastar en eso lo iban a donar para una causa social. Este es el efecto: un grupo de niños dice “no podemos hacer mucho pero sí algo” y ese “algo” lo convierten en esto. Y la maestra me lo está contando emocionada. Yo siempre digo una cosa muy importante que se tiene que entender y es que, con proyectos de este tipo, cuando hablamos de temas sociales, nunca sabes a cuánta gente estás impactando. Si haces un estreno benéfico, lo que se recaude para la causa es fenomenal pero nunca, nunca, es lo más importante. Lo importante es a cuánta gente permea el mensaje… y a lo mejor no hacen nada en ese momento pero dentro de un año o dos o tres, aquello que vieron les viene a la cabeza y dicen: “yo voy a apoyar este tema o esta causa, porque ese poso se quedó en mí”. Entonces, cuanto más hablemos de temas sociales, de derechos humanos y denunciemos sus violaciones en el mundo, sin ninguna duda, estamos transformándolo.

-¿Qué rol debería tener España ahora que en 2015 es miembro no permanente del Consejo de Seguridad?
El ciento por ciento de los españoles es prosaharaui. Todo el mundo. Pero también digo los políticos. Todos, en privado… no hay nadie que no sea prosaharaui en España. Esta es la paradoja que se da luego con las posiciones políticas y el tema de la geopolítica. Por eso, yo intento hacer estrenos de la película en ámbitos institucionales, donde van a estar representados miembros del gobierno. Lo que digo es que, entendiendo perfectamente la complejidad de la geopolítica (porque negarla sería ser estúpido) y teniéndolo en cuenta, un país demócrata, moderno, europeo, del primer mundo y que, además, tiene una responsabilidad política, ética y moral, no puede sustraerse a marcar una posición concreta con el tema del Sáhara. Y más en algo que es flagrante: que sea la única misión de paz de Naciones Unidas en la que no se puede velar por los derechos humanos. El pueblo saharaui y sus responsables no son tontos: ellos saben perfectamente que hoy, cuarenta años después, no van a poder recuperar el ciento por ciento de sus tierras. Pero lo interesante sería que la comunidad internacional (y en esto España tiene que ser actor principal, evidentemente) forzase a Marruecos a entender que hay que llegar a algún tipo de acuerdo que permita que el pueblo saharaui tenga un porcentaje de sus tierras que le permita explotar en justa medida sus propios recursos: el mar, las minas, el petróleo, etc. Esto, además, me parece que sería la fórmula para que Marruecos, en este ejercicio geopolítico tan complicado, no se sienta derrotado al ciento por ciento: “Hiciste algo que no era correcto, ilegal, se ha enquistado, han pasado cuarenta años, es un conflicto internacional al que nadie sabe cómo meterle mano y resolver… ok, pactemos de alguna manera que te permita, cuarenta años después, una retirada digna pero que también permita al pueblo saharaui una recuperación de sus tierras también digna”. Esta es mi opinión, no me lo ha dicho el presidente de la República Saharaui. Pero es una postura que permitiría llegar a una solución rápida del conflicto, porque las posturas están completamente confrontadas.

-¿Qué rol podría cumplir América Latina en contribuir a que esto tenga un desenlace?
América Latina, indiscutiblemente, tiene a lo largo de la historia una tradición y trayectoria de un pueblo luchando por su libertad. Lleva luchando por eso y por los derechos humanos desde tiempos ancestrales. Creo que esto debería ser mirado por el resto del mundo con el respeto que se merece este conjunto de pueblos que lleva cinco siglos así. Con lo cual creo que América Latina está en mejores condiciones que cualquier otra parte del mundo para comprender perfectamente cuál es la lucha del pueblo saharaui. Antes hemos hablado de los ciudadanos con respecto a sus gobiernos pero esto es aplicable a los países con respecto a Naciones Unidas: el día que se consiga crear la masa crítica suficiente como para que aquellas naciones que han estado luchando y luchan por sus derechos y su libertad, digan: “nos parece intolerable que esta situación en el Sáhara se esté dando”, no les quedará más remedio a los actores principales de esta historia. Esta es la importancia de la película o de lo que tú haces, en la medida en que confrontemos y les podamos decir al mundo y a estos países que, aunque los países sean pequeños o en vías de desarrollo, si se unen ante una causa tienen el poder de obligar a que los poderosos cambien su postura.

-Hablame un poco de “Sueños de Haití”…
Yo me comprometí públicamente hace cinco años a hacer cada año un proyecto social, solidario y benéfico. Intento, como te dije, buscar cosas que no se hayan hecho. El terremoto de Haití, evidentemente, no se esperaba. Me fui para allá y la sorpresa para mí fue que “Sueños de Haití” ha sido el único documental en el mundo rodado en los días del terremoto. Creí que alguien más iba a ir pero luego pensé: “¿por qué me ha extrañado tanto?”, si vivir allí en esos días después del terremoto era un infierno. Solamente existir allí, ya era durísimo. Con lo cual, imagínate pensar en rodar un documental… Los haitianos estaban muriéndose, heridos, sin agua ni comidas ni medicinas ni hospitales, viendo cómo las cámaras de los informativos del mundo, en general, lo que hacían era trasladarse desde las tiendas de campaña -con aire acondicionado, comida y bebida o desde el aeropuerto- a grabar una escena para el informativo de ese día y luego seguir, a pesar de que les estuvieran pidiendo ayuda. Nosotros pudimos hacer “Sueños de Haití” porque nos pusimos a vivir con ellos: dormíamos en la calle con ellos, sin comida y sin agua. Entonces, es en este ejercicio, cuando al cabo de unos días comprendieron que estábamos ahí de verdad compartiendo su miseria y que el objetivo de la película era ayudar a su pueblo. “Sueños de Haití” sigue recaudando fondos para Haití cinco años después. Por eso te decía del valor de este tipo de proyectos: es una película que se ha visto en doscientas televisiones en el mundo y con la que se ha hecho un ejercicio gigante en colegios, universidades, etc.

-¿Cuáles son tus proyectos para 2015?
Con esta trayectoria, “Sueños de Haití” me ha servido para tener la capacidad de hacer proyectos un poco más grandes. En 2015 voy a rodar una película que no se ha hecho nunca, jamás… Un documental con calidad de cine, que va a hablar de las consecuencias del hambre en todo el planeta. Voy a rodar en los cinco continentes y voy a mostrar las caras del hambre en cada uno de ellos. Sin ninguna duda va a ser el proyecto más grande que haré en toda mi vida. Seguiremos haciendo cosas pero ya no hay nada más grave para contar que el hambre: si no comes te mueres y si estás muerto ya no hay nada que hablar de derechos humanos ni de educación ni de nada… es la vida. Llevo un año gestando este proyecto. En los próximos meses empiezo a rodar la primera parte. El primer país va a ser México; primero, por lo que representa como país en América Latina, como potencia: la paradoja de que un país avanzado en muchas cosas mantenga sesenta millones de pobres, con unas desigualdades gigantescas muy latentes… pero digamos que, además, está en el medio de lo que sería el hambre desde el tercer mundo al primer mundo: hablaríamos de África como el sitio más extremo, India, Latinoamérica, Europa y Estados Unidos. ¿Y por qué Estados Unidos? Porque voy a rodar en Nueva York, por lo que simboliza: la gente no sabe que, según las cifras oficiales que ha dado el alcalde, el cincuenta por ciento de la población de la ciudad de Nueva York ya vive bajo el umbral de pobreza. Es muy interesante (desgraciadamente interesante) que podamos mirar a Nueva York, la capital del mundo a la que todos miran con admiración y toman como ejemplo… entonces, ¿ejemplo de qué? Ejemplo de nada. Si la capital del mundo permite que el cincuenta por ciento de su población esté en la pobreza, quiere decir que estamos muy mal como sociedad. Sinceramente, este es un proyecto que, por la envergadura que tiene, está diseñado (y si no lo logro, creo que será una gran frustración) para que haya un antes y un después con el tema del hambre en mundo y esta película.

N. de R.: Un fragmento radial de esta entrevista se encuentra aquí

Por Luz Marina Mateo (entrevista, redacción y foto)





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